Miércoles 22 de agosto de 2018
Hipnotizado veo cómo Angi le perfora el labio a otro adolescente. Va por el tercero y son siete. Sus madres los están esperando en la puerta charlando entre ellas. Al parecer, los chicos hicieron el pacto de realizarse los piercings antes de irse de viaje de egresados.
Del otro lado del estudio, Tomás está terminando de tatuar la silueta de Mickey Mouse en la muñeca de una joven. No creo que tarde más de quince minutos.
Apoyo la cabeza en mi mano y, con la otra, tamborileo los dedos sobre el mostrador. La agenda llena que tuvimos hace pocos días atrás se terminó pronto y hoy estuvimos con poco trabajo.
El tatuaje que está haciendo Tomi es el tercero de la jornada, y ya llevamos siete horas. En poco tiempo vamos a empezar a cerrar. Los chicos que vinieron por las perforaciones, sin turno previo, nos van a salvar el día.
Dejo de escuchar el sonido de la máquina y levanto la vista para notar cómo Tomi termina el tatuaje y le empieza a dar todas las explicaciones pertinentes a la clienta.
Después de que la chica se va, él se acerca al mostrador y se apoya al otro lado de donde estoy, del lado de los clientes.
―¿Ponés la pava, Pollo?
―Ya nos tomamos como diez termos de mate, zarpado.
―¿Y?
―No quiero más.
―Que decepción que sos ―Tomás da la vuelta al mostrador e ingresa al fondo del estudio donde está la cocina.
Vuelvo mis ojos a Ángeles que está perforando al sexto chico. En dos segundos termina el piercing y pasa al último de los adolescentes.
―¡Listo! ―dice con una sonrisa.
Una de las madres de los chicos se acerca al mostrador para abonar el trabajo. Con la calculadora del local saco rápidamente la cuenta y enseguida se realiza la transacción.
Cuando todos se retiran del establecimiento, Angi se acerca con paso firme.
Estuvo todo el día con cara de culo, a excepción de cuando atendía a algún cliente que se ponía su máscara sonriente. No habló prácticamente nada con nosotros, estuvo cabizbaja y pisando fuerte, con enfado. Cada vez que cerraba una puerta, la hacía tronar contra el marco. Cada vez que tenía que pasarme plata para la caja, la estampaba contra el mostrador. Cada vez que tenía que reponer un insumo, lo aplastaba en la góndola. Demasiada agresividad. La respuesta a ese comportamiento se le dibuja en la cara.
No hace falta que pregunte. Es Cristian.
No creo que esa relación dé para más. Dan vueltas en un círculo venenoso. Están bien, pasa alguna estupidez, se pelean, se perdonan y están bien otra vez. Pero los problemas vienen cada vez con más frecuencia.
―Angi... Tu amiga, la del diario, va a volver ¿no? ―pregunto solamente para tener algo con que incluirla.
―Sí, pero no creo que sea pronto ―contesta―. Me dijo que primero va a ver las fotos que tiene, las va a organizar y a empezar el artículo, y cuando haya formado las preguntas para la entrevista va a venir a charlar con ustedes otra vez.
Tomás vuelve de la cocina con el termo cargado y el mate recién preparado.
―¿Tomamos unos amargos, Chiruza?
―Está bien ―accede ella al ofrecimiento de mi amigo.
―¿Por qué no te animás a empezar a tatuar? ―pregunto mirándola mientras Tomás le pasa el mate.
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De tinta y caramelos
Teen FictionDamián huyó de su pasado hace rato y no tiene intención de volver. Ese mensaje brillando en la pantalla de su celular solamente es un vil recordatorio de una vida perdida. Tamara tiene tantas cosas en la cabeza que no encuentra un momento de respir...