En las bulliciosas calles de Tokio, Yuki Tanaka lleva una doble vida: reportera dedicada por el día y letal asesina por la noche, conocida en los bajos fondos como "Kurogane". Sin embargo, su mundo se tambalea cuando recibe un encargo inesperado: el...
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Yuki abrió los ojos lentamente, la habitación estaba iluminada por la suave luz del amanecer que se filtraba a través de las cortinas. Al incorporarse sobre sus brazos, un pequeño dolor le recordó su reciente herida, pero al revisar, se dio cuenta de que ya estaba totalmente curada. ¿Cuánto tiempo había pasado?
La puerta se abrió suavemente y Ken entró, su figura alta y fuerte llenando la habitación con una presencia reconfortante. Al verla despierta, una sonrisa sincera se dibujó en su rostro.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Ken, acercándose a la cama con pasos decididos pero cuidadosos.
Yuki lo miró unos instantes, observando cada pequeño detalle en su rostro, desde la preocupación en sus ojos hasta la ligera tensión en sus hombros.
—Estoy bien —respondió finalmente, su voz un poco ronca por la falta de uso.
Ken se sentó en el borde de la cama, sus ojos nunca abandonando los de ella.
—Me alegra escuchar eso —dijo, aunque su tono revelaba la profundidad de su preocupación—. Estuve... estuve preocupado por ti.
Yuki sintió un nudo formarse en su estómago, no de miedo, sino de algo más profundo, una mezcla de gratitud y afecto que le hacía latir el corazón más rápido.
—No deberías preocuparte tanto por mí —murmuró, intentando mantener la compostura, pero sus palabras carecían de firmeza.
Ken esbozó una media sonrisa, esa que solía usar cuando trataba de ocultar sus verdaderos sentimientos.
—Es difícil no hacerlo —admitió—. Especialmente después de todo lo que hemos pasado juntos.
Yuki sintió una calidez inexplicable en su pecho al escuchar esas palabras. Era como si una barrera invisible entre ellos comenzara a desmoronarse, dejando al descubierto un vínculo que había estado creciendo en silencio.
—Gracias por estar aquí —dijo ella, sus ojos suavizándose mientras miraba a Ken—. Realmente significa mucho para mí.
Ken asintió, sus ojos mostrando una vulnerabilidad rara vez vista en él.
—Siempre estaré aquí para ti, Yuki —respondió con una sinceridad que hizo que el corazón de Yuki se acelerara aún más.
Desde la perspectiva de Yuki, cada pequeño detalle de Ken se volvía significativo: la manera en que su cabello caía desordenado sobre su frente, la forma en que sus ojos se iluminaban cuando hablaba con ella, y el leve temblor en sus manos cuando le dio una pequeña caricia en la mejilla.
