Guío a Tami hasta el baño, todavía está empapada y tiembla de frío. A cada paso, los charcos de agua embarrada van ensuciando todo el piso.
No es como que yo tenga la casa más aseada de Argentina pero estaba bastante limpia antes de esto. Me esforcé dejando todo lindo para cuando la Pioja viniera.
Abro la puerta del baño, dejo a Tami apoyada contra una pared, vigilándola. Tengo miedo de que se caiga, tiene pinta de no poder mantenerse en pie. Estiro un brazo y abro la canilla para que de la flor de la regadera empiece a salir agua. Regulo la temperatura lo suficiente para que no se queme, ni se muera de frío.
Volteo a verla.
―¿Podés sola o querés que te ayude?
Me mira con la vista perdida. Tiene los ojos enrojecidos por llorar y el pelo mojado, pegado a la cara.
Se saca el suéter empapado y pesado que lleva, y cae con un ruido sordo contra el piso. Se pone en cuclillas para desatarse los cordones y, mientras lo hace, me vuelve a mirar a la cara.
―Estoy bien... Gracias.
Lentamente, camino hacia la salida del baño y cierro la puerta para dejarle intimidad.
Todo lo que compré para la cena, lo dejé en la cocina del estudio. Voy a tener que improvisar. Agarro mi celular y busco en alguna App, una opción de comida rápida.
Unas hamburguesas van a venir bien.
Me agarro el pecho antes de gastar más de lo que tenía en mente.
La miseria que manejo...
Miro en derredor, el embarrado camino que dejamos al entrar; suspiro y me pongo a limpiar. Diablo me mira, acostado en el sofá, sin intención de moverse de ahí. Cómodo y caliente.
Tamara incrusta los dientes en la hamburguesa como si estuviera famélica.
―No era exactamente lo que tenía en mente para hoy, pero algo es algo ―Le sonrío.
―Hacía mucho que no comía una hamburguesa así de completa ―admite y me devuelve la sonrisa.
Verla sin los anteojos se me hace raro.
―Mi viejo preparaba unas hamburguesas re zarpadas ―digo con nostalgia.
Les ponía jamón, queso, huevo frito, lechuga, tomate, panceta, palta, pepino... Eran una bomba deliciosa.
―Se ve que tu viejo era re buena persona ―dice ella.
―Sí, re ¿y vos, con tu papá, tenés contacto? —pregunto para llenar el silencio.
—Casi nada —dice ella con la boca llena—. Mi papá es una persona difícil.
—¿Se llevan mal?
—No es que nos llevemos mal —Levanta los hombros con indiferencia—. Solamente casi no nos tratamos. Es de esas personas que piensan que para que algo tenga valor tenés que haber sufrido para conseguirlo.
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De tinta y caramelos
Novela JuvenilDamián huyó de su pasado hace rato y no tiene intención de volver. Ese mensaje brillando en la pantalla de su celular solamente es un vil recordatorio de una vida perdida. Tamara tiene tantas cosas en la cabeza que no encuentra un momento de respir...