SEVEN

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Dafne

Habían pasado cuatro días desde que Pedri y yo tomamos la decisión de no hablarnos más. Cuatro días que habían sido más largos de lo que jamás hubiera imaginado. Durante ese tiempo, me sentí envuelta en una vorágine de emociones confusas. Por un lado, sabía que alejarme de él era lo mejor para ambos, pero por otro lado, no podía evitar sentir una punzada de dolor cada vez que pensaba en él.

Las primeras horas fueron las peores. Me encontraba revisando mi teléfono cada pocos minutos, esperando algún mensaje suyo, aunque sabía que no llegaría. Las noches eran aún más difíciles; la soledad en mi casa parecía intensificar mi tristeza, y las sábanas se sentían frías y vacías sin la calidez de su presencia. Me descubrí deseando escuchar su voz, su risa, y sentir su mano sosteniendo la mía.

A medida que los días pasaban, traté de sumergirme en mi trabajo para distraerme. Pero incluso allí, en mi refugio habitual, las cosas no estaban yendo bien. El lanzamiento de mi nueva colección de maquillaje, que debería haber sido un momento emocionante, se estaba convirtiendo en una fuente constante de estrés. Habían surgido múltiples problemas en la fábrica: retrasos en la producción, errores en el etiquetado y hasta problemas con algunos ingredientes que habían resultado en productos defectuosos. Cada día parecía traer un nuevo desafío, y aunque tenía un equipo increíblemente competente, sentía el peso de la responsabilidad sobre mis hombros.

Hoy, sin embargo, decidí tomar un respiro y hacer algo que me llenaba de ilusión. Estaba de camino al hospital infantil para llevar regalos a los niños hospitalizados. Este tipo de actividades siempre me habían reconfortado.

Conducía por las calles de Barcelona, el tráfico habitual no parecía molestarme hoy. Tenía el coche lleno de cajas de regalos, cada una cuidadosamente envuelta y etiquetada con el nombre de un niño. Había pasado horas seleccionando los regalos, asegurándome de que cada niño recibiera algo especial. Clara, mi asistente y amiga, me acompañaba para ayudar a bajar los regalos.

—¿Quieres que te haga algunas fotos para publicarlas en las redes sociales? —preguntó Clara mientras estacionábamos frente al hospital.

—No, Clara. Hoy no estoy aquí para eso. No quiero que nadie se entere de que estoy aquí. Esto es solo para los niños —respondí, sonriendo agradecida por su intención.

Bajamos del coche y comenzamos a sacar las bolsas con regalos. Una enfermera muy simpática y agradecida nos recibió en la entrada.

—¡Dafne! Qué alegría verte aquí. Los niños se van a poner muy contentos —dijo la enfermera, ayudándonos con las bolsas.

—Gracias. Me alegra estar aquí. Espero que disfruten de los regalos —respondí, sintiendo una calidez en mi corazón.

Entramos al hospital cargadas de bolsas y nos dirigimos a la sala de juegos, donde los niños ya estaban reunidos. La sala estaba decorada con colores brillantes y murales de personajes de cuentos de hadas. Los niños, al verme, se iluminaron con sonrisas radiantes.

—¡Dafne! —gritaron algunos, corriendo hacia mí.

—¡Hola a todos! —saludé, agachándome para abrazarlos—. Os he traído algunos regalos.

Los niños aplaudieron y algunos gritaron de alegría. Algunos de ellos, que estaban constantemente ingresados, me dijeron que me habían echado mucho de menos.

—Lo siento, he tenido mucho trabajo, pero hoy por fin tenía un hueco para vosotros —dije, sintiendo una mezcla de tristeza y alegría.

Comencé a repartir los regalos, tomándome el tiempo de hablar con cada uno de ellos, escuchando sus historias y compartiendo risas. María, una pequeña guerrera que siempre me impresionaba con su valentía, estaba entre ellos.

Basorexia [Pedri Gonzalez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora