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I

Escenario dantesco anunciado con un clavicordio. De vuelta al infierno, las piernas tropiezan y se sobreestimulan. Es el cuerpo quien anhela salir huyendo. Fluye la mente, libre e incorpórea como toda mente, sin límites dispuestos a redimirla. Es un manchón carente de moral, full hasta el tope de adrenocromo.

No, no existe un sentido sostenido levemente por esos dedos carentes de alivio. No, no hay razón que perdure o se esfume como motas de polvo recién ahuyentadas por la escoba.

No, no hay sentido. Porque el sentido no existe, es impalpable, es una sensación sin labios. Una lápida, una tumba. Un muerto diagnosticado con desequilibrio. Lo has visto una vez para no volverlo a ver más. ¿Realmente existió? Cadáver de desconocido, alguien a quien nunca has querido. ¿Realmente existió? Nunca te tocó ni te habló ni te quiso. ¿Existió o no? Lo vistes muerto sobre el ataúd y luego adiós.

Se recrea el suspiro, reflexión pasajera dentro del cráneo. La mente se esfuma, disuelta en humo; nunca existió. Es una correlación entre imagen y electricidad. Lo que ven mis ojos es solo una interpretación parcial de la realidad. Es mi memoria quien desata su verborrea y trastorna cada cuadro, lo vuelve fragmento y lo almacena en un corral. Las gallinas lo engullen, es trigo; les da energía para salir huyendo después.

Y huyen, son pollitos en fuga, una revolución hacia el cistema patriarcal. O al menos eso simula porque, repito, la mente no existe; es una percepción y, como cada gota de pensamiento plausible, es subjetiva. No importa si eres o no eres subjetiva. Lo que importa es la objeción que tiran frente a los ojos, señalan con índice indiscreto y pululan letras que saben a navajazos que atraviesan la piel.

“Vos no valés la pena”. Es solo una oración coherente, formada luego de tomar el rompecabezas del rechazo y armarlo a tu propia conveniencia. Porque, repito una vez más, la mente es subjetiva; de ella no te podés confiar.

La mente no te ama, es tu peor enemiga. A veces tu aliada, solo cuando declama cosas bonitas. ¿Le creerás? ¿Le creerás a esa arpía que gesticula con asco tu propio nombre? ¿Le creerás a esa malparida que no supo defenderte de la agresión? ¿Le creerás a esa ignorante que valida tu comportamiento suicida y las ideas nocivas que chorrean tus entrañas? ¿Le creerás? ¿Le creerás a quien no te ama? ¿Por qué tragar el discurso de alguien que amas? También tienen una mente subjetiva.

¿Qué es verdad y qué no?

II

La humanidad transita, es un bus lleno de gente a la hora pico. Huele feo y da asquito. Pero siguen siendo personas aún con ese hedor. Porque es hora pico, se está yendo el sol y los ladrones y violadores y malditos salen de noche. Todos hombres; ignorancia, pobreza y lascivia en un solo individuo. Y debés tragarte los insultos más merecidos para llevar la fiesta en paz. Y debés resistir el sueño para que no te vayan a manosear o robar o secuestrar. Viva Nicaragua, tan llena de humildad.

La humanidad es tu mamá, quien se sube al bus para comprarte la ropa o el sustento o solo ir al pasear lejos de sus hijos. Se sube al bus luego de criticar tu ropa y preguntar por tus dientes, quejarse de tu tarea y exigirte que le respondás. Tu mamá le habla bonito a los desconocidos, tú eres alguien conocido, un ser querido. Odio y rencor. No hay perdón por más que intente reparar el abismo a punta de almuerzo mal cocido y amabilidad.

La humanidad es la palma de mi mano, huesuda y temblando, luego de pasar horas en la compu y después lavar los trastos. A veces cuesta verse a uno mismo como humano. A veces cuesta reconocer que también sos parte de eso que odiás tanto.

Odio y rencor; odio y rencor; odio y rencor.

Reitero: la mente es subjetiva. Por ende, mi descripción es subjetiva y las respuestas ante mis oraciones también son subjetivas. ¿Por qué preocuparse por algo que carece de objetividad? ¿Por qué recaer en el martirio de sobrepensar? Ah, que es el síntoma de una enfermedad. Es Eliot siendo un malparido (porque literalmente su creación fue un aborto mal producido), hiriendo mis preceptos una vez más.

III

¿Puedo seguir culpando a Eliot
o ya es tiempo de culparme yo?

Debo
ver mi figura frente al espejo,
dejar de recitar la palabra “gorda”
con ese asco que le tengo.

Debo
dejar de verme como el centro,
el ombligo, el dueño del universo.

Debo comprender la humildad
y la humanidad. Es lo mismo.

Tan solo debo destruirme y empezar a construir sobre los cimientos de aquello que una vez fuistes vos. Vos, Lux. Vos, Avvi. Vos, yo.

Y me torturo nuevamente con las preguntas, porque es el único hilo conductor de los versos que transpiro:

¿por qué existo yo?
y
¿quién soy?

IV

A. V. V. I.
Número de serie,
un código de barras,
marca de pertenencia.
No me representa.

No soy Lady Bird, yo no acepto mi nombre luego de embriagarme y recibir un lavado estomacal. Yo no acepto mi nombre luego de entrar a la universidad. Veo ese nombre en mi cédula y carnet; para ellos, esa es mi identidad.

No me representa.
No me representa.
No soy esa.
No existe una “esa”.

¿Acaso hay un trastorno en la identidad? ¿O solo deseo opacar luchas externas en las que nunca seré capaz de ahondar?

La depresión fue imponente. De-pre-si-ón. Me vale pito la sílaba y pronunciación. Resulta que la tenía, ¿ahora ya no? ¿Se fue, se marchó? ¿Eliot me abandonó? Y sin él, ¿quién soy? ¿En qué debo buscar inspiración?

Mis manos,
las metafóricas manos
que se recrean dentro del cráneo,
esas manos,
se debaten con la mugre
y clavan y cavan
de forma desesperada
intentando hallar una palabra,
una respuesta
a esta travesía funesta,
a esta encrucijada.

V

Tanto hacer scroll deja retazos de información. Soy un adicto a la sobre-estimulación. Gen z perdiendo el tiempo en su celular. De reel a tiktok, algo se quedó. Entonces, ¿qué parte de mi personalidad es inherente a este cuerpo y qué parte no? ¿Cuál sensación de pertenencia debo amputar para reconocerme como individuo? Ajeno a esos preceptos y conceptos derivados de la constante búsqueda del yo, del sentido de pertenencia que yace oculto en la parte primitiva del cerebro.

Si mi mente, mi propia creación es, repito una vez más hasta engullirlo por completo, subjetiva, también la del resto. Ellos tienen una percepción subjetiva del yo, de quién soy, de qué es esto que desentraña el miedo profundo a no saber quién sos. ¿Dónde empieza mi humanidad y dónde termino yo?

¿En qué postura inconexa me deja esta desunión? Una moda, una maña. Invisibilizar la batalla del resto para gritar más fuerte el manifiesto. Validar el sentimiento, la impotencia, el rencor. Odio y rencor. Si nadie me escucha, ¿realmente existo? Respiro porque persisto y si nadie me ve, soy entropía, caos... un espejo, refracción. Me vuelvo vos porque sos el espectador.

VII

Hay dos.
Habemos dos.
Vos y yo.
Yo no soy vos,
vos no sos yo.
No le hablo pero si cuestiono al lector.
(A todo esto, ¿vos quién sos?)

Rebobino:
si no soy Eliot,
¿quién soy?

Lo más cercano a una respuesta,
una respuesta subjetiva pero verdadera,
porque si la respuesta es honesta
entonces es verdad;
lo más cercano a una respuesta es:
soy Lux, también
soy Cheiri Vega.

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AutorretratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora