SEDUCCIÓN

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Amber O'Neil no era lo suficientemente alta como para desfilar por una pasarela, pero ya era todo un honor trabajar junto al irresistible Harry Styles, dueño de Seducción, la mejor agencia de modelos de Londres.
Amber se enamoró de Harry nada más verlo... ¡pero lo extraño fue que él también se enamoró de ella! Estaban prometidos y eran muy felices; pero después de que Amber concediera una inoportuna entrevista a un periodista sin escrúpulos, todo comenzó a desmoronarse entre ellos...

Prólogo ❤️
El vestido de boda relucía atenuado por el plástico que lo cubría para
preservarlo del polvo.
Era de satén de color marfil, y tenía un diseño sencillo. El velo era de
fino tul.
Contaba con algo más de veinte años, pero carecía de edad. No respondía a las modas y era un clásico sin tiempo, traspasado de novia a novia y adaptado por cada mujer para hacerlo especial en cada ocasión.
El vestido ya tenía historia: lo había lucido Holly Lovelace, aunque
había sido comprado originalmente para las bodas de otras dos mujeres,
hermanas...
Una de las cuales se llamaba Amber O'Neil y estaba destinada a lucir
ese vestido.
Pero todo el mundo sabía los giros y las vueltas que el destino podía
dar...

Capítulo 1 ❤️
-Bueno, Amber -el periodista levantó la vista de su cuaderno y la
miró sonriente-, ¿puedes contarnos cómo conociste a Harry Styles?
Amber dudó. La pregunta la incomodó, consciente de que rompería una regla no escrita si respondía. Ella nunca concedía entrevistas. Y tampoco Harry. Nunca dejaban que las cámaras entraran en su casa y, sin embargo, ese día lo había permitido, luego, se había pasado la tarde probándose diversos modelitos y posando en diferentes posturas por toda la casa.
Se había fotografiado con satén negro, recostada sobre los grandes
cojines blancos de la cama de matrimonio; con un vestido rosa de
cachemir, con el pelo recogido por detrás de las orejas; en vaqueros
mientras bebía zumo de naranja, sentada sobre la encimera de la cocina; y, por supuesto, frente a un centro de flores, con un lazo rojo navideño, que le
había regalado el entrevistador. Iba a aparecer en la edición prenavideña de
la revista y por eso había tenido que decorar su casa con varias semanas de antelación.
Lo que no le importaba lo más mínimo, pues las navidades eran una
de sus fechas del año favoritas... en las que siempre se volvía un poco
loca. Por eso no habían tenido que insistir apenas para que colocara el
árbol de Navidad tan pronto. Al fin y al cabo, las tiendas llevaban casi un
mes ya con los escaparates decorados.
El fotógrafo le había dicho que el brillo del vestido contrastaba muy
estéticamente con el verde del abeto. Y también la habían querido
fotografiar en el jardín, con un vestido muy fino; pero, dejando de lado el frío que hacía, Amber no había caído en la vieja trampa: sabía que habrían aprovechado la posición del sol para asegurarse de que la tela del vestido terminase siendo totalmente transparente... ¡y habrían publicado la foto para que el mundo entero la viera desnuda!
Y si bien no estaba segura de cómo reaccionaría Harry ante aquella
entrevista, no le cabía duda de que la foto lo enfurecería. Para estar
habituado al mundo de la moda, donde los desnudos eran tan frecuentes, Harry Styles era el hombre más anticuado con respecto a su prometida.
¡Su prometida!
Amber tragó saliva, emocionada, y miró hacia la enorme piedra
preciosa que rebrillaba en el tercer dedo de su mano izquierda. Todavía le costaba creérselo, pero el anillo de pedida era real y prueba suficiente de su compromiso con Harry Styles... el hombre al que amaba con una pasión
que la espantaba. El hombre de sus sueños. El hombre...
-¿Amber?
-¿Sí? -preguntó ésta después de pestañear dos veces.
-¿Decías? -preguntó el periodista, con la suavidad de un
entrevistador profesional-. ¿Cómo lo conociste? -le recordó la pregunta
al ver que Amber no respondía.
-¡Ah, eso! -exclamó ésta. Bueno, ¿por qué no?, ¿por qué no dar a
conocer su historia? Harry le había regalado el diamante más grande que
jamás había visto ella... de modo que era obvio que no le importaba que el
mundo entero supiese que estaban prometidos. De hecho, ella quería
contárselo a todo el mundo y provocar un buen revuelo...
Porque desde que Harry le había puesto el anillo en el dedo, Amber
había notado cierta pérdida de entusiasmo por parte de éste, como si el compromiso lo hubiera cambiado todo entre ambos. Y la preocupaba.
-¿Que cómo conocí a Harry? -prosiguió Amber-. Pues no fue nada
especial... bueno, por supuesto que fue especial, pero... -se quedó
callada, tratando de expresar el impacto físico y psicológico de enamorarse a primera vista de su prometido.
-Oye -intervino el entrevistador mientras toqueteaba la
grabadora-, ¿por qué no bebemos algo mientras charlamos?
-¿Algo?, ¿un té?
-¿Alguna vez has visto a un periodista tomar té? -rió él-. Más
bien pensaba en una copa de champán.
-¿A media tarde?
-No es ilegal. He traído una botella -respondió el entrevistador-.
Para celebrar tu compromiso.
Amber accedió y se sintió absurdamente agradecida... lo que no era de extrañar, pues aún no estaba acostumbrada a su condición de futura esposa de Harry y no sabía cómo debía comportarse. ¿Sería normal que las mujeres recién prometidas tomaran champán con un desconocido a media
tarde?
-De acuerdo, señor Millington -convino Amber por fin.
-Llámame Paul -le pidió éste mientras servía el champán con la
velocidad de un hombre que ha descorchado muchas botellas-. Por tu felicidad -brindó con ironía.
El choque de ambas copas sonó como una campanada... ¡de boda!,
pensó Amber. Estaba deseando oír campanas de boda, sí. No tenía por qué celebrarse en una iglesia enorme, pero nunca en uno de los juzgados civiles de Londres. Aunque aún no habían hablado al respecto, lo que quizá fuera
un error.
-Y ahora, venga -prosiguió Paul tras conectar la grabadora de
nuevo-, dime cómo empezó todo. Tú querías ser modelo, ¿no?
-La verdad es que no. En realidad no era algo que me hubiese planteado.
-Pero todos te decían que eras muy guapa y... -aventuró él.
-¡Qué va! -Amber negó con la cabeza-. Yo no crecí en esa clase
de ambiente. Vivía en un barrio pobre de Londres.
-¿De veras? -preguntó el entrevistador, sorprendido por aquella revelación. Con el aspecto tan delicado que tenía, parecía una mujer nacida y educada en el seno de una familia rica, rodeada de todos los lujos imaginables.
-Sí -Amber dio un sorbo de champán-. Mi madre era viuda y el
dinero escaseaba. Se tuvo que matar a trabajar para sacamos adelante a mi
hermana y a mí en un mundo hostil. Y en ese mundo, la belleza era
peligrosa.
-¿Por qué peligrosa? -le preguntó el periodista interesado.
Amber asintió mientras los recuerdos se agolpaban en su cabeza.
Recuerdos dolorosos, como la reticencia de su madre a hablar con ella sobre sexo; como el susto que se llevó con su primera menstruación o la extrañeza que le provocó el veloz desarrollo de sus pechos. Le había dado miedo pedirle a su madre que le comprase un sujetador, por no hablar del temor que le inspiraban las miradas lujuriosas de los hombres del
vecindario.
-Era ese mundo en el que las chicas se quedaban embarazadas a los
dieciséis años y luego las abandonaban. No había trabajo y los hombres acechaban. Una cara bonita era un reclamo peligroso -insistió Amber.
Había aprendido en seguida la importancia de afearse, prescindiendo de maquillajes y usando ropa que ocultara su cuerpo. Mientras sus amigas se ponían vaqueros ceñidísimos y tops atrevidos, Amber elegía ropa amplia
y suelta, que la ayudara a pasar desapercibida. Por su parte, su hermana Ursula había adoptado otra estrategia: se había dedicado, simplemente, a
engordar.
-¿Alguna vez te cansaste de rechazar a esos hombres? -inquirió
Paul.
-Nunca. Ni siquiera dejé que se acercaran lo suficiente para tener
que rechazarlos. Pero sabía que ahí fuera había algo mejor. El piso en que
vivíamos era diminuto, así que me marché de casa en cuanto pude... con
dieciséis años.
-¿Tenías estudios?
-¿Estás de broma? El colegio al que iba no se caracterizaba
precisamente por la calidad de su enseñanza -repuso Amber con
sarcasmo-. Se daban por satisfechos con que los jóvenes no estuvieran
tirados en la calle.
-Pero no entraste en la agencia de modelos Seducción hasta casi
cumplir los veinte años, ¿no?
-Sí.
-Entonces, ¿qué hizo una chica de dieciséis años sin título de
bachiller siquiera?
-Conseguir trabajo para ir tirando. En hoteles, sobre todo. Yo he
limpiado habitaciones, he atendido en recepción, he trabajado en la barra
del bar y he servido mesas. No se gana mucho, pero da para un alquiler en
el centro de Londres.
-Chica lista -el entrevistador volvió a llenarse la copa-. Y le
sacaste jugo a la ciudad, ¿verdad?
-Eso creo. Hice todo lo que era gratis... así que me recorrí todos los
museos y galerías de arte hasta conocerlo al dedillo.
-Serían tiempos de muchas emociones.
-Guardo muy buen recuerdo de esa época -aseguró Amber-.
También me aficioné a la lectura, devoraba todos los libros que caían en
mis manos -añadió.
-¿Y luego?
-Los hombres del hotel no paraban de decirme que tenía una cara
muy bonita... -Amber se encogió de hombros.
-¿Te importaba?
-No, claro que no me importaba -negó con la cabeza, aunque aún
recordaba a varios empresarios, tan ricos como desagradables, que habían
intentado propasarse con ella-. Pero fue difícil ignorarlo, sobre todo
cuando la novedad de emanciparse se pasó. Trabajaba mucho y me aburría
más, la habitación donde vivía dejó de parecerme un palacio...
-Adelante -la instó Paul.
Le resultaba extraño el desahogo que le producía hablar del pasado.
Amber abrió los ojos con horror y dejó que las palabras fluyeran,
estremecida al recordar al corpulento director de una empresa que le había
propuesto que se convirtiera en su amante.
-Me puse a pensar en el futuro -prosiguió-. Y me di cuenta de
que, si no tenía cuidado, acabaría esclavizada como mi madre. Sólo que yo no era una viuda con dos hijas a mi cargo; yo no tenía esa responsabilidad
y podía ampliar mis horizontes. Comprendí que me estaba perjudicando
por no sacar partido de mi físico.
-Y por fin te tiraste a la piscina y te liaste con Harry Styles-se
precipitó el periodista.
-No. No me lié con Harry hasta pasados muchos años -corrigió
Amber, molesta con aquella observación impertinente-. Fui a la agencia Seducción...
-¿Por qué elegiste Seducción? -la interrumpió él-. Habrías visto
alguna foto del dueño y...
-Te equivocas. No tenía ni idea de que Harry existiese; sólo sabía que
Seducción era la mejor agencia de modelos de Londres. Así que entré y...
y...
Resultaba difícil poner en palabras lo que sintió la primera vez que vio
a Harry. Iba vestida muy seductoramente, o al menos eso pensaba ella. Su hermana le había dicho que si tenía intención de visitar una agencia de modelos, debía explotar todos los encantos de su cuerpo.
Y le había hecho caso.
Se había deshecho de la coleta y de las ropas de camuflaje. Se había
lavado su largo cabello dorado para que reluciera sobre sus hombros; pero había cometido el pecado capital de las novatas: desacostumbrada a
maquillarse, había usado la sombra de ojos, los pintalabios y el colorete
con tanto exceso como ausencia de conocimiento. De haber tenido a una amiga, ésta la habría advertido; pero no contaba con más apoyo que el de
Ursula, tan ignorante como ella en el manejo de los cosméticos.
Y se había comprado ropa para la ocasión: una falda demasiado corta
y una blusa demasiado ajustada. Había entrado en Seducción sobre dos
zapatos de tacón alto y...
-¿Y? -la presionó el entrevistador.
-Y vi a Harry Styles, ahí, sentado, vestido todo de negro. Jersey
negro con cuello de polo, vaqueros negros, pelo negro... Tenía algo, no
sabría describirlo, que atrajo mi atención, como si tuviera una luz interior especial. Era...
-¿La cosa más sexy sobre dos patas? -sugirió Paul-. ¿La
testosterona en persona?
Amber soltó una risotada. Era una manera escandalosa de expresarlo.
Aunque se ajustaba a la realidad.
-Bueno, sí -concedió ella-. Pero su atractivo iba mucho más allá
de su físico. Tenía mucho carisma... El caso es que estaba sentado,
hablando por teléfono y con todas esas fotos de chicas preciosas colgadas
por las paredes. Estuve a punto de marcharme.
-¿Por qué?
-Me sentí intimidada, fuera de lugar -Amber se encogió de
hombros.
-Entonces te miró y dijo...
-Colgó el auricular, me miró durante unos segundos eternos y me
dijo que, si empezaba a llevar tacones altos, era probable que consiguiera
mucho dinero en... sugirió que iba vestida como una... -todavía le dolía
recordar aquellos instantes.
-¿Cómo?
-Como una prostituta -especificó de mala.
-¿Eso te dijo?
-Lo sugirió.
-¿Y qué respondiste?
-Que sus ojos parecían dos semáforos.
-¿Semáforos?
-Sí -Amber rió-. Es que sus ojos son verdes, pero esa vez también
eran rojos. Tenía gripe, era la primera vez que se ponía enfermo desde
hacía años. Todos decían que era muy mal paciente.
-¿Cómo se lo tomó?
-Rompió a reír. Echó la cabeza hacia atrás, se echó a reír y cuando
dijo touché todos dejaron lo que estaban haciendo y me miraron. Al
principio creía que me miraban por la pinta que llevaba; pero mucho más
tarde me enteré de que estaban asombrados porque nunca habían visto a Harry reírse tan desinhibido.
-¿Quieres decir que es un hombre seco?
-No tanto. Quiero decir que no hay muchas personas que puedan
hacerlo reír.
-¿Y tú eres una de ellas?
-Eso espero.
-Así que te contrató y te pidió con él.
-No -Amber negó con la cabeza-. Me dijo que no era lo
suficientemente alta para ser modelo.
-¿Ah, no? -preguntó el entrevistador mientras la miraba de arriba abajo.
-Yo mido sólo metro setenta y cinco y la mayoría de las modelos
llegan al uno ochenta hoy día.
-¿Qué le dijiste?
-Que, a cambio, él no era lo suficientemente amable para ser mi jefe.
Y eso lo hizo reír de nuevo.
-Y te marchaste.
-Estuve a punto. Pero en ese momento sonó el teléfono y Harry
comenzó a hablar; y sonó una segunda línea y empezó a hacer gestos de impaciencia con la mano, así que descolgué, respondí, tomé nota del
mensaje y me dispuse a marcharme -explicó Amber-. Entonces me
llamó, me preguntó si sabía escribir a máquina y le dije que sí. Luego me
preguntó si sabía servir cafés y le dije que sí... y que si él también sabía.
-Y volvió a reírse.
-Exacto.
-¿Y entonces?
-Entonces me ofreció trabajo como secretaria.
-Y le dijiste por dónde podía meterse el trabajo, ¿no?
-Estuve tentada -confesó Amber-. Pero tenía curiosidad. Había un
ambiente de locos en la agencia, frenético. Y le dije que tenía que
pensármelo. Él contestó que no tenía tiempo para discutirlo en esos
momentos, pero me ofreció hablar de ello esa noche cenando... y apareció
con otras dos modelos.
-O sea, que no fue la velada más romántica de tu vida -ironizó
Paul.
-En absoluto. Las dos chicas se pasaron el tiempo metiéndose la una
con la otra y tratando de captar la atención de Harry.
-¿Y qué hiciste?
-Las dejé que siguieran y me limité a disfrutar de la cena.
-Lo cual lo sorprendió.
-Lo dejó asombrado. Primero mandó a casa a las dos modelos y
luego miró mi plato vacío y dijo que nunca había visto comer tanto a una
mujer. Y yo respondí que es que yo no tenía costumbre de comer en
restaurantes así y que, si no era capaz de apreciar esos platos tan
deliciosos, es que su paladar estaba atrofiado y quizá debiera tomar comida normalita durante una temporada.
-Y siguió riéndose.
-En efecto. Entonces me preguntó si sabía cocinar y contesté que sí,
por supuesto, pero que si estaba buscando una secretaria o una esposa.
-Déjame que adivine: te miró a esos grandes ojos azules que tienes y
te dijo que lo segundo; que llevaba toda la vida esperando a una chica
como tú.
-En absoluto. Frunció el ceño y me dijo que, si iba a trabajar para él,
tendría que hacer algo con mi imagen -Amber dio un sorbo de champán y
disfrutó recordando lo fácil y divertido que había sido todo al principio-.
Yo le pregunté si eso significaba que me estaba ofreciendo el trabajo y él
respondió que por supuesto.
-Y saltaste de alegría.
-No. Le dije que no podía aceptar el trabajo salvo que incluyese
alojamiento, porque mi trabajo en el hotel era como interna, y él contestó
que no había problema; que encontraría donde alojarme.
-Con idea de que te mudaras a su casa. Supongo que fue ahí cuando
saltó la chispa.
-No, no. Me estaba ofreciendo el piso destartalado que había encima
de la agencia... Bueno, no estaba tan mal -se corrigió Amber-. Así que
me mudé allí.
-¿Y se fue a vivir contigo?
-¡Ni hablar! -Amber rió-. No me imagino a Harry viviendo allí. El
tenía un apartamento mucho más grande con vistas a Hyde Park.
-¿Este apartamento? -preguntó el entrevistador tras mirar en
derredor.
-Sí... Al final me vine con él aquí, pero así fue cómo empezó todo.
-Vamos, que fue un romance apasionado desde el primer momento
-concluyó Paul.
-Al contrario: trabajé dos años para Harry antes de que me pusiera
una mano encima -aseguró Amber-. Digamos que se enamoró de su
obra, como en Pigmalión.
-¿Y cómo lo hizo?
-Me llevó a una peluquera y a una experta en maquillaje. Luego, me
recomendó una modista que me asesoró sobre el tipo de ropa que debía ponerme.
-Pues te dio buenos consejos -murmuró el periodista mientras
miraba las piernas de Amber, descubiertas por el vestido corto que lucía.
-A Harry sí se lo pareció -replicó ella, molesta por el descaro de
Paul.
-Sí, Harry... -el entrevistador dio un nuevo sorbo de champán-. Le
van muy bien las cosas, ¿verdad?
Amber asintió. A veces pensaba que, en realidad, las cosas le iban
demasiado bien. Con lo bien que marchaba la agencia, apenas parecía
encontrar tiempo para verla, a pesar de que se había asociado con Jackson
Geering.
Lo había elegido para descargarse de trabajo, pero éste se había
mostrado tan eficiente que, al final, se habían abierto nuevas sedes de la
agencia. Como la que iba a inaugurar en Nueva York.
Y aunque a Amber la asustaba que el estrés acabara afectando a su
salud, no podía decirle a un hombre de treinta y cuatro años cómo debía
vivir su vida.
Miró el reloj y vio que eran casi las cinco. En cuanto se deshiciera de
Paul Millington, podría ponerse a cocinar. La encantaba preparar platos
con muchas verduras, comidas sanas y baratas, y aunque Harry le decía que eran suficientemente ricos para comer caviar toda la vida, Amber seguía ligada a la dieta que había llevado durante su infancia.
El periodista notó que Amber quería finalizar la entrevista. Mejor. Las
personas solían ser más indiscretas cuando comenzaban a impacientarse. Y de las indiscreciones nacían los reportajes más sabrosos...
-¿Dónde te propuso matrimonio Harry?
-¡Ah, no!, ¡eso sí que no voy a contarlo! -Amber rió-. Me mataría
si te lo dijera.
-O sea, que fue en la cama.
-¡No voy a contártelo! -repitió Amber, ruborizada.
Lo cierto era que no había sido en la cama, sino en el cuarto de baño
de una casa, durante una fiesta a la que habían asistido por puro
compromiso.
Harry no solía hacer nada que no le apeteciera y apenas tenía vida
social. Para empezar, le faltaba tiempo y, para seguir, prefería llevar una vida sencilla, alejada del glamour del mundo en que trabajaba. Pero los
anfitriones de aquella fiesta eran los propietarios de la revista de moda de
más tirada del país y hasta Harry había accedido a personarse.
-¿Vamos a ir? -le había preguntado él una mañana, camino de la
agencia.
-¿Tenemos que ir? -había respondido Amber.
-No es obligatorio, cariño... pero puede ser divertido.
-¿Divertido? -se había extrañado ella, que aún se sentía incómoda
en aquellas reuniones de ricachones desconocidos.
-Podrías ver el tipo de vida que nosotros podríamos llevar -se había
explicado Harry. Pero ni aquellos lujos ni las mujeres que lo acosaban en aquellas fiestas eran del agrado de Amber-. ¿Qué te pasa? -le había
preguntado luego al advertir la expresión resignada de ella.
-Nada.
-Algo te pasa -había insistido Finn-. ¿Es por las otras mujeres?
-Es natural, Harry -había respondido ella, sonriente-. Eres un
hombre muy atractivo y es normal que te persigan.
-¿No pensarás que las aliento?
-No.
-¿Ni siquiera inconscientemente?
-Tú no necesitas tener un harén de mujeres para reforzar tu
autoestima -había contestado ella-. Puedes seguir con tu club de
admiradoras, Harry Styles.
Luego, una vez en la fiesta, y durante la cena, Amber había procurado
hablar con un joven director de cine. Después de media hora, había cazado
una mirada de Harry.
-Reúnete conmigo abajo -le había pedido éste, tras acercarse a
Amber con decisión.
-¿Por qué?
-No hagas preguntas.
-¿Ni siquiera sobre el punto de encuentro?
-¿Por qué no te escondes en uno de los pasillos oscuros del
vestíbulo? -repuso Harry con tono seductor-. ¿Y me dejas que te
encuentre?
El corazón le había latido al ponerse de pie, convencida de que todo el
mundo debía de haber notado las intenciones de ambos; sin embargo, no le había dado la impresión de que nadie los hubiera echado de menos.
Después de entrar en uno de los servicios de la planta baja, donde se
peinó el pelo, se lavó las manos y se pintó los labios, Harry abrió la puerta y la miró excitado mientras se metía y echaba el cerrojo de los aseos.
-¿Harry?
-¡Chiss! -había chistado éste, justo antes de abrazarla y comenzar a
besarla...
-¡Harry! -había protestado Amber al notar que le estaba acariciando
un pezón.
-¿Qué?
-No debes hacer esto.
-¿Por qué no?
-Porque... porque...
-¿Te has quedado sin palabras? -se había adelantado él, al tiempo
que introducía una mano posesivamente entre los muslos de Amber.
-Nosotros... no deberíamos hacer esto -había insistido mientras
tragaba saliva, excitada por la erección que notaba sobre sus muslos-.
Hay gente arriba...
-¿Y?
-¿Y si se dan cuenta de que...?
-¿De qué? -la había presionado mientras le bajaba las bragas.
-¡De que no tienes vergüenza!
-¡Y de que eres fantástico! -había concedido Amber, con una
mezcla de placer y culpabilidad mientras Harry la penetraba hasta culminar el orgasmo más increíble de sus vidas.
-He estado pensando... -había arrancado él, minutos después, aún
abrazado a Amber.
-¿A esto lo llamas pensar? -había bromeado ésta.
-Sobre esas mujeres.
-No importa.
-Claro que importa, cariño. Seguro que te molestan, ¿verdad?
-Sí -había admitido Amber-. Supongo que le molestaría a
cualquier mujer; pero espero disimularlo bien...
-A mí no puedes engañarme.
-Pero sí a los demás -había replicado ella-. Creo que he ocultado
muy bien mi impaciencia.
-Cierto. Sólo me he dado cuenta porque te conozco muy bien -
había asegurado Harry-. Cuando vi que repetías postre me di cuenta de que estabas tensa... aunque no tardaste en encontrar a alguien con quien distraerte -había añadido tras apartarle un mechón rubio de la mejilla y darle un beso en la nariz.
-¿Lo dices por el director de cine?
-Sabes que sí.
-¿Y te ha molestado? -había preguntado Amber.
-Supongo que sí -había reconocido él-. Una tontería por mi parte,
¿verdad?
-No es una tontería. Es natural sentir celos... aunque sepas que tus
temores son infundados.
-Supongo -había dicho Harry, para darle un beso en el pelo a
continuación.
-¿Tenemos que volver ahí arriba? -había susurrado ella-. ¿Por
qué no intentamos escaparnos sin que nadie se dé cuenta?
-Todavía no. Antes quiero decirte una cosa -había respondido Harry
con tono enigmático.
-¿No puede esperar?
-No, cariño. Me temo que no.
-Me estás asustando.
-No es lo que pretendo -le había asegurado él-. Esas mujeres que
se me acercan... no te respetan, ¿verdad, cariño?
-No mucho.
-Y quizá se deba a que piensen que sólo eres mi novia...
-¿Sólo? -había interrumpido Amber, indignada-. ¿Qué significa
eso?
-Algo temporal, supongo.
-¡Pero llevamos dos años viviendo juntos!
-Pero ellas no tienen por qué saberlo... y probablemente no piensen
que haya ningún compromiso entre nosotros.
-Cierto. De hecho, no lo hay -había indicado ella-. Pero no me
importa. Hoy día...
-Puede que a ti no te importe -la había interrumpido Harry-, pero a
mí sí... Lo que quiero decir es que... soy novato en estas cosas y...
-¿Qué cosas?
-En peticiones de mano... esas cosas.
-¿Peticiones de mano? -había repetido incrédula.
-¿Tú quieres?
-¿Qué? -le había preguntado, deseosa de oírlo alto y claro.
-Casarte conmigo.
-¡Harry! -había exclamado Amber, con el corazón rebosante de
felicidad-. ¡Dios, Harry! ¿Cómo puedes hacerme una pregunta así? ¡Por supuesto que quiero casarme contigo!
Y entonces, después de besarse como los enamorados que eran, él
había sacado una cajita de cuero con un anillo de diamante que encajaba en el dedo de Amber a la perfección.
-¡Santo cielo! ¡Nunca había visto un diamante tan grande!
-Eso alejará a las demás mujeres de ahora en adelante -había
comentado Harry-. ¿Te gusta?
-¡No hagas preguntas idiotas! ¿Cómo no va a gustarme? ¡Me
encanta!
-¿Entonces?
-¿Es posible que tuvieras planeado todo esto?
-¿Quién hace ahora las preguntas idiotas? -había replicado Harry,
sonriente-. Pues claro que lo había planeado. ¿O piensas que te iba a
pedir que te casara conmigo de repente, por un capricho?
-Así que saliste y me compraste el anillo...
-Te aseguro que no lo he robado -había bromeado él-. Te quiero
-había añadido, mirándola a los ojos.
-Amber... ¿Amber?
Esta despertó de su ensimismamiento y se encontró frente al
periodista.
-¿Sí? -preguntó despistada.
-Bueno, ¿dónde se te declaró? -insistió él.
-En un cuarto de baño -confesó para su sorpresa.
-¡En un cuarto de baño!
-Sí, pero no quiero responder a más preguntas; al menos, no sobre
eso. ¿Te importa?
-Claro que no me importa -respondió el entrevistador, el cual se
imaginó lo que habría sucedido en aquellos aseos. Jugueteó con un
bolígrafo entre los dedos, suspiró y se preparó para lanzarle lo que él
mismo denominaba la pregunta de la bofetada... aunque, viendo a una
dama como Amber, dudaba mucho que ésta fuera a pegarle, por mucho que la provocara-. Amber, eres una mujer muy guapa... pero vives en un
mundo lleno de mujeres bonitas, y algunas... perdona el atrevimiento, pero algunas son mucho más guapas que tú.
-No es la primera vez que me lo dicen -repuso ella.
-Entonces, ¿te importa compartir con nuestros lectores cuál fue tu
arma secreta?
-El arma con el que atrapé a Harry, ¿quieres decir?
-¡Exacto! -exclamó Paul, al cual le brillaron los ojos con lujuria.
-No tengo ninguna arma secreta -contestó Amber con serenidad.
¿Qué se había creído?, ¿que le iba a decir que era una máquina en la
cama?-. Lo que pasa es que nos queremos, así de sencillo.
-Ah... -murmuró el entrevistador, decepcionado.
-Y ahora tengo que irme. Si no hay más preguntas...
-Sólo una.
-¿Sí?
-La pregunta, más obvia en realidad: ¿cuándo es la boda?
-Bueno, Harry mencionó el Día de los Enamorados; pero no estoy
segura de que vayamos a tenerlo todo preparado para entonces. Sólo faltan
dos meses.
-¡Boda en el Día de los Enamorados! -exclamó Paul-. Sería un
titular estupendo. Te prometo que ocupará toda la portada.
Amber se puso en pie y acompañó a Paul Millington a la salida. Se
sintió incómoda por todo lo que le había contado, aunque, aparte del
comentario del cuarto de baño, no había dicho nada que no supiese ya todo el mundo, ¿no? Y lo del baño... tampoco podía dar mucho de sí, ¿verdad?

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