EIGHT

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Dafne


Llegué a casa realmente agobiada por todo lo que estaba ocurriendo en las redes sociales. Cada comentario, cada especulación sobre mi relación con Pedri, me hacía sentir más atrapada y sin control sobre mi propia vida. Decidí que lo primero que debía hacer era llamar a Pedri y asegurarme de que ambos estábamos en la misma página sobre cómo manejar la situación.

Marqué su número y esperé, pero él no contestó. Lo intenté de nuevo, y otra vez, pero cada tono sin respuesta aumentaba mi ansiedad. Sentía que el peso del mundo se me caía encima.

—¿Por qué no contestas? —murmuré para mí misma, con el corazón acelerado.

Me dejé caer en el sofá, sintiendo cómo mi respiración se volvía más rápida y superficial. El agobio empezó a transformarse en una crisis de ansiedad. Las paredes de mi apartamento parecían cerrarse a mi alrededor, y cada latido de mi corazón retumbaba en mis oídos. Estaba sola en una ciudad enorme, lejos de mi familia, y esa soledad se sentía como una prisión inescapable.

—No puedo... no puedo... —susurré, tratando de calmarme, pero sin éxito.

Mis manos temblaban mientras intentaba respirar profundamente, pero el aire parecía no llegar a mis pulmones. Era como si cada bocanada de aire se quedara atrapada en mi garganta, y la sensación de ahogo se intensificaba con cada segundo que pasaba. Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas, y me abracé a mí misma, buscando algún consuelo en medio del caos.

Miré mi teléfono, esperando desesperadamente que Pedri me devolviera la llamada. Cada segundo que pasaba sin respuesta se sentía como una eternidad. La angustia se acumulaba en mi pecho, haciendo que mi respiración se volviera aún más errática. La soledad de mi situación se hacía cada vez más palpable. Estaba en una ciudad inmensa, rodeada de millones de personas, pero me sentía completamente sola.

El sonido de mi teléfono me sobresaltó, y con manos temblorosas, lo alcancé, esperando que fuera Pedri. Pero era mi madre. Me quedé mirando la pantalla, dudando si contestar o no. Mis manos temblaban al sostener el teléfono, y sabía que si hablaba con ella en ese momento, tendría que contener mi ansiedad para que no sospechara nada.

Finalmente contesté la llamada.

—¡Hola, mamá! —dije, tratando de que mi voz sonara lo más normal posible, aunque mi corazón seguía latiendo descontroladamente.

—Dafne, cariño, ¿cómo estás? Te noto rara. ¿Está todo bien? —preguntó mi madre, con ese tono de preocupación que siempre lograba calmarme, pero que ahora solo aumentaba mi ansiedad.

Respiré hondo, tratando de controlar mi respiración y contener las lágrimas. No podía dejar que mi madre supiera lo mal que estaba. Necesitaba ser fuerte, al menos por ella.

—Sí, mamá, estoy bien. Solo ha sido una mañana un poco intensa con el trabajo y todo eso. Nada de qué preocuparse —dije, esforzándome por mantener mi voz firme y calmada.

—¿Estás segura? Te noto un poco rara. Si necesitas hablar, ya sabes que siempre estoy aquí para ti —dijo mi madre, con suavidad.

Las lágrimas amenazaban con desbordarse, pero las contuve con todas mis fuerzas. No quería preocuparla más de lo necesario.

—Gracias, mamá. De verdad, estoy bien. Solo necesito descansar un poco. Creo que voy a tomarme una siesta para recuperar energías —respondí, forzando una sonrisa que ella no podía ver.

—Está bien, cariño. Pero prométeme que te tomarás un descanso pronto y vendrás a vernos. Nos haces mucha falta por aquí —dijo, con una ternura que casi me rompió.

Basorexia [Pedri Gonzalez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora