Capítulo 54

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Charlotte pasó días buscando un sitio donde vivir. Cada día que pagaba el hotel, veía los pocos ahorros que le quedaba, disminuir. Maldijo entre dientes un hueco en la acera por donde caminaba que la hizo dar un traspié. Buscaba la dirección de una residencia; era una de las pocas oportunidades que le quedaban para encontrar un sitio mientras se recuperaba de su mala racha.

Hacía ya casi dos semanas desde que fue a hablar con Rebecca. Lo pensó mucho antes de acudir a ella; ir en busca de ayuda era como regresar con la cola entre las patas, como decían, pero había agotado sus opciones. No tenía amigos o amistades a las que acudir en procura de apoyo. Alguien que le pudiera ofrecer un lugar donde pasar unos días. Con los colegas que tenía cierta confianza, no se atrevía a revelarle su precaria situación económica. Aunque no es que no supieran del todo lo que sucedía, porque su pelea con Engfa en el bufete fue una noticia que se regó como la pólvora entre sus colegas. Lo que ellos no sabían, y eso lo agradecía, era que la rubia le había robado el apartamento que compró, dejándola sin nada.

Y no quería pensar en la noticia que recibió cuando fue pedirle ayuda a Rebecca. Freen ahora ocupaba su lugar en la vida de la diseñadora. Eso no terminaba de entrarle en la cabeza. Y lo peor era que le dolía. Y esta vez no era el orgullo, sino el corazón. Regresar al apartamento en el que vivió, ver los cambios, ser testigo del ambiente a hogar que se respiraba, le hizo ver lo que había perdido. Y peor era si los recordaba a los tres; a Freen cargando al niño que llevaba su sangre, junto a Rebecca, tomadas de la mano, como una familia perfecta, le resquebrajaba la vida.

Por su cabeza pasaron recuerdos de los momentos compartidos con Rebecca; instantes en lo que fue genuinamente feliz. Añoró esos años. Añoró lo feliz que era. Añoró a esa mujer que se desvivía por ella. Cerró los ojos al darse cuenta de cuánto perdió. Cuando los abrió, se encontró en una zona desconocida. ¿Cómo había llegado hasta ahí? No sólo el lugar donde se hallaba, sino a la situación de su vida.

Charlotte miró al frente. Las calles de esa zona no se parecían en nada a las que rodeaban el edificio donde vivió con Rebecca, y luego con Engfa. Apretó los dientes al recordar a la rubia. Deseaba borrarla de su mente, desu vida. Anheló cerrar los ojos y regresar a aquel crucero al que fue con su exmujer. Miró a su alrededor; no, no estaba en medio del mar. Tomó aire. Tenía que seguir adelante.

 suerte de la abogada, sólo tuvo que caminar dos calles más para localizar la residencia. Si el hotel donde se hospedaba dejaba mucho que desear, aquel sitio estaba muy por debajo de sus expectativas. Tragó saliva. Recordó la cantidad de dinero que le quedaba. Se quedó mirando el lugar, no supo por cuánto tiempo; al final, tomó aire y se encaminó hacia la entrada.

Dos días después, tras pagar tres meses de depósito, se mudó a la residencia. Eso golpeó su orgullo y magulló su espíritu. Debía cobrar algunas facturas por sus servicios a los clientes que la habían despedido, pero eso no mermó su voluntad. A pesar de los comentarios que rodaban entre sus colegas y los tribunales, que eran hervideros de chismes, su reputación se mantenía medio intacta. Sin embargo, los siguientes meses no logró adquirir más clientes.

Un año después de su caída, Charlotte seguía en su lucha por alcanzar de nuevo su estatus. Continuaba trabajando sin el apoyo de un bufete; tras tanto tiempo, había aprendido que algunas cosas no se olvidaban y sus colegas, menos. Aunque Engfa no presentó ninguna denuncia por el maltrato que recibió la última vez que se vieron, ella seguía siendo señalada por eso. Ningún bufete quería arriesgarse con una abogada que, al perder los estribos, era capaz de maltratar a alguien.

En el amor, tampoco tuvo mucha suerte. Por su belleza, por supuesto que admiradoras no le faltaban; no obstante, ya no encontraba en el sexo el desahogo que deseaba. Algo le faltaba a su vida y cada vez que lo pensaba, Rebecca regresaba a su mente y a su corazón lo atravesaba una punzada que se quedaba aguijoneándolo por días. La única vez en la que se interesó en pasar más de una vez por la cama de otra mujer, terminó siendo amenazada por el esposo de la susodicha.

¿Alguna vez volvería a enamorarse? No lo sabía, pero tampoco es que se empeñara. Vivía una aventura aquí y allá, eso le era suficiente. Lo que más anhelaba, en esas largas noches en la que miraba al techo, era regresar a su pasado. A ese en el que era feliz y que ella misma se encargó de destrozar.

Ya no se acaba la vida (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora