Siebzehntes armband (der verlorene kleine Prinz)

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"Son bellas, pero están vacías. No es posible morir por ustedes. Por cierto, un paseante común creería que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, porque ella es a quien regué. Ella es a quien puse bajo un globo. Porque ella es a quien abrigué con el biombo. Porque ella es a quien le maté las orugas (salvo dos o tres para mariposas). Porque a ella es a quien escuché quejarse o jactarse o incluso, a veces, callarse. Porque ella es mi rosa".

–El Principito.

Omniscient pov's narrator:

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Omniscient pov's narrator:

Bill caminó uno o dos pasos delante de Tom. El rubio observaba como el oscuro cabello de Bill oscilaba en un vaivén cautivante, mientras de vez en cuando destellaba por las lámparas cálidas de las escaleras hechas de madera bañadas en barniz. 

Mientras que Tom tenía la costumbre se sostenerse de la baranda de las escaleras, Bill subía libre, sin preocuparse por ello. Hace años no se preocupaba por cosas tan simples como sostenerse de las barandas o abrocharse el cinturón de seguridad.

Llegaron arriba, y el de cabello negro rápidamente comenzó a buscar entre los pasillos llenos de libros de colores a ese tal Gustav. Tom intentaba seguirle el paso, lo cual era muy fácil ya que Bill caminaba muy, muy lento, como cansado.

Entonces Bill se detuvo un segundo más en uno de los pasillos y fue corriendo hasta un chico que estaba en el final de este.

Era más bajo que ambos, cabello rubio y corto, jeans y una sudadera. Escuchaba música en sus auriculares mientras ordenaba unos libros. 

–Gustav... –Llamó la atención Bill.

El chico rubio enseguida al notar a el de cabello negro levantó la mirada.

–Bill, hola. –Dijo él. –Vienes con un amigo... que curioso. –Susurró por lo bajo.

Bill suspiró y asintió.

–Si, el es Tom. –El de rastas levantó la mano en señal de saludo, la cuál fue devuelta enseguida.

–Bueno, no creo porqué preguntarte por qué estás... –Gustav observó la mirada emocionada de Bill y suspiró. –Por aquí.

Bill saltó en su lugar ilusionado y siguió apresurado a Gustav hasta el último pasillo de la izquierda, junto a una gran ventana redonda.

–Mmh... La colección de Principitos, y aquí... –Tomó el libro que se veía más caro, más frágil y más bonito.

Las letras eran doradas como el sol, la portada estaba bañada en azul cielo, pequeñas estrellitas doradas estaban manchadas sobre la pasta dura, el libro era grande, tenía el tamaño de un ordenador.

Los ojos de Bill brillaban. Brillaban mucho, parecía que hubieran mil de soles y estrellas dentro de ellos.

–Disfrútalo... –Le sonrió Gustav, antes de hacerle una señal de despedida a Tom e irse de vuelta a su trabajo.

Bill, cautivado por la belleza que emanaba ese libro para él, se sentó en uno de los sillones, maravillado.

Tom se sentó a su lado en silencio.

–¿Te gusta mucho ese libro? –Preguntó el de rastas con cuidado.

Bill asintió frenéticamente, abriéndolo con sumo cuidado, como si se fuera a desmoronar con solo mirarlo demasiado. Era como un tesoro para él.

Tocó las páginas con delicadeza, sus dedos siquiera rozaban las hojas de papel.

"No era más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo".

Bill hizo algo parecido a una sonrisa al leer esa frase.

Tom enseguida lo notó.

–El Principito está perdido en las estrellas. –Susurró Bill observando las últimas páginas.

–¿A qué te refieres? –Preguntó Tom, encontrándole mil significados a sus palabras.

–Está cegado por ellas. Se pierde en la luz con los ojos cerrados. Siempre encerrado en la libertad... Tan inocente...Tan lleno de...Es cómo... No lo sé. Yo solo...

Tom no tenía idea de que responder ante eso. No sabía que...

–Se despide después de haber aprendido. Porque así es él. Es curioso, pero cuando su curiosidad termina... Se va.

–Pero él...

–El estaba enamorado de una rosa. Una rosa vanidosa y caprichosa, aún así la amó con todo su corazón. La regó y la cuidó. La amaba...

–Y el Principito se fue... Pero le prometió volver. Siempre fue cuidadoso con que no le pasara nada... Se decepcionó tanto cuando se dio cuenta de que habían mil más iguales a ella... Y aún así... ¡Aún!

–Hey...

–Imagínalo Tom, amar tanto a alguien que quieres desesperadamente encontrarla de nuevo, cuidarla hasta que ya no quede nada más que su amor, porque en el fondo... En el fondo sabes...Sabes...–Sostuvo una de sus muñecas llenas de brazaletes en la mano.–Qué es lo único que no te hace hundirte. Es lo único que te mantiene de pie. Un recuerdo. No el presente, o el futuro. Un recuerdo... ¡Que ya no existe!

–¡Bill! –Exclamó Tom, al ver como pequeños cristales plateados se deslizaban por las mejillas de Bill.

El de cabello negro dejó el libro a un lado y apretó entre sus puños la sudadera que él llevaba. 

–Oye... –Susurró, abrió sus brazos y se acercó hasta el de cabello negro, quién se dejó abrazar entonces.

Tom acarició su cabello con cuidado.

–Todo estará bien, ¿Vale? Aquí estoy yo contigo... Y ese Principito perdido... Tú sabes que no está solo, el problema, es que el no abre sus ojos, cariño...

–¡Él está cegado por la luz! ¡No quiere abrir los ojos, Tom! ¡No lo entiendes! –Comenzó a gritar.

–Bill... Respira, ¿si? 

–¡N-no! ¡Está solo! ¡TODOS LO VAN A LASTIMAR! ¡LO DEJAN CIEGO, TOM! –Entonces comenzó a faltarle el aire, sus ojos parecían gritar. –¡Le harán daño! ¡Y no quiero más! ¡Tom! ¡No quiero más!  ¡Por favor! ¡Quiero que paren! –Sus piernas temblaban. –¡Tom! 

–Bill... –Susurró abrazándolo con delicadeza. –Estoy aquí... No estás solo... Ya no estás solo.

Pero el Principito si lo está.

–Pero el Principito si lo está

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