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"Habla. ¿Dónde está el Sénior Sena ahora mismo?"

La afilada espada de Sylvia apuntaba a la garganta de Garumel. Garumel estaba tendido en el barro, mirando al cielo.

Como si el juicio de ese día fuera sólo una broma, la espada de Sylvia abrumó a Garumel. Lo único que pudo hacer fue reír.

Sabía lo que significaba ser el rey del pozo, pero no esperaba semejante diferencia. ¿Es ésta la espada de los Caballeros Teutónicos, de la que se dice que es la más fuerte del imperio?

"Creo que hay un malentendido. Ese pequeño santo vino aquí por su propia voluntad".

"Yo no pregunté por eso."

"...Sólo entra. Está ahí dentro."

"Deberías haberlo dicho desde el principio".

Sylvia le dio la espalda. Garumel habló.

"¿Cómo estaba mi espada?"

"Compruébalo en la tercera prueba".

Sylvia abrió la puerta. Nada más entrar, arrugó la nariz ante el hedor.

Pero lo más importante, ella estaba buscando una bola de pelo blanco.

'Está realmente muerto'.

No esperaba que nadie la dejara atrás.

Y que se escondiera en un lugar como este. Por eso tardó tanto.

Si no se hubiera encontrado con mercenarios buscando hierbas raras, habría tardado aún más.

Incluso entonces, le costó sacarles información.

Sylvia avanzaba paso a paso. Inmediatamente le llamaron la atención unos pacientes. Un niño la miraba con ojos perplejos.

Sylvia se dio cuenta de por qué había venido Sena. Probablemente su habitual intromisión. Se limitó a suspirar.

Debería cuidarse por una vez.

"..."

Sylvia se detuvo frente a un armario oxidado.

Giró lentamente la cabeza con ojos fríos.

Un pelaje blanco sobresalía del armario.

Si no era un gato, era algo que sólo Sena tendría.

"¿Qué haces ahí?"

Sin dudarlo, abrió el armario. Sena en el interior miró a Sylvia con sorpresa.

Rascándose torpemente la cabeza, dijo,

"Me han pillado".

"..."

¿De verdad creía que no le pillarían?

Pero lo más importante.

Sena siempre fue blanco puro.

Pero ahora estaba manchado.

Había manchas negras en su ropa y en su pelo.

Sylvia estaba muy enfadada.

Agarró las mejillas de Sena y las estiró.

**

"M-mis mejillas..."

Sena, a la que le estaban estirando las mejillas, murmuró.

Que un subalterno te estirara las mejillas era la mayor humillación de la vida, pero no podía decir nada.

Le daba pena dejarla atrás.

"¡Así que Sylvia iba a llevarme...!

Lamentar los errores del pasado no tenía sentido. Después de atormentar las mejillas de Sena durante un rato, Sylvia finalmente la soltó.

Me Convertí En El Médico De La Tirana Enferma TerminalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora