Capítulo 7

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Charlotte entró al apartamento sintiéndose un poco ansiosa por ver a Rebecca. Cuando la llamó, ella le aseguró que se sentía bien, pero quería ver con sus propios ojos que de verdad fuera así. Dejó el portafolio donde siempre. Al llegar a la sala, se topó con una imagen que le inflamó el corazón de pura dulzura.


Rebecca se hallaba tendida en el sofá, estaba dormida, abrazando uno de los cojines. Ella sonrió. Con sigilo, se acercó y se sentó a su lado. ¿Cuánto llevaría dormida? Al menos su semblante era el de siempre, eso la tranquilizó. Cuando la dejó en la mañana, su rostro se advertía algo desencajado por el malestar y las arcadas.


Charlotte se acercó y posó con delicadeza los labios en su sien. El leve roce despertó a Rebecca, que parpadeó varias veces para espantar el sueño de sus ojos.


—Hola, mi amor —susurró la abogada, besándola de nuevo en la sien.


—Hola. ¿Acabas de llegar?


—Sí. ¿Llevas mucho aquí?


Rebecca se incorporó hasta sentarse en posición india, lo que aprovechó su esposa para acomodarse contra el respaldo del sofá.


—No lo sé. ¿Qué hora es?


—Siete y veinte.


—Como una hora —calculó la embarazada. Charlotte le apartó un mechón de cabello de la frente.


—¿Cómo te sientes?


Su esposa sonrió y tomó su mano, para besarle los nudillos.


—Estoy bien,. Los malestares son matutinos —la abogada la miró con aprehensión—. Y espera a que lleguen los antojos —le dijo para quitarle relevancia al tema.


—Con eso no tengo problemas. No me importa salir a medianoche a comprarte cualquier cosa, lo que me angustia es verte descompuesta.


Rebecca volvió a besarle la mano.


—Lo sé, mi amor. Y lamento que sea así, pero ya pasará. Son sólo los primeros meses. Cuando acabe todo, tendremos a nuestro hijo y seremos una familia más grande.


Charlotte sonrió con cierta resistencia. Fue ella la que ahora se llevó la mano de su esposa a los labios y se la besó.


—Iré a ducharme —anunció.


—¿Tienes hambre? No hice nada, pero puedo prepararte de comer. Yo comí algo ligero, temprano.


—No te molestes. Comeré una galleta.


—¿Estás segura?


—Sí, mi amor —respondió y se acercó para besarla en los labios.


Ya no se acaba la vida (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora