1. Ella

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Me desperté temprano como cada mañana, me di un baño para despejarme y luego salí rumbo al comedor. Allí ya estaba Julia preparando el desayuno con ayuda de Carmen y Sandra, sonreían y meneaban las caderas al ritmo de una música movida.

—Buenos días, chicas. ¿En qué las ayudo? —pregunté al tiempo que dejaba mi bolsa en la entrada.

—Tú solo siéntate y disfruta del desayuno que tienes un largo día por delante —respondió Julia. Carmen se acercó a mí, me envolvió el brazo con el suyo y me guio hasta la mesa al tiempo que Sandra me servía el café.

—No me dejan hacer nada —me quejé con un mohín infantil y las chicas sonrieron.

—Tienes que alimentarte bien para lidiar con esos niños —respondió Carmen—. No sé cómo los soportas.

—Te recuerdo que fuiste una de ellas —sonreí mientras endulzaba mi café.

—Sí, pero yo era un ángel.

—Eras. Tú lo has dicho —respondió Julia en tono jocoso.

—Anda tú... te quejas de mí que te vengo a ayudar de madrugada —dijo la muchacha, nos reímos y entonces Julia me acercó un plato con pan y mantequilla.

—Escucha, me ha dicho Nati que la gente de la Fundación Luz vendrá el viernes, se quedarán aquí un par de semanas... —añadió.

—¿Quiénes vienen? —pregunté luego de darle un sorbo a mi café—. ¿Sonia o Ana?

—No lo sé, creo que viene Ana...

—Uff... Bueno, eso solo significa un poco más de trabajo —me quejé.

Julia me dio un golpecito en el hombro mientras algunos niños comenzaron a llegar.

—¡A sus lugares, con calma! —añadió concentrándose en ellos.

Me quedé un rato con ellos, saludé a los niños y escuché sus historias acerca de lo que habían soñado. Cerca de las ocho y media me dirigí a la oficina. No tenía nada contra Ana, pero ella prestaba especial atención a los números, y no digo que no estuvieran bien, solo que era muy perfeccionista y no podía escapársenos nada. Ya habíamos tenido problemas una vez por unas facturas que se extraviaron con una tormenta y en esta ocasión necesitaba que todo fuera perfecto.

Cada seis meses venía alguien de la Fundación Luz para controlar que todo estuviera en orden y escuchar nuestras necesidades. Eso era bueno, hacían una lista de las cosas que les decíamos y luego buscaban la manera de hacernos llegar todo. No tenía quejas al respecto, los niños siempre han tenido ropa, comida y todos los materiales necesarios para ir a la escuela, eso sin contar con los padrinos que tiene cada niño y que se encarga especialmente de sus necesidades.

Actualmente, la Fundación Luz ayuda a trescientos niños en lo que es la educación escolar, treinta y dos de ellos viven en la casa de acogida, llamada Casa Azul, donde todo esto comenzó hace ya muchos años. Mi objetivo es que para el año que viene podamos ampliar la casa y acoger al menos a diez niños más, pero hasta el semestre pasado la gente de la fundación me dijo que aún no sería posible. Y es que ellos otorgan más recursos a mejorar y mantener la escuela, lo que no está nada mal porque es necesario; pero esta Fundación nació con la casa de acogida, la escuela vino después y yo pienso que es importante no dejar de lado las necesidades del hogar.

Los treinta y dos niños que viven en la casa Azul son niños huérfanos o abandonados, algunos tienen familias que no se hacen cargo de ellos y la justicia los ha sacado. El más pequeño actualmente tiene ocho meses y la mayor casi diecisiete. Les damos un techo, comida, educación, ropa y amor, sobre todo amor.

Porque cuando uno es huérfano, cuando uno ha perdido todo con tan pocos años, no solo tiene las carencias básicas de un trozo de pan o una ropa para vestir, sino que te faltan los besos, los abrazos, las noches en vela cuando te sientes enfermo o tienes una pesadilla, las palabras cargadas de esperanza, la confianza de que alguien te quiere, de que a alguien le importas.

Y eso... eso no lo da la Fundación... Eso no lo dan los padrinos que cada mes mandan dinero. Eso no lo dan los regalos de la gente que en el día del niño se aparece para hacer un acto de caridad.

Eso lo damos los que vivimos aquí, los que compartimos con los niños día y noche, los que los conocemos, los que nos preocupamos por ellos y estamos seguros de que, a pesar de todo, sus vidas valen la pena.

Y por eso me gustaría ampliar la casa Azul, un pabellón más con tres cuartos y un baño... Hemos tenido que negarnos a aceptar más niños y cada vez que eso sucede a mí se me rompe un poco el corazón de solo pensar en dónde acabarán. Solo unos cuantos más, aunque sean pocos... Pero aunque he intentado varias veces que me financien la construcción, siempre me dicen que no alcanzan los recursos y que no es la prioridad de la fundación actualmente.

Y lo entiendo, pero cuando algo se me mete en la cabeza no me detengo hasta conseguirlo. Alguien me dijo una vez que mis sueños eran muy importantes y más adelante me aseguraron que mis esfuerzos traerían cambios positivos para la comunidad. Estoy abocada a ello y lo conseguiré, por eso he trabajado duro en los libros contables para poder demostrar que sí es posible manejarnos con los recursos que recibimos actualmente si dejamos de gastar de más en algunas cosas y priorizamos otras.

Ahora, que Ana me escuche y me dé una oportunidad de demostrárselo en dos semanas, es otra cosa... Creo que necesitaré suerte... 

 

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Ella, el mar y las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora