LA LLEGADA DE LA NOVIA

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Argumento:
Fiona es madre soltera y necesita urgentemente un trabajo en un lugar
cálido ya que su hijo está enfermo y el clima de Londres le hace empeorar.
En una entrevista de trabajo vuelve a encontrarse por casualidad con
Harry Styles, el padre de su hijo. En cuanto él averigua la verdad de
su paternidad, los obliga a acompañarlo a Nueva Zelanda, no sin antes casarse con Fiona.

Capítulo 1 👰
Fiona Ward estaba nerviosa. Se notaba por la manera en que sus dedos apretaban la parte superior de la cartera, con tal fuerza que se veían blancos sobre la oscuridad de la piel. Se mostraba en la expresión de sus ojos color gris oscuro; en sus
labios tensos, normalmente suaves y sonrientes. En su dedo la sortija de oro resaltaba como un vínculo de servidumbre, en desacuerdo con sus facciones extremadamente
jóvenes, ya que a pesar de tener veintitrés años no parecía mayor de diecinueve. Sólo sus ojos, fríos y distantes, cubiertos por las sombras de un recuerdo doloroso,
revelaban que ya no era una niña recién salida de la escuela.
La espera se hacía insoportable. ¡Tanto dependía de aquella entrevista! La salud
de Jonathan, su propia tranquilidad, todo se esperaba del hombre que se encontraba al otro lado de la fría y burlona puerta del hotel. El doctor había dicho que Jonathan
necesitaba pasar por lo menos un año en el campo, corriendo libremente y aspirando el aire puro, si deseaba deshacerse de la terrible tos que estremecía su cuerpecito
durante todo el invierno. Fiona rezaba a Dios para que le fuera bien en la entrevista, permitiéndole abandonar el frío y húmedo Wellington, y marchar a aquella bella
península del norte de Nueva Zelanda, donde el sol cálido acariciaba la tierra.
Le había parecido una respuesta a sus oraciones cuando la eficiente señorita
Dobbs, de la agencia de empleos, le habló del trabajo.
—Es como secretaria —le había explicado—; de preferencia con conocimientos de contabilidad, aunque no indispensable.
Sus grandes ojos oscuros habían mirado compasivos a la delgada muchacha sentada al otro lado del escritorio. La señora Ward parecía muy joven para ser viuda;
pero aun así, era la madre de un niño de cuatro años. Era trágico que su
desaparecido esposo no hubiera podido dejarlos mejor situados y que ella se hubiera visto obligada a buscar desesperadamente un empleo en el que aceptaran a su hijo.
—Creo que es perfecto para usted señora Ward. La propiedad es muy grande, creo que fue una de las primeras granjas que se establecieron allí, y la casa es una antigua residencia colonial. El propietario necesita alguien que le ayude con el
trabajo de oficina. Usted trabajará no sólo para él, sino también para su madre, que es una conocida escritora. Eso la mantendrá bastante ocupada. El sueldo es bueno, y no
tienen ninguna objeción hacia el niño. Parece que la esposa de uno de los pastores está dispuesta a atenderlo mientras usted trabaja. Es una propiedad en la costa, y la
casa está junto a la playa.
—Parece... ideal —dijo Fiona en voz baja, imaginándose a su hijo Jonathan
bronceado, sano y feliz, corriendo y gritando bajo el sol. Con un esfuerzo regresó su pensamiento a la realidad. Gracias a Dios su padre le recomendó que tomara un curso de secretaria después que Jonathan nació.
—Aquí está la dirección. El propietario está hospedado en el hotel Settlers. Su cita es mañana a las cuatro. Pregunte por el señor Smith.
—¿Smith?
—Sí. Ese no es su verdadero nombre, claro, pero no se preocupe, señora Ward.
Durante años hemos tratado con ellos; no le ocurrirá nada malo con la familia...
Smith. ¡Buena suerte!
Bueno, ahora sí necesitaría suerte. Jonathan... se negó a pensar en él. Un ruido detrás de la puerta hizo que Fiona apretara nerviosa los labios y relajara sus dedos tensos. ¡Tenía que aparecer calmada y segura de sí! El señor Smith, quienquiera que
fuere, no debía notar lo desesperada que estaba por el trabajo; por lo menos era dueña de su orgullo.
Se abrió la puerta y el hombre salió.
—¿Señora Ward? Siento haberla hecho esperar... —su voz se apagó al mirarla con mayor atención.
Era alto, moreno y atractivo, lleno de esa serenidad que se da sólo con la
seguridad en uno mismo.
Ella murmuró, los labios pálidos:
—¡No... no! —extendió los brazos como queriendo apartarlo, luego sintió que la habitación daba vueltas a su alrededor; cayó hundiéndose en una momentánea inconsciencia.
La náusea la invadió espesando su garganta. Con una mano temblorosa retiró un mechón de cabello de su frente húmeda. Durante un momento se preguntó lo que había sucedido. Harry Styles le ponía un vaso en los labios y le decía firmemente:
—Bebe esto.
—No —dijo en tono apenas audible, y luego se sofocó cuando la obligó a beber el fuerte líquido, sin compasión.
—Es sólo brandy. ¿Lo beberás o tendré que hacerte tragar el resto? Fiona abrió los ojos lentamente. El estaba arrodillado junto al sofá, su brazo fuerte como el acero le rodeaba los hombros.
—Lo beberé —dijo temblorosamente.
—Bien —colocó el vaso sobre la mesa y se puso en pie, mirándola con aquellos ojos que parecían de hielo azul—. Date prisa.
El vidrio rechinaba contra sus dientes mientras sorbía el licor lentamente, la
cabeza inclinada para eludir la mirada acusatoria. Cuando terminó, él se alejó dándole la espalda para mirar por la ventana.
Fiona bajó rápidamente las piernas del sofá, tratando de recoger sus
pertenencias, con la cabeza aún dándole vueltas. Estaba en una sala amueblada con elegancia, con floreros llenos de rosas de muchos colores. Su perfume era penetrante y evocador. Buscó su cartera, la vio encima de la mesa y la tomó. Con el pretexto de
sacar el peine, tomó la fotografía de su hijo y la metió en su monedero, estrujándola al hacerlo. El ruido crujiente pareció producir eco en el cuarto, pero comprendió que
era idea suya a causa de la tensión. Era imposible que él oyera un sonido tan leve.
Luego peinó su cabellera cobriza, guardó el peine y cerró la cartera.
—Me... siento mejor ahora.
—Bien —él se volvió, examinándola—. Sí, tienes un poco más de color en tus mejillas. ¿Seguro que estás bien?
—Sí gracias —se puso de pie, vacilante aún y se apoyó rápidamente en el brazo del sofá—. Estoy bien —contestó determinada—. Ahora me iré.
—¿Porqué?
—¿Por qué? —repitió—. Yo... creo que es natural. Sin duda no querrá que
trabaje para usted, y yo... —su voz se hizo más fuerte—, yo no quiero hacerlo.
—Posiblemente —dijo él, pero no hizo ningún movimiento para abrirle la
puerta, lo cual era raro en alguien que poseía una cortesía instintiva—. No creo que debas irte todavía. Era una bebida muy fuerte y, si no recuerdo mal, tu cabeza no soporta mucho el alcohol.
—Estoy bien, gracias. Adiós —le dijo con frialdad.
Atravesó el cuarto, pero Harry llegó antes, tomándola del brazo.
—Creo que sí tenemos algo que discutir —contestó, terminante—. La encargada de la agencia de empleos me informó que tenías un hijo de cuatro años. Debiste casarte muy pronto después de... conocemos.
—Así fue —ella trató de soltar su brazo.
El la apretó con mayor fuerza; sus dedos le hacían daño.
—¿Casada y viuda tan pronto? Has vivido momentos trágicos desde que nos vimos la última vez, señora Ward. ¿Cómo murió tu esposo?
Ella se mordió el labio, y la mentira, dicha tantas veces, brotó con facilidad:
—En un accidente automovilístico —murmuró—. ¡Suéltame... me estás
lastimando!
—Lo siento —soltó su brazo, pero se mantuvo cerca, observándola—. Había olvidado lo frágil que eres.
Rígida, con los nervios a punto de estallar, Fiona miro el borde blanco del pañuelo que asomaba por el bolsillo del traje de Harry. Todos sus instintos le advertían que huyera, que corriera como si el mismo diablo la estuviera persiguiendo, pero sabía que no podría. Pero, si le era imposible huir, lucharía.
—Estoy segura que sí —le dijo con cortesía—. En realidad no tiene objeto
recordar. Es un ejercicio sin sentido, que le interesa sólo a los viejos, así que podremos despedirnos ¿no crees?
El se rió con suavidad.
—¡Oh, no, señora Ward, no nos despediremos! ¿Cómo se llama tu hijo?
—Jonathan —contestó rápida—. Y no ha cumplido cuatro años todavía.
—¿Ah, no? Debes perdonarme por no creerte. ¿Sabes? Me gustaría verlo. Te
llevaré a tu casa y podré conocerlo.
—¡No! —contestó con excesiva rapidez. Nerviosamente, improvisó—: Se... se ha quedado en casa de un amigo.
—Una lástima. ¿A quién se parece, a ti o a su padre?
—Eso qué importa. No sé lo que te propones, pero no tengo por qué permitir que te metas en mis asuntos. Adiós.
Rápidamente, él cogió su cartera.
—La mayoría de las madres —dijo con insolencia—, llevan una fotografía de
sus hijos en el bolso. Mi madre siempre lo ha hecho.
Abrió el cierre, y mientras sus dedos registraban la cartera, Fiona se sofocó.
—¡No te atrevas! ¡No te...!
Cubriéndose con un brazo, y con una rapidez que la asombro, Harry vació el contenido de la cartera sobre la mesa, buscó el monedero y lo abrió. Fiona respiró con irregularidad y le propinó un fuerte puntapié en la pierna.
Aunque ella se estiró para agarrar la foto, Harry la cogió y, con el otro brazo, atrajo a la joven, tomándola con furia por el cabello. Las lágrimas cegaron los ojos de Fiona. Sollozó y se llevó las manos a la cabeza, tratando de librarse del doloroso cautiverio.
Le pareció que pasaba una eternidad antes que la soltara. Una vez más trató de quitarle la foto, pero él lo evitó, dándole la vuelta para leer lo que ella había escrito en la parte posterior.
—Jonathan Logan Ward, cuatro años —dijo en un tono completamente carente de emoción; luego rompió la fotografía en pedazos—. ¡Jonathan Harry Styles debió llamarse, pequeña zorra!
—Tendré que mandar hacer una copia del negativo —miró con tristeza los pedazos de cartulina—. Era la única que tenía.
—Fiona... ¿por qué? —su voz se oía fría, las manos la apretaban fuertemente de los hombros—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Después de lo que me llamaste? —susurró—. ¿Después de lo que me hiciste?
¿Hubieras creído que el bebé era tuyo cuando te dijera que estaba embarazada? —su voz temblaba mientras hablaba—. Si recuerdo bien, dijiste que era una cualquiera,
una viciosa y eso fue sólo el principio.
—Claro que lo hice —movió la cabeza, alejándola como si tocarla lo
manchara—. ¡Dios Santo, Fiona, estaba furioso! Tenías dieciocho años y caíste en mis brazos como una ciruela madura. Yo tenía veintiséis, lo bastante mayor para haber
sabido que no era correcto acostarme con una niña casi recién salida de la escuela.
¿Cómo esperabas que reaccionara?
—Bueno, ése es un asunto enterrado, ¿no crees? —dijo sin entonación—. Yo...
comprendo que ha sido una sorpresa para ti...
—¿Una sorpresa? —la interrumpió respirando agitado; luego continuó con más calma—. Sí, supongo que puedes llamarlo una sorpresa. Siéntate, Fiona. Tenemos
mucho de que hablar.
—No tenemos nada de qué hablar —contestó con frialdad.
—No seas tonta —dijo con impaciencia—. Claro que tenemos que discutir esto.
Debiste saber que no podría dar la vuelta y olvidar el asunto una vez que supiera lo del niño, o no hubieras luchado tanto para evitar que me enterara.
—Nada ha cambiado —sentía un temor incontenible—. Jonathan es mi hijo.
—Y mío —murmuró Harry en voz baja y luego la amenazó—: ¿Te vas a sentar o tengo que obligarte?
Ella se mordió el labio, dio la vuelta, y comenzó a llorar sin lograr contenerse.
—¡Dios santo! —exclamó él, poniéndole un pañuelo en la mano, sujetándola contra su pecho mientras ella lloraba por todas las preocupaciones y temores que
sintiera en los últimos cinco años. Lloró porque ahora Jonathan tenía un padre y también porque ahora no sería sólo suyo.
—Lo... lo siento —murmuró entre sollozos, dando un paso atrás.
—Yo también, pero por lo menos llorar te habrá aliviado. Quizá debas beber un poco más de brandy.
—No... no, gracias, ya estoy bastante aturdida.
—Pareces exhausta. Ve al baño y mientras te arreglas un poco, pediré té. Luego hablaremos.
La habitación era grande y estaba lujosamente amueblada. Había un
despertador de viaje en la mesita de noche, junto a la cama matrimonial, pero ése era el único testimonio de la presencia de Harry. En el baño, Fiona se asustó con la imagen que se reflejaba en el espejo. Nunca había visto tal desesperación en su
rostro, ni siquiera cuando murieron sus padres tan penosamente, dos años antes.
Se lavó la cara y peinó sus cabellos hacia atrás, antes de aplicarse un poco de lápiz labial. Aunque era barato, su color coral le quedaba bien; su aspecto mejorado le prestaba apoyo para la lucha que le esperaba.
Sería una batalla, lo sabía, y aunque reprimía toda emoción, no podía evitar el temblor que corría por su cuerpo.
—No podría separarme de ti, pequeño mío —murmuró, como si estuviera su
hijo con ella.
Harry se encontraba junto a la ventana cuando ella regresó, mirando de nuevo el día nublado y tempestuoso.
—Lista para el combate, ya veo. Tú sirve el té, Fiona. Los sándwiches son para ti.
—Gracias... tengo hambre —admitió, hundiéndose en una butaca—. Tomas el té sin leche, ¿no es así?
—Sí —fue a sentarse frente a ella, cogiendo la taza de té con aquella cortesía que una vez ella encontró encantadora—. Anda, come, parece que lo necesitas.
Los sándwiches estaban deliciosos; eran de salmón ahumado, paté y pollo, y los comió con verdadero apetito.
—Verás que yo también recuerdo tus gustos —dijo Harry suavemente. Hubo una larga y tensa pausa—. Háblame de él, Fiona. ¿Cómo es?
Sorprendida, dejó la taza y, por primera vez, lo miró a los ojos. Sobre sus atractivas facciones maduras, vio las infantiles de su hijo, tan parecidas, que con sólo mirar una fotografía era suficiente para reclamar la paternidad del niño.
—Es grande para su edad —sonrió suavemente—. Llora cuando se hace daño, da terribles gritos, pero luego se levanta y continúa con lo que está haciendo; es muy especial. Ocasionalmente coge rabietas, pero cada vez son menos, ya que está
aprendiendo a controlar su temperamento. Es muy afectuoso con las personas que conoce. Es... —alzó los hombros y abrió las manos— es Jonathan. Una persona con
sus derechos, no una copia de nadie, ni un vehículo para continuar esperanzas ni sueños.
—Mientes, Fiona. Es tu esperanza, el objeto de tus sueños. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Oh...! —la interrumpió cuando ella quiso comentar algo—. Comprendo que al principio era difícil. Fui un bruto, y tú eras demasiado joven para comprender que mi ira se dirigía hacia mí y no a ti. Pero después... debiste suponer que te ayudaría.
—Sí, supongo que sí —arrugando la frente, trató de recordar exactamente cómo se sintió en aquel entonces, cuando el terror y la vergüenza eran los únicos compañeros que no podía evadir—. Yo... en realidad no sé lo que sentía. Verás, yo te amaba y pensé que... que al hacerme el amor, significaba que me amabas. Era muy
ingenua, muy tonta. De cualquier modo, te enfadaste tanto, que volví enseguida con mis padres. Luego, cuando descubrí que estaba embarazada, se lo dije a ellos. Se
portaron de maravilla. Papá quería avisar al padre, pero nunca confesé que eras tú.
—Pero como padre de la criatura, yo tenía derecho...
—Lo sé, pero estaba demasiado herida por tu rechazo, para darme cuenta. En
realidad no relacionaba al bebé contigo, aunque parezca tonto. Hasta que no comenzó a parecerse tanto a ti, no pensé que... tenías derechos sobre él. Y luego...
bueno, mis padres murieron, y Jonathan era todo lo que tenía. Temía que si te enterabas, tratarías de interferir en nuestras vidas. Ella esperó encontrar alguna
emoción reflejada en su rostro, pero se equivocó, ya que su expresión era remota, tan fría como la caridad que le ofrecía... y que ella iba a aceptar por el bien de Jonathan.
—Quieres interferir, ¿verdad? —preguntó categórica.
—Tengo que hacerlo, Fiona. No tenías derecho a esconderme el nacimiento de Jonathan, aunque comprendo por qué lo hiciste. Obviamente, necesitas dinero; si no, no hubieras venido a la entrevista. ¿Por qué?
—No es tanto por el dinero en sí. Es por Jonathan. Tuvo un fuerte ataque de bronquitis hace algunos meses y aún tose. El doctor dice que necesita sol y una vida en el campo. Es por eso por lo que... esta oportunidad me pareció maravillosa.
—Lo siento —Harry arrugó la frente—. ¿La enfermedad le ha dejado algún
rastro grave?
—No... ¡oh, no!
—Creo que le podemos dar esa vida en el campo —dijo, mirándola.
—¡No puedo trabajar para ti! —exclamó ella, acalorada—. No seas absurdo.
—No quería decir eso. Sugiero que nos casemos. Será cinco años más tarde pero, como se dice, "mejor es tarde que nunca".
Fiona tragó saliva, incapaz de pronunciar una palabra.
—Tienes que estar loco, yo no podría... —murmuró.
—Puedes y lo harás, querida —se inclinó hacia adelante—. Es lo más sensato, como comprenderás, cuando lo pienses un poco. El niño necesita una familia, un padre. Es mi hijo y soy responsable de él. No tengo la intención de dejarlo sufrir bajo
el estigma de la ilegitimidad, así que tendremos que casarnos. ¡Oh!... —continuó cuando ella lo miró aterrorizada—. Será sólo un formulismo, te lo prometo, a no ser
que desees que se convierta en un verdadero matrimonio.
—¡No!
—Lo suponía... ¡Pobre Fiona! Has sufrido mucho por una noche de locura, debida a la sangre caliente de la juventud y al exceso de vino. Nunca podré compensarte estos últimos cinco años, pero te garantizo que tu futuro y el de Jonathan están seguros.
Comprendió que no podría escaparse de él. La desesperación vibraba en su voz cuando objetó:
—Pero... todos lo sabrán. Es decir... lo siento, Harry, pero no podría enfrentar el que la gente supiera que fui tan estúpida como para... bueno, para amarte tanto.
—Es una manera anticuada de expresarlo, querida, pero te comprendo. Nadie se enterará, con excepción de mi madre, quien tendrá que saberlo, pero no te preocupes por ella. Su única ambición durante los últimos cinco años ha sido que me
case, así que aceptará la situación, especialmente cuando vea a Jonathan. No, la historia que contaremos es que nos conocimos y nos casamos hace cinco años a pesar de los reparos de tus padres, pero discutimos y nos separamos. No me avisaste del
nacimiento de Jonathan porque temías que yo fuera a quitártelo. Pero ahora nos hemos encontrado de nuevo, y hemos decidido que aún nos amamos.
—¿Cómo explicarás el no haber comunicado tu matrimonio a los tuyos? —
preguntó Fiona fríamente.
—Porque hería mi orgullo que una mujer me abandonara. Muchas personas me encontrarán completamente incapaz de admitir un fracaso. Fiona tembló ante el
ligero tono de desprecio de su voz. Lo miró fijamente, viendo la diferencia después de cinco años. En aquel entonces él era increíblemente atractivo, temerario por la
seguridad que le daban su apostura, su riqueza, pero, principalmente, su
personalidad. Por ello se había adueñado de su corazón y su cuerpo con tanta facilidad. En resumen, su imprudencia y su pasión habían dado lugar a Jonathan, y era él, el producto de la locura juvenil, quien importaba. Sin pensarlo más, sabía que
se casaría con él, con aquel hombre frío y calculador, que se lanzaba al matrimonio porque pensaba que era su obligación hacerlo.
—Todo depende de Jonathan. Si le caes bien, llevaremos a cabo los planes. De otra manera... no.
El se rió, pero sin pizca de humor.
—Te casarás conmigo aunque él grite cada vez que me mire. Es un Sutherland...
no espero que comprendas lo que eso significa hasta que hayas vivido en
Whangatapu, pero él tiene derecho a una mejor vida de la que tú puedes ofrecerle.
Así que decídete, Fiona. Considera que el destino ha querido que nos encontráramos de nuevo. No hay escape ni para ti ni para mí. Ahora, te llevaré a casa. Deseo conocer
a mi hijo —sonrió con poco entusiasmo.
Fiona se puso de pie, ignorando la última frase.
—No puedes obligarme a que me case contigo —dijo firmemente, tratando de esconder el miedo que vibraba en su voz.
—No lo creas —contestó fríamente—. No tienes otra salida, querida. Debes
tratar de aceptarlo y disfrutarlo, ya que deberás aparentar ser una esposa enamorada cuando nos vayamos hacia el norte. No deseo más murmuraciones de las necesarias.
Las lenguas se soltarán durante algunas semanas, hasta que les llegue otro tema de discusión. Bueno, ¿qué esperamos? Es hora de irnos.
Harry disponía de un coche que había alquilado, no demasiado grande, para
facilitar su estacionamiento, pero sí muy lujoso.
Cuando llegaron frente a una vieja mansión, convertida en un panal de
apartamentos de alquiler, él la miró con desagrado.
—Este no es un lugar para un niño —comentó—. Entra y búscalo. Dile a quien sea que lo esté cuidando que vais a pasar la noche con unos parientes. Tráete una
maleta con alguna ropa.
—Pero... ¿adónde...?
—He reservado una habitación para vosotros en el hotel. De regreso haré los arreglos para la boda. Eso nos dará tres días para conocernos más. Luego será mejor que tomemos un par de semanas de vacaciones para que el niño se acostumbre a mí
—la miró con ironía— y... tú también.
Jonathan estaba sentado en la pequeña sala de la señora Wilson, ante el televisor, viendo un programa para niños. Cuando su madre entró, gritó entusiasmado y saltó, colocando sus brazos alrededor de ella.
—Hola, querido —Fiona lo besó amorosamente.
—Mami, me he portado bien. La señora Wilson me hizo un huevo para el almuerzo y dibujamos una cara en la cáscara.
Se parecía tanto a Harry, que su corazón se detuvo durante un momento. "Dios quiera que nunca desarrolle el cinismo o la dureza de su padre", pensó Fiona con
fervor.
—Me alegro, cariño. Ahora deberás darle las gracias a la señora Wilson y
decirle adiós.
—¿Deseas una taza de té, querida? ¿Has logrado la entrevista? ¿Piensas que te darán el trabajo?
La señora Wilson era dulce y estaba sola en el mundo. Iba a añorar a Jonny, como solía llamarle. Fiona no podía mentirle, así que le indicó al pequeño:
—Jonathan, vuelve a mirar la televisión, querido —luego, cuando el niño obedeció, continuó—: Algo maravilloso ha pasado hoy, señora Wilson. El... el
hombre que me ha entrevistado es el padre de Jonathan. Como verá, no soy viuda.
Lo dejé antes de que supiera que estaba en estado, y cambié mi nombre porque temí que tratara de quitármelo. Ahora... quiere que vuelva con él.
—¡Oh, querida hija! —la señora Wilson suspiró entusiasmada—. ¡Qué bueno será eso para ti... y para Jonny! Pero os voy a echar de menos —se llevó un pañuelo a los ojos, y luego continuó—: Claro, tienes razón para volver con él. Jonny necesita un
padre. ¿Cuándo os iréis?
—Desea conocer a Jonathan antes de marcharnos.
—Es una cosa muy sensata. ¿Estás contenta?
—Sí, muy feliz, no sólo por el bien de Jonathan, señora Wilson.
—Me alegro. Te lo mereces y necesitas que te cuiden. Siento mucho verte
adelgazar y tan preocupada. Mantente en contacto conmigo. Estaré esperando noticias de tu nueva vida.
Emocionada, Fiona se inclinó para besar la suave y arrugada mejilla.
—Gracias —y antes de echarse a llorar, llamó al niño.
Este regresó, le dijo adiós y le dio las gracias a la señora Wilson con sería
cortesía. Luego tomó la mano de Fiona mientras caminaban por el largo pasillo hasta la puerta de su apartamento.
—¿Qué vamos a cenar, mami?
—No lo sé, querido —Fiona abrió la puerta, entraron y dijo—: Nos vamos a quedar en un hotel esta noche, Jonathan, así que tendré que llevar algo de tu ropa. Si te pongo tu mejor traje sobre la cama ¿sabrás vestirte?
—¿Mis pantalones largos, la chaqueta que me hiciste, y mis zapatos nuevos? Sí, puedo hacerlo solo, mami.
Mientras metía su ropa en una maleta, Fiona sintió el corazón oprimido.
¡Cualquier sacrificio valía la pena por su hijo!
Harry estaba esperando junto al coche. Se enderezó y caminó hacia ellos; su rostro, una máscara impávida, excepto por la luz que asomó a sus ojos cuando se fijó
en el pequeño, su joven imagen, con excepción de que el cabello de Jonathan tenía algo de los tonos cobrizos del cabello de su madre. Al tomar las maletas, Logan dijo
suavemente:
—¿Le has contado algo?
—No —repuso ella.
—Bueno —le sonrió al niño—. Hola, Jonathan.
—Hola, señor —le miraba con curiosidad—. ¿Vamos contigo?
—Sí, puedes sentarte atrás.
—¿Con mami?
—No, pienso que mami deberá sentarse delante para que vea a dónde vamos.
Con la cabeza inclinada hacia un lado, Jonathan inspeccionó a su padre sin
parpadear. No era difícil comprender que era una recapitulación entre los dos varones, que nada tenía que ver con Fiona, excepto que ella era la causa.
.—De acuerdo —contestó el niño alegremente—. ¿Cómo te llamas?
—Harry, ¿y tú?
—Soy Jonathan Harry, y tengo ya cuatro años. Mami cumplió veintitrés, y tuvimos un pastel con veintitrés velitas. ¿Qué edad tienes tú?
—Treinta; y entra en el coche, vamos...
—No saltes, querido. El coche no es de Harry, así que tienes que tener un
cuidado especial —le dijo Fiona.
—¿Se lo han prestao?
—Prestado —corrigió Fiona al momento—. Lo ha alquilado mientras está aquí para llevarnos con él, en lugar de tomar autobuses.
—Es mejor —comentó Jonathan, y exploró los ceniceros.
Fiona le pidió que no lo hiciera, pero Harry la interrumpió.
—Déjalo, no hace ningún daño.
—No, supongo que no.
Ella también se había puesto su mejor ropa: un vestido azul, pasado de moda
hacía tres años, pero con el que estaba bien a pesar de quedarle un poco grande. Al mirarse en el espejo de su pequeño departamento, había pensado que estaba bien
arreglada sin resultar llamativa. Ahora, teniendo a Harry sentado al lado, con su caro traje, sabía que estaba fuera de lugar. Hasta la ropa de Jonathan se notaba hecha en
casa. El pensamiento la hería, pero trató de apartarlo de su mente. Harry era rico, pero quizá esto no le ganaría el afecto de su hijo. Jonathan no había conocido nada más que la bondad y el amor y, sin saber por qué, presentía que Logan deseaba el amor del pequeño. Por una vez en su vida tendría que luchar para lograrlo, pensó irónica, ya que su espléndida apariencia física, que se hacía casi irresistible para las mujeres, no surtiría efecto alguno en su hijo. Ella no se sentía preocupada por la actitud de Harry hacia Jonathan. Era la idea de la intimidad forzada en un
matrimonio sin amor lo que alteraba sus nervios.
Sabía que con facilidad cedería ante la gran atracción que aún existía entre ambos. En el hotel, su roce le había acelerado el pulso, y comprendió algo que
desconocía cuando era una joven inmadura de dieciocho años, y era que un hombre podía sentir interés sexual por una mujer que ni siquiera le gustara. A pesar de que
sus ojos la miraron con frialdad, se notaba en el fondo un calor que esperaba solamente una señal para que hiciera arder sus cenizas. Y esa señal no necesitaría gran esfuerzo. Su breve deseo fue un momento maravilloso, una noche de pasión y
entrega, un éxtasis de mutua satisfacción. Pero la lección la había aprendido, y bien, en una dura escuela. El amargo sabor de la humillación quedaría presente para
siempre en su memoria.
—¿Estás preocupada por algo?
—No, ahora... ya no —contestó en voz baja.
—Entonces, no arrugues la frente, no te queda bien. ¿A qué hora se acuesta
Jonathan normalmente?
—A las seis en punto.
—¿Duerme intranquilo?
—No. Una vez dormido se mantiene en la misma posición hasta las seis de la mañana siguiente.
—¿A las seis? —le sonrió—. Entonces, estará bien en la hacienda. Allí nos
levantamos temprano.
Agradecida, aprovechó el tema neutral de conversación.
—Cuéntame algo de allí, Harry.
—Mi familia es muy antigua en Nueva Zelanda. El primer Sutherland que llegó encontró unas tierras que se despoblaron por completo, durante las guerras, entre las
tribus, y las compró. Se llama Whangatapu, la "Bahía Sagrada" o la "Bahía Prohibida",
ya que se creía que allí vivían los turehu, la gente encantada. Ian Sutherland construyó un pequeño nikau whare para su esposa y vivieron allí durante quince
años; ella dio a luz seis hijos y él cultivaba la tierra. Cuando fueron lo
suficientemente ricos como para construir un hogar adecuado, él llevó unos albañiles de Australia y levantaron una casa de estilo georgiano, con la piedra volcánica que forma parte de los terrenos de la propiedad. La casa se encuentra aún allí, de dos pisos, en forma cuadrada, frente a la playa. Después se agrandó, pero mi padre quitó la mayor parte del estilo victoriano añadido, para dejar las puras líneas georgianas
originales. Alrededor de la casa hay un acre de jardín, que es el dominio de mi madre, y las necesarias instalaciones de la granja.
—¿A qué distancia está el pueblo más cercano?
—A unos veinte kilómetros.
—Cuando Jonathan comience en la escuela, ¿lo irá a buscar un autobús?
—Sí, viene hasta nuestra cerca. Recoge a los niños a las ocho y cuarto para llevarlos a una escuela con dos maestros, que hay a unos cuantos kilómetros de distancia. Al terminar la secundaria, lo enviaremos a estudiar la preparatoria en
Somerville, donde hacemos las compras. Hay un pequeño centro de recreo junto a la escuela donde puede ir tres veces por semana, durante las mañanas. ¿Sabes conducir?
—Sí, pero he tenido poca experiencia en caminos de grava.
—Pronto aprenderás. Puedes practicar en los caminos de la granja antes de salir.
Una pequeña cabellera morena con destellos cobrizos se interpuso entre ellos.
—¿Vamos a vivir contigo, señor? —le preguntó Jonathan con interés.
—Sí. ¿Crees que te gustará?
El niño titubeó, contestando luego con determinación:
—Si a mami le gusta, a mí también, porque yo quiero estar donde ella esté.
¿Dónde vives?
—Muy lejos de aquí, en una casa en la playa.
—¿Vives en una granja? —preguntó entusiasmado.
—Sí.
—¿Con vacas, ovejas y perros?
—Sí, tenemos de todo.
—¿Si hubiera un perrito sin amigo, crees que yo podría ser su compañero
especial?
Fiona volvió la cabeza asombrada. Ella no sabía que Jonathan quisiera un perro.
—Pues sí, creo que sí —contestó Harry—. ¿Qué clase de perro te gusta?
—No lo sabré hasta que lo vea.
—Muy acertado, porque el perro tiene que escogerte a ti también. Veremos qué se puede hacer. Creo conveniente que dejes de llamarme «señor» ahora que nos conocemos mejor.
—¿Cómo quieres que te llame?
Hubo un silencio.
—Puedes llamarme papá o Harry, si lo prefieres —le dijo en tono natural.
—¿Tú eres mi papá?
—Sí, lo soy.
—Mami, ¿él es mi papá?
Fiona asintió, con un nudo en la garganta.
—Sí, es tu padre, Jonathan.
Se oyó un suspiro del niño, que habló después en tono sereno.
—Bueno, eso está bien. Siempre quería un papá, pero mami decía que estaba tan lejos que no podía venir. Me da gusto que hayas venido, se... papá. Ahora puedes cuidar a mi mamá. La señora Wilson le dijo a otra señora que mami necesitaba a
alguien que la cuidara porque estaba muy cansada. ¿Vas a cuidarla tú?
—Sin duda alguna, Jonathan. ¿Qué es lo que más le gustaría a tu mami, lo
sabes?
Se oyó una risita traviesa antes de su respuesta:
—Quiere comprarme un tren porque cuando yo le pedí uno, ella me dijo que no podía pagarlo y luego lloro en el baño. Además, quiere libros y discos. Siempre se detiene para mirar en esas tiendas, pero creo que lo que más quiere es un tren.
—¡Jonathan! —Fiona se avergonzó ante la astucia de su hijo, pero los ojos del niño sonreían y brillaban—. Ya es suficiente —agregó con severidad—. Mira, allí hay un perro. ¿Te gustaría uno igual?
La atención del niño se distrajo al ver al inmenso "barzoi" que remolcaba a su dueño por la calle. Lo miró pasar, estirándose en su asiento para poder seguir viéndolo.
—No, es muy grande y peludo —contestó después—. Quiero un perro de mi tamaño.
—Es justo —comentó Harry—. Bueno, ya llegamos al hotel.

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