Capítulo 4: Agujas y tinta

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Jueves 19 de julio de 2018

Tomi y Angi no son los colegas más cuerdos del mundo. Por eso cuando llego al estudio y los escucho gritar no me sorprendo.

—¡Tomás, no quiero verte desnudo! —grita Angi.

—¡Por favor! —He de admitir que sí es un poco sorpresivo que le ruegue.

—¿Qué está pasando? —pregunto mientras ingreso con las llaves del coche en una mano y mi campera colgando del otro brazo.

—¡Angi no me quiere depilar los huevos, decile algo!

—¿Qué?

A Tomás esa petición no le parece extraña. Me mira como si fuera lo más coherente pedirle eso a tu compañera de trabajo.

—¡Ella sabe hacer eso! ¡Hizo un curso!

—¡Pero no voy a depilarte! —insiste Angi.

Tiene los brazos cruzados y sus ojos marrones clavados en Tomás como si pudiera asesinarlo con solo mirarlo. La boca, de labios pintados de negro, apretada en una línea fina sobre su piel olivácea.

Si ya su aspecto la hace ver ruda, con la mitad de la cabeza rapada y la otra mitad en una corta cresta puntiaguda y fucsia; la cara con la que mira a Tomás es totalmente de psicópata.

Avanzo hasta el mostrador, lo rodeo y compruebo que hayan puesto cambio en la caja registradora.

—Es que a mí me da miedo hacerlo solo —dice Tomi.

—¿Para qué querés depilarte? —pregunto intrigado.

¿Yo debería depilarme?

—Voy a tener un evento sexy —dice con una sonrisita.

Escucho a Angi chasquear la lengua.

—¿Con la morocha que te comió la cara el otro día? —pregunto recordando.

—No, con esa ya fue todo.

—A ver cuándo una novia te dura más de una semana —Se queja Angi mientras acomoda su material de trabajo.

Los primeros clientes ya deben estar próximos a llegar.

—¡No es mi culpa!

—Sí es tu culpa —Le discute Angi.

—Es totalmente tu culpa —asiento.

—¿Y tu chica del finde, no te habló? —pregunta Tomás.

Siento la mirada de Angi también posarse sobre mí, decido no ver a ninguno de los dos a la cara.

Me pasó por apurado. El sábado le conté a Tomás sobre Tamara; él, a su vez, se lo contó a Angi. Pero nunca me pude comunicar con ella. Su número no existe. Me dio un contacto falso.

Admito que lastima un poco mi ego.

—No...

—Bueno, Pollo, tranqui —Siento la mano de Tomás en mi hombro, como un consuelo amigable—; ya conseguirás dónde mojar el churro.

—Salí de acá, zapallo —Lo empujo lejos—. No necesito consuelo. Ni la conozco.

Es la pura verdad.

—Pitufito si querés que te presente a alguien sabés que tengo varias amigas solteras —dice Angi desde su lugar de trabajo.

—Tus amigas son todas trolas —pelea Tomi.

—¡Mirá quién habla! ¡Sos un mujeriego, no tenés derecho!

Ya empiezan otra vez.

Para evitar estar en el medio de otra discusión, me encamino hacia la cocina donde dejo sobre la mesita mi campera, billetera y llaves.

De tinta y caramelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora