Capítulo 7: Un príncipe de pelo azul

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Sábado 28 de julio de 2018.

Tamara.

Cuando el papá de Meli se ríe es imposible que los demás no nos riamos con él. Tiene una carcajada contagiosa.

Y estoy medio atragantada con mi propia saliva a la mitad de una risotada, cuando noto que el gesto de su futura esposa cambia por completo. Su risueña risa se corta en seco para dar paso a un rostro lívido, blanco, como si hubiera visto a un fantasma.

Creo que nadie lo pasa por alto, porque tanto yo, como mi mejor amiga, como su padre, dejamos de reírnos y la miramos.

Lo primero que pienso es que se siente mal y estoy a punto de pedir a gritos ayuda cuando noto que alguien se acerca y se posa al lado de mi amiga. La mirada de Patricia está clavada en esa persona.

Con tacos, Melisa está más alta que yo así que para ver, tengo que inclinar un poco la cabeza.

Lo reconozco al mismo tiempo que Patricia abre los labios para decir:

—Damián.

No puedo creer que su Damián sea mi Damián.

O sea... No es que sea «mío». Pero que sea ESE Damián.

El mundo es demasiado chiquito para mi gusto.

Se me calienta la cara y me mareo un poco.

Mi instinto me dice que huya, pero si huyo, Melisa y todos los demás, van a saber que escondo algo. Sería llamar demasiado la atención... Aunque si me quedo ahí, Damián me va a notar, me va a reconocer y también voy a quedar al descubierto.

Nunca hago cosas de forma improvisada... Una vez que me lanzo con un chico al que creo que no voy a volver a ver en mi vida y ¡Resulta ser el futuro hermanastro de mi mejor amiga!

La expresión «Trágame tierra» queda muy pequeña para esta situación.

Mi respiración está pesada. Alguien se está chupando mi oxígeno.

No tengo los anteojos puestos y no veo bien, pero el traje se le ve precioso. Para colmo, como si no fuera poco el aire que entra a mis pulmones en este momento, tiene que pasearse por ahí con su pelo azul en un rodete y una camisa canchera que lo hace verse buenísimo.

Tomo una bocanada de aire intentando llenar mi pecho.

Él me mira de reojo, pero no dice nada. Capaz que ni siquiera me reconoce. Espero que no me reconozca.

—¿Él es tu hijo? —pregunta, amistoso Guillermo. Está sonriente, nada que ver con Patricia que, desde lo que yo llego a entender, debería ser la más contenta de ver ahí a su hijo menor.

Durante la reunión conocí, junto con Melisa, a los dos nuevos hermanastros mayores de mi mejor amiga que, acostumbrada a ser hija única, estaba nerviosa de tener que tratar con «hermanos», aunque ya sean todos adultos.

Manuel estaba engalanado en un traje a medida, se comportó como un caballero salido de un cuento de hadas. Estaba con su esposa, a la que le dio poca importancia y se centró mucho en hablar de negocios y de dinero. De un nuevo auto que pensaba comprar, de un viaje a no sé dónde que pensaba hacer. Me pareció el típico prototipo ridículo de rico estúpido.

Yanina fue más sencilla, vestida con un hermoso vestido fucsia; nos presentó a su marido y a su hijita Martina. Habló un rato de lo difícil que le resultaba criar a su nena y repitió varias veces, aduladora, que no entendía cómo lo había conseguido su madre con tres hijos.

Damián desentona en comparación a sus dos hermanos mayores. No parece de la misma familia y eso, sumado a la actitud de Patricia al verlo, me resulta extraño.

De tinta y caramelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora