Sábado 25 de agosto de 2018
Me despierta el timbre. Alguien está timbrando de forma muy fuerte y muy insistente. Siento que la figura que tenía casi encima se sacude de entre mis brazos, abre la cama y se levanta. Abro los ojos.
Veo a Tamara ponerse los pantalones muy rápido y salir de la habitación a toda velocidad para atender la puerta.
Me incorporo un poco y me siento en la cama. Mientras me pongo los pantalones miro lo que hay alrededor. Anoche no me percaté de todos los detallitos que tiene la habitación. Luce abarrotada de cosas, como si fuera un galpón viejo. Los muebles parecen ser de segunda mano. Contrasta desmedidamente con lo impolutas de la sala y la cocina.
Debajo del escritorio hay muchas esculturas de diversas formas y tamaños, acomodadas. No llego a identificarles forma.
Al lado del escritorio, el ropero chico, de madera, es de aspecto viejo. Y frente a éste hay una biblioteca angosta pero alta hasta el techo, llena de libros. A su lado hay una silla que tiene encima una frazada y un oso de peluche. La única ventana, enorme, que tiene la habitación está cerrada.
Me siento en la cama, con los pantalones ya puestos y empiezo a ponerme las zapatillas.
―¡Dale Tami! ―escucho chillar una vocecita fuera de la habitación.
Me da la impresión de que es una chica jovencita, tal vez una adolescente.
La curiosidad me mueve y me asomo por la puerta entreabierta para espiar.
Del otro lado del pasillo, en la sala, logro divisar la espalda de Tami, toda menudita, desabrigada, abrazándose a sí misma para mantener el calor. Frente a ella hay una chica parecida a ella físicamente pero varios años menor, aunque más alta, y una señora mayor a la que apenas distingo desde mi posición.
―Lo que pasa es que estoy con alguien... ―Se excusa Tamara.
―¡Que venga! ¿Quién es? ¿Meli? ―pregunta la jovencita de voz chillona.
―No, no es Meli...
―No importa que venga igual ―insiste― además, el abuelo hizo como quince kilos de comida, como siempre.
―No molestes a tu prima ―escucho por primera vez a la señora―; si no quiere venir que no venga. Le traemos algo de comida para que almuerce con su visita.
―Gracias, abu ―dice Tami―. Dame un segundo que le aviso y voy a buscar la comida.
Tami se da vuelta y yo vuelvo a adentrarme por completo en la habitación. Enseguida ella ingresa y toma sus anteojos de la mesita de luz.
―Perdón que te desperté así ―dice sonriéndome―, son mi prima y mi abuela. Me invitan a comer, ya les dije que no, pero insisten en que traiga algo de comida.
―¿Vas a ir a buscar comida? ¿Querés que las lleve en el auto? ―pregunto con la voz pesada por el sueño.
Ella se ríe y no entiendo qué le resulta tan gracioso hasta que dice:
―No, gracias. La casa de mis abuelos es acá en frente.
Ahora cobra sentido el hecho de que la vinieran a buscar en lugar de, por ejemplo, enviarle un mensaje.
―¿Es alguna celebración? ―pregunto― Te venían a invitar a una comida... Si estás ocupada me voy.
―No ―Ella niega mientras busca un abrigo y se lo pasa por la cabeza―. Esto es habitual. Se hacen reuniones familiares todo el tiempo sin ningún motivo ―sonríe―. A mi abuelo le gusta cocinar e invitar a la familia. Enseguida vuelvo ―dice ampliando su sonrisa.
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De tinta y caramelos
Teen FictionDamián huyó de su pasado hace rato y no tiene intención de volver. Ese mensaje brillando en la pantalla de su celular solamente es un vil recordatorio de una vida perdida. Tamara tiene tantas cosas en la cabeza que no encuentra un momento de respir...