LA ESPOSA SECRETA

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Con el corazón resonando en su pecho como un tambor, Rosie entró muy despacio en la iglesia, cuando ya todo el mundo lo había hecho, y se colocó en el último banco, para
escuchar, desde una distancia prudencial, la misa en memoria de Anton Estrada, hombre que
había sido muy famoso en Londres. La iglesia estaba llena a rebosar de personas que habían querido decirle un último adiós.
Con un velo negro y la mirada baja, Rosie se agitó, sumida en su propio dolor. Casi toda su vida la había pasado sola. Sólo unos pocos meses de su vida los había compartido con Anton.
Pero aquel hombre sonriente y cariñoso se había ido, el hombre que le había dado todo el amor que le había faltado en su vida. Con lágrimas en sus ojos verdes, miró el anillo con una esmeralda que llevaba puesto en el dedo, hasta que se le desenfocó la visión. ¿La amaría alguien alguna vez tanto como él?
El murmullo de las voces la hizo volver a la realidad. Levantó su mirada y se dio cuenta de que
el oficio había acabado y que la iglesia se había quedado casi vacía otra vez. Sintiéndose un poco desorientada, se levantó y se dirigió hacia la salida. El velo se le enganchó en el banco y
perdió el equilibrio.
Habría dado con sus huesos en el suelo, si no hubiera sido por una mano de un hombre que
salió de nadie sabía dónde.
-¿Está bien? -le preguntó una voz muy dulce. Ella movió sus párpados, al comprobar que aquella voz la llenaba de dolor-. Será mejor que se siente...
-No... -Rosie se estiró y se apartó un poco. Olvidándose de que se le había enganchado el velo, echó la cabeza hacia un lado y se le cayó al suelo, dejando su pelo al descubierto. De
forma involuntaria, levantó la mirada y se quedó horrorizada, palideció y a punto estuvo de que se le saltaran las lágrimas. Harry Styles la estaba mirando, sintiendo al parecer las
mismas emociones que a ella la habían dejado paralizada. Era un hombre guapísimo, más guapo incluso de lo que parecía en las fotografías que le había enseñado Anton. Tenía el pelo muy negro y una boca muy sensual. Se sintió a punto de desfallecer cuando encontró su
mirada, como si estuviera cayéndose por un precipicio. No podía respirar, ni siquiera hablar. Un sentimiento de pánico se apoderó de ella.
-¿Quién es usted? -le preguntó él, con voz ronca, acercándose y devolviéndole el velo, que
había recogido del suelo. Rosie se quedó pálida y sintió que las piernas se le iban a doblar en
cualquier momento. Harry Styles era el hijo que Anton y su esposa Thespina, de procedencia griega, habían criado como si fuera propio.
-Su velo...
Estiró la mano hacia el niño que se había convertido en un hombre. No podía ser. Harry
le agarró la mano.
-Por favor... -susurró Rosie, intentando romper aquel contacto, deseando escapar de allí
corriendo, del pánico que sintió.
-¡Christos! -exclamó Harry al reconocer la antigua esmeralda que adornaba su dedo-.
¿De dónde ha sacado ese anillo?
Rosie apartó su mano y se marchó escaleras abajo. La brisa invernal agitó su melena rizada y
el abrigo negro que llevaba desabrochado, mientras se abría paso a través de la multitud que
se agolpaba en la calle, indiferente a los frenazos de los coches al cruzar la carretera.

Rosie se paseó una vez más por las silenciosas habitaciones. Sin la presencia de Anton,
aquella casa parecía deshabitada. Después de haber borrado todo rastro de su presencia entre aquellas paredes, cerraría la puerta y volvería a su propio mundo. De todas formas no habría durado mucho, se dijo a sí misma.
Ella amaba su libertad, aunque había permitido que Anton la retuviera a su lado. Él la había persuadido, presionado y suplicado hasta conseguir que ella se trasladara a aquella casa, dispuesta a convertirse en lo que él quería que fuera, con tal de complacerle, pero sabiendo
también que tarde o temprano se rebelaría.
-Soy un espíritu independiente -le había comentado ella en una ocasión.
-Tu independencia te ha sido impuesta y ha sido demasiada responsabilidad para una chica tan
joven -había contraatacado Anton, haciendo un gesto de desaprobación-. Ya no es necesario que cargues más con esa responsabilidad, porque me tienes a mí.
Y ella se había reído y discutido, pero no mucho, sabiendo que él no podía entender la vida que ella había llevado, al igual que ella tampoco podía entender el mundo en el que vivía él.
Por lo cual tuvieron que tratar de entenderse y hacerse concesiones uno al otro.
Había tenido mucha suerte, pensó con cierta amargura. Cuatro meses de plena felicidad era
mucho más de lo que la gente conseguía en toda una vida. Cuatro meses de amor incondicional, desprendido. Los buenos recuerdos borraban los malos. Nadie podría
quitárselos. Como tampoco podían quitarle el anillo que había pertenecido a la familia Estrada
durante dos siglos, una reliquia que Anton le había puesto en el dedo con lágrimas en los ojos.
-A partir de ahora volverá a cobrar vida de nuevo, porque ahora está donde realmente pertenece.
Rosie recordó los ojos de incredulidad cuando Harry reconoció aquel anillo. Bien podría haberle dicho que sólo había aceptado aquel regalo de Anton. Si hubiera sido más avariciosa,
podría haberle sacado todo lo que hubiera querido, porque Anton estaba dispuesto a ponerle el mundo a sus pies.
Simplemente, no se imaginaba vivir con tanto dinero. Pero, como cualquier otra persona, era
capaz de sentir envidia y compasión por sí misma.
Cuando tenía nueve años,  Harry Styles había perdido a sus padres, en un accidente de automóvil. Anton y Thespina lo acogieron en su casa y lo habían criado como un hijo propio. A
Anton nunca se le pasó por la cabeza que a ella le pudieran molestar sus continuas referencias a las virtudes y talento de su hijo adoptivo.
De pronto, se dio cuenta del silencio que la rodeaba. Sintió un escalofrío al oír el eco de sus propios pasos. Debería haberse marchado el día que Anton había fallecido, pero se había
quedado tan impresionada que no había sabido cómo reaccionar. Tan sólo seis semanas antes, le habían ingresado por un leve ataque al corazón. Ella había sido la primera en
quedarse a su lado, separándose a regañadientes cuando supo que Thespina y Harry se dirigían al hospital desde el aeropuerto.
-¡Quédate! ¡Que se vayan todos al infierno! -había exclamado Anton al enterarse.
-Sabes que eso no es posible. No puedes hacerle eso a tu mujer -le había susurrado Rosie,
cuando en realidad lo que tenía que haber hecho era quedarse y enfrentarse a todos.
-Nunca la llamas por su nombre -le había dicho Anton, suspirando con dificultad.
Y ella se había sonrojado, evitando su mirada, sintiéndose culpable y dolida. Thespina había sido la esposa de Anton durante más de treinta años. Una esposa leal, a la que él había
traicionado con crueldad. Pero el hecho de que Thespina no supiera que la había traicionado
no servía para que Rosie aceptara de buen grado aquella situación.
Rosie había estado entrando y saliendo a escondidas del hospital durante toda una semana, su
natural optimismo había desvanecido los miedos que sentía por la salud de Anton. Además, sólo tenía cincuenta y cinco años. Pero el problema era que trabajaba mucho. ¡Cuánto habían
hablado de las cosas que iban a hacer en el futuro! A ninguno de los dos se le había ocurrido que el futuro iba a acabar en cuestión de semanas.
Hicieron un crucero por las islas griegas, pero el mismo día que habían vuelto a Londres, Anton
había sufrido otro infarto.
-¡Ha muerto en cuestión de minutos! -le había dicho la secretaria llorando, cuando llamó por teléfono a su oficina-. ¿Con quién hablo? -le había preguntado, ya que Rosie no llamaba
nunca. Pero cuando Anton no había ido a comer, empezó a preocuparse.
Rosie recordó que había colgado el teléfono. Naturalmente no podía ir al funeral en Grecia.
Con un gran dolor de corazón, por sentirse excluida, había ido a la misa que se celebró después. Allí fue donde se encontró con Harry Styles. Aquel encuentro fue desconcertante. Debería haber hecho las maletas y haberse marchado mucho antes. Pero
había querido estar unos momentos a solas en la casa en que había perdido al padre que había conocido durante tan corto espacio de tiempo.
-¿Rosalie...?
El corazón le dio un vuelco. Se volvió. Harry Styles estaba de pie, junto a la puerta de la habitación. Respiraba de forma entrecortada, avanzando hacia ella.
-¿No es así como te llamas?
-¿Qué está haciendo aquí? -preguntó Rosie. Su cuerpo se puso frío por el miedo-. ¿Cómo ha
entrado?
-Eres una zorra -la insultó Harry, bloqueándole con su cuerpo la única vía de escape. No apartaba ni un segundo sus ojos de ella. Era como si la estuviera traspasando con la mirada.
Con un enorme esfuerzo, Rosie se recompuso un poco, a pesar de haberse quedado completamente pálida.
-No sé quién es usted, ni qué es lo que quiere...
-¡Sabes perfectamente quién soy! -le contestó Harry acercándose un poco más a ella.
-¡Apártese de mí! -rígida por la tensión, Rosie se preguntó cómo había podido averiguar quién
era.
-Ojalá pudiera -respondió Harry, con los puños apretados.
Rosie retrocedió hasta que sus piernas chocaron contra la cama.
-¿Qué es lo que quiere?
-Me gustaría borrarte de la faz de la tierra, pero no puedo. Eso es lo que más me altera.
¿Cómo pudiste persuadir a Anton de hacer algo tan insensato?
-¿Hacer qué? -preguntó, demasiado asustada como para razonar.
-¿Cómo has podido convencer a uno de los hombres más decentes que he conocido para que sacrificara su honor y lealtad a su familia?
-No sé de lo que está hablando.
-¿Sabes lo que hizo Anton pocos días antes de su muerte? -preguntó Harry, mirando la maleta que había encima de la cama con cara de desprecio. -¿Sabes cuáles fueron sus últimas
palabras cuando murió en mis brazos?
Rosie negó con la cabeza. No sabía que Harry hubiera estado con su padre cuando éste murió. Esa información la reconfortó. Anton no había estado solo a la hora de su muerte.
Harry había estado con él. Y aunque a ella no le gustara, sabía lo mucho que él significaba para su padre.
Harry se empezó a reír a carcajadas. Sus ojos negros como la noche la miraban con desprecio.
-¡Lo último que dijo fue tu nombre!
-Oh.
-Me hizo jurar por mi honor que te protegería y respetaría sus últimos deseos. ¡Pero yo no sabía ni que existías! -Harry dio rienda suelta a otro ataque de ira-. ¡Redactó de nuevo el testamento, y si no fuera porque la publicidad destrozaría a Thespina, lo llevaría ante cualquier tribunal europeo para crucificarte, por avariciosa y calculadora, y para conseguir que no te
lleves un céntimo!
-¿Un nuevo testamento? -apretó los dientes mientras aguantaba aquella serie de insultos. Su rostro fue recuperando poco a poco el color. Por lo menos ya entendía la razón de la presencia
de Harry Styles en aquella casa, y el porqué de todo aquel enfrentamiento. Anton le había dejado una parte de su herencia en el testamento, a pesar de que ella le había dicho que
no quería ni necesitaba nada.
-Hace meses, Thespina empezó a sospechar que había otra mujer en su vida. ¡Y yo me reí de
ella, diciendo que eran temores infundados! La convencí diciéndole que Anton se pasaba tanto
tiempo en Londres porque dedicaba mucho tiempo al nuevo negocio. Qué ingenuo. No tuve en
cuenta que incluso el hombre más honrado del mundo podía caer en las garras de una mujer
joven y bella. Anton estaba obsesionado contigo... murió pronunciando tu nombre.
-Me amaba -murmuró Rosie, con los ojos arrasados de lágrimas.
-¡Y yo estaría dispuesto a que me colgaran, antes de que Thespina se enterase de todo! -gruñó
Harry.
Rosie empezó a entenderlo todo. Era evidente que Harry Styles no sabía quién era.
Asumía que era la típica amante que muchos hombres instalaban en un confortable
apartamento. Era cómico, pero no podía reír. Apretó los labios con fuerza. Anton no había
revelado su secreto para proteger a su esposa. La traición que había cometido veintiún años
atrás, se había ido a la tumba con él. Y debía respetar los deseos de su padre. La verdad sólo
causaría más daño. ¿Y qué iba a conseguir con ello? 
No necesitaba lo que Anton le había dejado. Tenía su vida propia y no tenía ningún deseo de
poseer nada de lo que por derecho pertenecía a la viuda de su padre. Moralmente no sería correcto. Pero el anillo era algo diferente. Era el único vínculo a una herencia y un pasado del que había carecido toda su vida.
-Como puedes ver, me marcho -Rosie levantó la cabeza y lo miró con antipatía-. No tienes nada de lo que preocuparte. No tenía pensado quedarme y poner en un apuro a nadie...
-Si fuera tan sencillo, no estaríamos manteniendo esta conversación tan desagradable -
interrumpió Harry-. ¡Sería yo el que te habría echado de esta casa!
-¿De verdad? -le desafió.
Harry miró la maleta que había sobre la cama.
-Seguro que no habías pensado marcharte para siempre. Seguro que tenías pensado hacer un viaje y luego volver.
-¿Para qué voy a gastar saliva tratando de convencerte de lo contrario?
-No estoy dispuesto a escuchar ningún insulto de una zorra -le contestó, muy acalorado.
Rosie no había pretendido insultarle, pero aquellas palabras la enojaron.
-¡Márchate! -le gritó-. ¡Márchate y déjame sola, cerdo ignorante!
-Sólo cuando me respondas a una pregunta -respondió Harry entre dientes-. ¿Estás
embarazada?
Rosie se quedó de piedra, bajó la mirada y enrojeció.
-Sólo si estás embarazada podría entender lo que ha hecho Anton -concedió Harry a
regañadientes. Rosie se dio cuenta de que aquella posibilidad le ponía enfermo. Su piel dorada
había adquirido una palidez insana. Así era como Harry reaccionaría si se enterara de la verdadera relación que existía entre Anton y ella.
Nadie podría poner objeción alguna a que la hija de Anton, aunque nadie supiera que existía,
pudiera reclamar su herencia. Si le hubiera dicho la verdad, seguro que en aquel momento no la estaría insultando. Ella era la hija de Anton, su única hija, la única que tenía sangre de los Estrada...
-¿Por qué no respondes? -Harry avanzó unos pasos y apretó los puños-. En nada va a cambiar mi opinión sobre ti si estás embarazada, pero si lo estás, te pido disculpas por haberte gritado.
Rosie se quedó un poco sorprendida. ¿Se estaría arrepintiendo por la forma que la había tratado? ¿Tendría miedo de que ella fuera un peligro para conseguir el control de todos los
negocios de Anton? La idea de que ella pudiera estar embarazada de Anton debía de ser un peligro para Harry Styles.
-Pero te aseguro una cosa -le advirtió-. Si estás embarazada tendrás que hacerte todas las pruebas necesarias para demostrar que el hijo es de él.
-¿No crees que eso sería algo terrible para Thespina?
Él dejó salir el aire de sus pulmones, haciendo un ruido sobrecogedor, con los ojos inyectados en sangre.
-Tu maldad es increíble...
La verdad era que nada más pronunciar aquellas palabras, Rosie se había arrepentido. Por un
momento sintió deseos de arremeter contra Thespina y Harry, pero se avergonzaba de haber sido tan rencorosa. Bajó la mirada, cerró la maleta y la retiró de la cama.
-No estoy embarazada. Puedes irte tranquilo, Harry. No soy un peligro ni para ti, ni para
Thespina -murmuró.
En aquel momento, se oyó el timbre de la puerta, rompiendo un poco la tensión que se sentía en aquella habitación.
-Debe de ser mi taxi -Rosie pasó a su lado. Le temblaron las piernas, pero la sostuvo un sentimiento de superioridad innata. Su padre había estado muy confundido con respecto a Harry, su guardián y su hijo en todo, menos en su apellido. Se alegró al comprobar que Harry no era Don Perfecto.
Anton había sido bastante ingenuo al pensar que Harry iba a recibir con los brazos abiertos a su hija natural. Rosie nunca se había creído lo que le había dicho Anton, que
Harry se alegraría de saber que tenía una hermana.
Harry había reaccionado como ella había supuesto, ante la idea de que Anton pudiera tener otro hijo. Con sorpresa y horror, ante la posibilidad de que aquel hijo pudiera quitarle
parte de su herencia. Levantó la cabeza muy alta, y pensó que ella era una persona con mejor
corazón que Harry Styles.
-¡No abras esa puerta! -gritó Harry. Rosie volvió la cabeza. Estaban en mitad de la escalera y tenía la mirada clavada en ella.
-¿Pero qué...?
-¡Calla! -susurró él, moviendo su mano en tono arrogante, para poner más énfasis a sus palabras.
Con una exasperación que no trató de ocultar, Rosie no le hizo caso y abrió la puerta. Se quedó helada al comprobar que la persona que había llamado no era el conductor del taxi.
Una mujer delgada y no muy alta, vestida de luto, la estaba mirando con cara de sorpresa.
Cuando notó la presencia de Harry detrás de ella, retrocedió unos pasos y frunció el ceño.
Ver a la mujer de su padre en carne y hueso la dejó sin respiración. No podía mover ni un músculo de la cara. De pronto, sintió una mano en su hombro. Harry pronunció unas
palabras muy suaves en griego, pero comprobó que su cuerpo estaba en tensión.
Sin decir una palabra, la mujer tomó su mano y le miró la esmeralda que llevaba en uno de sus
dedos.
-El anillo de los Estrada -susurró, moviendo de lado a lado la cabeza-. Anton te dio el anillo
para ella. Qué tonta he sido. Debía habérmelo imaginado. ¿Por qué no me lo dijiste?
-No me parecía el momento más indicado para hacerlo público...
-Sólo a un hombre se le pueden ocurrir esas cosas. Como si la noticia de que te vas a casar no me fuera a alegrar, a pesar de las circunstancias.
Sonrió y cambió la expresión de su cara.
-¿Cuánto tiempo has estado saliendo con mi hijo?
-¿Saliendo? -repitió Rosie, sin acabar de creerse lo que estaba oyendo.
-Hace muy poco -respondió Harry por ella.
-Pero tendrías que habérmelo dicho -le reprendió Thespina, en tono cariñoso-. ¿Cómo puedes
pensar que me puede angustiar tu felicidad? Si supieras cuántas cosas se me han pasado por la imaginación, antes de venir a llamar a esta puerta.
En aquel instante, se oyó el claxon del taxi.
-Mi taxi -murmuró Rosie.
-¿Te marchas? Pero si te acabo de conocer -protestó la mujer un poco desilusionada.
-Es que Rosalie tiene que tomar un avión y ya llega tarde -inventó Harry, levantando la maleta de Rosie, antes de que ella lo hiciera.
-Rosalie. Es un nombre muy bonito -musitó Thespina después de unos momentos de duda-.
Perdóname por haber llegado tan de improviso. Me habría gustado pasar un poco más de tiempo juntas.
-Siento mucho tener que marcharme tan rápidamente -murmuró Rosie, incapaz de mirarla a los
ojos.
Harry ya había abierto la puerta del taxi. Cuando ella iba a entrar, le agarró la mano,
agachó la cabeza y le dirigió una mirada fría y amenazadora.
-Todavía tenemos que hablar. ¿Cuándo vuelves?
-Nunca.
-Volverás a por el dinero, seguro -dijo Harry con los dientes apretados, para que no le oyera Thespina-. Ahora tengo que despedirrne de ti como si fuera tu novio.
Inclinó la cabeza y le dio un beso en la frente. Rosie se metió en el coche y ni siquiera se despidió con la mano, para dar un tono más realista a aquella farsa. Su corazón le latía tan
rápido que se sintió enferma.
Apretó los puños con fuerza. Estaba furiosa. Debería haberse ido antes de aquella casa.
Debería haberse marchado nada más enterarse de la muerte de Anton.
Le dio un vuelco el estómago. Vio la cara de Thespina, como la primera vez que la había visto y reprimió un escalofrío. Cuando la vio, tenía un aspecto como si estuviera a punto de
derrumbarse. Aquella mujer se había enterado de la existencia de aquella casa y había sido capaz de ir allí con valentía, sin saber bien lo que se iba a encontrar. Y al igual que
Harry, sólo se había podido imaginar una causa para que Anton mantuviera una segunda casa en Londres... que su marido que tanto amaba y que había perdido, tenía una
amante.
Rosie se sintió culpable. Si Harry no hubiera sido tan rápido de reflejos, ¿qué habría ocurrido? Si no le hubiera dicho que ella llevaba el anillo de los Estrada porque estaban
comprometidos, ¿qué habría pensado la mujer de Anton?
Rosie se compadeció de aquella mujer que nunca había sido hecho daño a nadie, y que no
había hecho otra cosa que sufrir decepciones en su vida. Thespina nunca había podido darle
un hijo a Anton. Tan sólo una vez llevó su embarazo a término, pero cuando nació el niño,
nació muerto.
Thespina se sumió en una profunda depresión y dejó que Anton tratara de superar solo sus penas. El matrimonio empezó a desmoronarse. Fue durante aquel tiempo cuando Anton le fue
infiel con la madre de Rosie, Beth.
Antes de subirse al tren que la llevaba de vuelta a Yorkshire, Rosie entró en una cabina de teléfonos. Marcó el número de la casa, rezando para que Harry estuviera todavía allí.
Cuando oyó su voz, tragó saliva y dijo:
-Soy Rosie. Sólo quiero que sepas que antes hablaba en serio. Puedes quedarte con el dinero,
¿de acuerdo?
-¿A qué estás jugando? -respondió Harry, al otro lado de la línea-. ¿Crees que me impresionas? Thespina se ha ido y tú y yo tenemos que hablar. Si no hubiera venido, no te
habría dejado marcharte. ¡Te exijo que vuelvas aquí ahora mismo!
Rosie apretó los dientes. Lo último que deseaba era hablar con él. Había llamado sólo para
saber si Thespina se había ido tranquila. Había llamado para saber si la mujer de su padre no
había sospechado nada de aquella farsa.
-Yo...
-¿Crees que tengo todo el día para hablar con una fulana como tú? -la insultó Harry.
-¿Con quién te crees que estás hablando? -Rosie le contestó, perdiendo el control-. ¿Con una
descerebrada a la que puedes insultar? Pues deja que te diga una cosa. ¡Hace falta algo más
que unos insultos y un traje elegante para impresionar a esta fulana que no tiene intención de cruzarse en tu camino nunca más en su vida!
Con mano temblorosa, Rosie colgó el teléfono y levantó su maleta, furiosa por haber llamado.
Ahora que su padre había muerto, no podía permitirse esa clase de debilidades. Estaba de
vuelta en el mundo real, no en el mundo que Anton había creado para ella. Lo único que podía conseguir siendo débil era una patada en la boca...

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