🍎Capítulo 10: adenas Invisibles🍎

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Narrador omnisciente

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Narrador omnisciente

A la mañana siguiente, Alanís se levantó de la cama con cautela, el silencio del lugar contrastando con el bullicio del Infierno que conocía tan bien. Sus pies descalzos tocaron el suelo frío mientras caminaba hacia la cocina para recoger el periódico que Lucifer recibía cada mañana. Mientras lo tomaba, pensó brevemente en las cadenas doradas que aún descansaban sobre sus muñecas, un recordatorio constante de su cautiverio.

De repente, un golpe en la puerta la sorprendió. Sin pensarlo dos veces, se acercó y la abrió, encontrándose con una figura alta y extravagante que hizo que su corazón diera un brinco.

Frente a ella estaba Asmodeus, el señor de la lujuria, el mejor amigo de Lucifer. Su presencia era inconfundible, con su porte imponente y una sonrisa arrogante que parecía irradiar de él como un halo. Alanís se preparó para una burla, esperando que su aparición fuera otro recordatorio cruel de su posición.

Pero, para su sorpresa, Asmodeus no se burló. En cambio, al verla, dejó escapar una risa suave.

—Oh, pero si es la princesa... —dijo con una expresión de sorpresa—. Vaya, pensé que eran solo rumores de Mammon cuando fue a visitarme, pero veo que no es verdad. ¿Cómo te encuentras, querida?

Alanís, algo desconcertada por su tono amable, frunció el ceño. No esperaba una bienvenida tan... cordial, al menos no de alguien como Asmodeus.

—¿Qué quieres? —preguntó, manteniendo su desconfianza mientras intentaba ocultar su incomodidad.

Asmodeus la miró con una ligera sonrisa en los labios, su mirada brillando con diversión. Luego, sus ojos se fijaron en las cadenas doradas que adornaban las muñecas de Alanís.

—Oh, querida, ¿quién te puso esas cadenas? —preguntó, como si no pudiera comprender la insensatez detrás de tal acto. Se acercó a ella con una actitud relajada, casi juguetona—. ¿Lucifer? Ese tonto... No te preocupes, déjame ayudarte.

Antes de que Alanís pudiera protestar o moverse, Asmodeus la levantó del suelo con facilidad, sin esfuerzo, con una mano enorme que parecía abrazarla por completo. Ella se sintió diminuta en su palma, como una muñeca de porcelana. La fuerza de Asmodeus era evidente, y aunque Alanís intentó reaccionar, no tenía nada que hacer contra él.

—Vamos, pequeña princesa —dijo Asmodeus mientras la llevaba, sin prisa, hacia la sala. Sus pasos resonaban con un eco dominante en todo el pasillo—. No te preocupes, no soy tan malo como mi querido amigo Lucifer. ¿Sabes? Fizzarolli, mi ranita, me habría dicho que te quitara esas cadenas yo mismo si lo hubiera sabido. Pero ya es demasiado tarde, así que será un placer hacerlo yo.

En un abrir y cerrar de ojos, Asmodeus chasqueó los dedos, y las cadenas doradas que sujetaban las muñecas de Alanís cayeron al suelo, liberándola del peso que había llevado durante tanto tiempo.

Una Sumisa para Lucifer Morningstar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora