Viernes 10 de agosto de 2018
Tamara.
Llegamos al estudio cuando la tarde ya está muy oscura, no solamente porque el cielo está nublado, sino porque ya son entradas las seis de la tarde.
El lugar es muy lindo; está pintado con colores azules, hay fotos de tatuajes y perforaciones en las paredes, un espejo de cuerpo completo ocupa toda la pared, cercano de la zona donde están los asientos y taburetes para tatuar. Hay una estantería llena de tintas, agujas, cremas, aretes y demás cosas que no sé ni qué son.
Del lado derecho del local hay dos sofás negros y una mesa ratona con revistas. Detrás de esa zona de espera hay un mostrador en donde están apoyados dos chicos. Uno de cada lado.
Cuando entramos están charlando.
—... Sí, justo eso... —dice el rubio rapado.
Damián está del otro lado y mientras le contesta a lo que están conversando, levanta sus ojos negros, me mira y sonríe.
—Bueno —Toma el mate que le está pasando el otro y lo deja sobre el mostrador, donde reposa el termo y la yerbera—, voy a trabajar.
Damián rodea el mostrador y avanza hacia mí. Él repara en Melisa que está mirando todo de forma escrupulosa, tomada de mi brazo; al mismo tiempo que su compañero rapado me mira.
—Yo ya me voy —dice el rubio— ¿Querés que cierre las persianas o algo?
—No, todavía falta un rato —contesta Damián y se para justo frente a mí—. Hola.
—Hola —digo sonriente y le muestro el enorme paquete que estoy cargando—. Lo prometido es deuda.
A pesar de que le advertí que le daría un cuadro, está sorprendido. Toma el paquete y se aleja rasgando el papel madera. Coloca el cuadro sobre el mostrador para abrirlo más cómodo.
—Chau, Tamara —Me sonríe el chico rubio antes de salir por la puerta y perderse de vista.
—Chau —atino a decir en voz baja.
No lo conozco, pero supongo que es Tomás, su colega.
Melisa me echa una mirada pícara.
Damián abre el cuadro de espaldas a mí, así que no puedo ver su reacción, pero tengo una linda vista de su espalda ancha.
Aunque es delgado y no tiene mucha musculatura, no cabe dudas de que tiene una espalda que me gusta. Me acerco a verlo y tiene una sorpresiva sonrisa en la cara.
Está mirando la pintura en la que Diablo, feliz, lo mira.
Lleva su vista hacia a mí y sonríe abiertamente. No dice nada, pero deja el cuadro sobre el mostrador y me da un abrazo corto pero cálido.
No logro corresponderle. Me dejo abrazar de forma torpe, sin saber dónde colocar las manos.
Siento su respiración tibia en mi cuello. Me retuerzo las manos cuando él me libera.
—¡Me encanta! —Busca en las paredes un hueco donde colgarlo. Descuelga un certificado que parece ser una premiación o un diploma. Lo intercambia por el cuadro de Diablo y deja el certificado en una estantería.
—Damián, ella es Meli —presento, porque veo que se quedó rezagada—, la viste en la reunión; me acompañó hasta acá pero ya se va.
—Ah, sí, echame tranquila, nena —dice mi amiga con gesto de burla. Lo saluda dándole un beso en la mejilla—Bueno, seguro que el tatuaje te va a quedar hermoso —acota mirándome con una sonrisa y después se dirige a él— Pásenla bien y pórtense mal.
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De tinta y caramelos
JugendliteraturDamián huyó de su pasado hace rato y no tiene intención de volver. Ese mensaje brillando en la pantalla de su celular solamente es un vil recordatorio de una vida perdida. Tamara tiene tantas cosas en la cabeza que no encuentra un momento de respir...