Martes 31 de julio de 2018
Tomás le está agujereando el labio a un hombre joven. Pasa el piercing con tanta naturalidad que parece descuidado. Aunque no lo es, es un profesional.
Al lado, tiene un mate esperando a ser tomado.
En un instante, termina de perforar, coloca el aro y sorbe el mate.
—Pitufito ¿Sabés si hay más tetinas en algún lado? —Escucho preguntar a Angi.
Está abrigada con un buzo gigante de color negro desgastado y tiene bajo el brazo el termo con el que está cebando. Revisa con la vista los estantes que tengo detrás.
Volteo haciéndole caso.
—Creo que esa es la última caja —Me percato— ¿Podés encargar más?
—Sí, pero acuérdense de hacer el inventario como corresponde —Su tono es de enojo.
Tiene razón. Se supone que es trabajo de todos hacer el inventario, pero Tomás y yo lo olvidamos con rapidez. No es la primera vez que Angi se da cuenta de que nos quedamos sin insumos.
Termino de pasar el diseño en el que estoy trabajando, sobre el mostrador. Escucho cómo Tomi le cobra a su cliente y se acerca.
Posado a mi lado, mi teléfono vibra con la llegada de un mensaje.
«Sí, pero me tiene un poco insegura la paleta de color»
Es la respuesta de Tamara a mi pregunta.
Finalmente, me dio su verdadero número de celular. Todo se trató de un malentendido y eso me generó una tranquilidad rayana en lo imbécil. Supongo que curó un poco mi ego el hecho de que no me hubiera ignorado a propósito.
Cuando se fue de casa la noté intranquila y avergonzada, y no me extrañó teniendo en cuenta el lío con Patricia y la incómoda situación con Miriam; así que le envié un mensaje reiterándole mis disculpas por todo eso.
De alguna manera eso dio pie a que charláramos de forma más abierta. Un tema llevó a otro y me comentó que no estaba teniendo muchos clientes, por lo que planeaba pintar varios cuadros para subir a sus redes.
Nunca se me dio bien el arte, por lo que empecé a acribillarla a preguntas.
Llevamos dos días hablando de mi nulo talento y de sus múltiples inseguridades. Es increíble lo mucho que se infravalora sin darse cuenta.
Le pido una foto de su pintura y vuelvo a dejar el celular sobre el mostrador.
—Mucho telefonito vos, Pollo —escucho a Tomás.
Angi me está pasando el mate, aprovecho a tomarlo rápido para no tener que contestar. Paso de que se burle por algo que no me es significativo.
Una mujer de unos cincuenta años, morena y despeinada, entra al estudio con paso solmene. Nos mira a todos por arriba, como si fuéramos extraterrestres y necesitara mantener distancia ante la duda de que seamos tóxicos.
Angi deja el termo a un lado de mi celular y se acerca para atenderla.
—Hola, buenas tardes —Le sonríe a la mujer dándome la espalda.
Desde acá puedo ver que su pelo fucsia está despeinado al punto de parecer un nido en la parte posterior de su cabeza.
Angi no es la persona más a la moda del Universo, pero no es usual que descuide su imagen.
—Hola, quería un presupuesto para un tatuaje —La mujer sonríe—. Me gustaría el nombre de mi hijo en el antebrazo; pero que sea discreto. Mi familia no es muy fan de los tatuajes y, aunque estoy en mis treintas, sé que me traería problemas.
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De tinta y caramelos
Teen FictionDamián huyó de su pasado hace rato y no tiene intención de volver. Ese mensaje brillando en la pantalla de su celular solamente es un vil recordatorio de una vida perdida. Tamara tiene tantas cosas en la cabeza que no encuentra un momento de respir...