3. Ella

215 59 20
                                    


Caminaba por la clase mientras observaba a los pequeños hacer la tarea asignada, Majo, mi ayudante, estaba sentada entre ellos para mantener el orden en la elección de colores, ya habíamos tenido que intervenir en una guerra entre Pedrito y Joaquín porque ambos querían un crayón rojo. Había miles de crayones rojos, pero por algún motivo los dos querían el mismo.

Prestaba especial atención en Inés, una pequeña que pertenecía a la casa Azul y que ese año era mi alumnita. No hablaba mucho, había pasado por un momento tan duro a la corta edad de tres años, que apenas se comunicaba con balbuceos y solo cuando era estrictamente necesario. Me miraba cada cierto tiempo para controlar que estuviera cerca, yo le daba seguridad porque me conocía del hogar y era alguien seguro para ella, por eso no había hecho muchos berrinches para ir a la escuela, ya que siempre los hacía cuando se le sacaba de su entorno.

Cuando llegó recién pensábamos que podía tener alguna discapacidad auditiva o algún trastorno, pero luego de haber pasado por las manos de los profesionales lo descartaron todo. Es más, decían que Inesita tenía una inteligencia superior a la normal, pero que estaba resguardada en alguna parte de su mente porque allí se había escondido tras la tragedia que vivió.

Me partía el alma cada una de esas historias, porque todas me recordaban en cierta forma a la mía, pero contrario a lo que habían decidido otras compañeras con las que crecí, yo en vez de alejarme de este sitio, he querido regresar.

Yo había llegado al hogar Azul cuando apenas era el sueño de alguien. Un sueño bonito que fue creciendo con el tiempo cuando otras personas lo convirtieron también en su sueño o en su propósito. En aquella época no éramos más que diez o doce, me habían traído temporalmente, pero terminé creciendo entre esas paredes que en aquel momento eran en su mayoría azules, por eso el nombre de la casa.

Muchas amigas que crecieron conmigo no veían la hora de cumplir los dieciocho para volar y hacer sus vidas en las grandes ciudades y lejos de la isla, no porque no hubiesen sido felices en el hogar, que dentro de todo lo éramos, sino porque querían más, necesitaban formar parte de ese mundo que se nos había arrebatado cuando éramos unos niños. Teníamos la impresión de que había mucho más allá afuera y yo sabía que así era y respetaba que ellas quisieran descubrirlo, pero yo... yo quería quedarme... dar de mí a los niños que llegaran después de mí como lo habían hecho otras mujeres antes que yo. ¿Y quién mejor que alguien que estuvo adentro para eso?

—Profe Dani —me llamó Majo—. Mira qué bonito el dibujo de Alan —añadió.

Me acerqué para mirar y alabar los garabatos del pequeño que nos observaba con los ojos cargados de orgullo.

De pronto sentí un tirón en mi falda, bajé la vista y me encontré con la mirada miel de Inesita que me pasaba su hoja, allí había dos figuras hechas de pelotas y palitos, una más alta que la otra.

—¿Quiénes son estas hermosas personas? —pregunté agachándome para quedar a su nivel, ella sonrió y con su pequeño dedo se señaló a sí misma y luego a mí—. ¿Somos tú y yo? —Ella asintió—. ¡Pero qué bonitas nos vemos, Inesita! —respondí y ella se fue contenta a sentarse de nuevo.

Esas eran las cosas que me hacían despertar cada mañana, abrir la ventana de mi habitación y observar la casa de enfrente, que, aunque ya no tenía las paredes azules y yo ya no vivía en ella, seguía siendo mi sitio, no había ningún lugar en el mundo en el que yo prefiriera estar.

—Quiero conocer el mundo, viajar, volar... ¿Tú no? —me había preguntado Jessica, una compañera cuando cumplió los dieciocho.

—Sí, pero no todavía —respondí—. Todo el mundo que me importa está entre estas paredes.

—No te entiendo, Dani... la verdad es que no te entiendo... pero si eres feliz así, pues perfecto. Sé que serás una gran maestra y que obrarás muchos milagros en estos niños.

Sonreí, Jessica creía en Dios y veía siempre milagros en las pequeñas cosas. Me encantaba eso de ella, así como su decisión de ir a visitar el mundo que tanto extrañaba y del que había sido extraída cuando tenía doce años y su madre la dejó al cuidado de su abuela. Lo triste fue que cuando su abuela falleció, la dejaron en el hogar a la espera de que su madre regresara, pero ella nunca lo hizo. Jessica era católica, su abuela la había instruido en la religión y la oración, estaba segura de que su madre era la Virgen María y por eso nunca se sentía sola. Yo no la comprendía, porque pese a todo, la soledad estaba adherida a mí.

A pesar de estar en un hogar en donde te trataban bien y tenías todo lo que necesitabas, siempre haría falta ese calor que te brinda una familia, unos padres... En el hogar, cada uno tenía un carisma, una función que utilizábamos en favor de los demás. Jessi era esa que siempre encontraba señales divinas en todo lo que vivíamos o nos sucedía, fuera bueno o malo. Su fe era tan grande que a veces nos subíamos a ella para asirnos a algo por miedo a caer. Jessi fue el pilar que en muchas ocasiones nos sostuvo.

No habíamos perdido el contacto, nos mandábamos mensajes a menudo y estábamos al tanto de la vida de la otra, por eso sabía que seguía siendo feliz, casada con dos hijos y una carrera como profesora de Literatura en colegios secundarios importantes. Me gustaba saber que lo había logrado.

Otra chica, Nadia, me preguntó si no era que tenía miedo a vivir por eso me quería quedar. Aquello me hizo pensar por muchos días. ¿Y si tenía razón? ¿Y si solo prefería lo conocido porque era seguro? ¿Si el mundo real me daba miedo?

Luego de mucho deliberar comprendí que no era eso, además no tenía sentido que llamaran mundo real a vivir fuera del hogar y de la isla. ¿Acaso nuestra vida no era real? ¿Acaso nuestras historias no lo eran? Porque sí que dolían, sí que nos habían desgarrado más de una vez o se habían convertido en pesadillas que no nos dejaban dormir. ¿Y eso no era real? Aquello que llamamos «el mundo» no es más que una percepción de mi realidad en base al entorno en que me muevo, así mi mundo real siempre ha sido la casa Azul, y eso no quita que existan otros mundos, pero yo no los vivo y, por ende, no sé si son mejores o peores. Nadie puede vivir en todas las realidades, por eso elegimos, y a veces, cuando las cosas no van bien, nos cuestionamos si nuestras decisiones son las correctas; pero en momentos como este en el que yo soy el mundo de Inesita, no puedo más que asegurar que mi decisión sí lo fue, al menos para mí.

Espero que Jessica yNadia también hayan encontrado su lugar en el mundo, el mío es aquí, junto amis niños en la casa Azul. Y sé que hay otras miles de realidades, pero yo soyfeliz aquí, incluso aunque a veces sea difícil o me duela. Incluso aunque aveces me sienta sola. Supongo que la soledad es la fiel compañera de los niñoshuérfanos, ¿no

 Supongo que la soledad es la fiel compañera de los niñoshuérfanos, ¿no

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Ella, el mar y las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora