Capítulo 12

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—Buenos días —saludó Charlotte cuando entró a la cocina.

—Buenos días, mi amor —respondió Rebecca, dándose la vuelta para recibir un beso en la sien.

—Se me pegaron las sábanas. La embarazada rio.

—Sí. ¿Llegaste muy tarde? Yo caí rendida a las ocho. Ni siquiera te sentí.

—Como a la una —contestó ella, al tiempo que se servía café—. Se me pasó la hora.

—Eso quiere decir que Freen debe estar todavía durmiendo a pierna tendida.

Charlotte acababa de beber un sorbo de café; se quedó disfrutando del sabor de la bebida mientras analizaba si era una buena idea dejar que Rebecca creyera que salió con la policía o, por el contrario, decirle la verdad. La imagen de Engfa sentada frente a ella, sonriendo, pasó por su cabeza con la claridad de un espejismo. Sonrió sin darse cuenta, cuando de pronto se topó con los ojos de su esposa, que la observaban con un gesto de curiosidad. Se sobresaltó, por lo que tuvo que echar la mano donde tenía la taza hacia adelante, para evitar que le cayera café encima.

—Eh, no estuve con Freen anoche —le aclaró al fin—. Salí con... unos colegas.

Rebecca la miró, un tanto sorprendida.

—¿Y eso?

Ella se acercó a la barra, evitó los ojos de su mujer.

—Pues, nos hacía falta una cerveza después de la semana que tuvimos en el bufete.

Rebecca escuchó la explicación mientras servía en el plato unas panquecas, luego de calentarlas en el microondas. Se había levantado temprano, así que adelantó el desayuno.

—No me comentaste que la semana estaba siendo fuerte. Charlotte se sentó a la barra.

—Bueno, no fue la semana —aclaró, tratando de enmendar su mentira

—. Fue ayer. Todo se acumuló —resumió—. Gracias —murmuró cuando su esposa dejó el plato con las panquecas frente a ella.

Rebecca fue al refrigerador a buscar la mermelada de fresa.

—Hay que hacer las compras. Faltan algunas cosas —anunció, dejando el frasco de mermelada frente a ella—. Iré a ducharme para salir, ¿te parece?

—¿No vas a desayunar? —le preguntó, untando ya la mermelada en la panqueca.

—Ya lo hice. Si espero más por ti, serías viuda. Ahora somos dos —le recordó, pasándose las manos por su abultado vientre.

Charlotte sonrió.

—Ya. Pero ¿podemos ir en la tarde? Debo revisar unos documentos. No quiero tenerlos pendientes.

—Sí, no hay problema. Aprovecharé para poner a lavar la ropa sucia — comentó sonriendo.

Ya no se acaba la vida (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora