En las bulliciosas calles de Tokio, Yuki Tanaka lleva una doble vida: reportera dedicada por el día y letal asesina por la noche, conocida en los bajos fondos como "Kurogane". Sin embargo, su mundo se tambalea cuando recibe un encargo inesperado: el...
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La suave melodía de "Heaven" de Julia Michaels llenaba el aire, envolviendo a Ken y Yuki mientras bailaban en la sala de estar. Sus movimientos eran lentos y sincronizados, sus cuerpos se movían al unísono, acercándose y alejándose con una gracia natural. La luz suave de la habitación los bañaba en un resplandor cálido, creando un ambiente íntimo y acogedor.
They say all good boys go to heaven, but bad boys bring heaven to you...
Emi los observaba desde su caja de contención, una sonrisa de pura alegría iluminando su pequeño rostro. La bebé Kaiju aplaudía con entusiasmo, imitando los giros y vueltas de sus "papás". Sus risas llenaban el espacio, una melodía armoniosa que se mezclaba con la música.
—¿Así es como se supone que debo hacerlo? —preguntó Yuki, riendo mientras intentaba seguir el ritmo de Ken.
—No exactamente, pero te estás acercando —respondió Ken con una sonrisa sarcástica—. Aunque, honestamente, no esperaba que pudieras seguir mi ritmo tan bien.
—Qué considerado de tu parte —dijo Yuki, rodando los ojos mientras seguían bailando.
Sus miradas se encontraron, y en esos momentos de silencio, había una conexión profunda y sincera entre ellos. Ken la sostenía con firmeza y delicadeza, sus manos guiando suavemente las de Yuki mientras ella se movía con él. La cercanía de sus cuerpos, el calor compartido, y la ternura en sus ojos creaban una atmósfera de completa armonía.
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Mientras tanto, en otro lugar, Hana corría frenéticamente por las calles, con lágrimas llenando sus ojos. Su teléfono comenzó a calentarse peligrosamente, pero con desesperación continuó intentando contactar a su hermana.
—¿Es verdad? ¿Eres Kurogane? —escribió Hana, sus dedos temblando mientras enviaba el mensaje.
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De vuelta en la casa, el teléfono de Yuki sonaba incesantemente en su cuarto, ignorado mientras ella y Ken seguían bailando. La bebé Kaiju aplaudía y giraba en su caja, tratando de imitarlos con su pequeña gracia.
—No puedo creer lo mucho que has mejorado —dijo Ken con una sonrisa burlona.
—Tal vez tienes que admitir que soy una mejor bailarina de lo que pensabas —respondió Yuki, riendo.
