Londres, 1833
No era fácil pedirle un favor a una mujer que le despreciaba. Pero Harry Lord Styles, siempre había estado más allá de la vergüenza y ese día no iba a ser una excepción. Necesitaba un favor de una mujer de moral
integra, y la Señorita Caroline Hargreaves era la única mujer decente que conocía. Era excesivamente correcta y
mojigata... y él no era el único hombre que pensaba así, a juzgar por el hecho de que siguiera soltera a la edad de
veintiséis años.
-¿Por qué está usted aquí? -preguntó Caroline, su voz repleta de callada hostilidad. Mantenía la mirada fija en el gran bastidor cuadrado apoyado contra el sofá, un bastidor de encaje y madera usado para devolver la forma a cortinas y manteles después de que fueran lavados. Era una tarea meticulosa que implicaba clavar un alfiler en cada diminuto lazo de encaje y colocarlo en el borde del marco, hasta que la tela quedase tensa. Aunque
el rostro de Caroline era inexpresivo, su tensión interior fue traicionada por la rigidez de sus dedos mientras manoseaba un alfiletero.
-Necesito algo de usted -dijo Harry, mirándola atentamente.
Probablemente era la primera vez que estaba cerca de ella estando completamente sobrio, y ahora que estaba libre de su habitual neblina alcohólica, había advertido unas cuantas cosas a cerca de la Señorita Caroline Hargreaves que le intrigaban.
Era más atractiva de lo que había pensado. A pesar de las pequeñas gafas apoyadas sobre su nariz y su desaliñada manera de vestir, poseía una belleza sutil que antes se le había escapado. Su figura no era en absoluto
nada espectacular; Caroline era pequeña y delgada, sin apenas caderas o senos. Harry prefería las mujeres voluptuosas, dispuestas a tomar parte en los vigorosos revolcones de dormitorio con los que él disfrutaba. Pero Caroline tenía un rostro encantador, con ojos castaños y espesas pestañas negras coronadas por oscuras cejas que se
arqueaban con la precisión del ala de un halcón. Su cabello era una masa cuidadosamente recogida de marta cibelina, y su cutis era hermoso y limpio como el de un niño. Y esa boca... ¿Por qué en nombre de Dios nunca se había fijado antes en su boca? Delicada, expresiva, el labio superior delgado y con forma de arco, el inferior se curvaba con generosa plenitud.
En este momento esos tentadores labios estaban fuertemente apretados con desagrado y su frente fruncida
con expresión perpleja.
-No puedo imaginar lo que pueda querer de mí, Lord Styles -dijo Caroline secamente-. Sin embargo,
puedo asegurarle que no lo obtendrá.
Harry se rió de repente. Le lanzó una mirada a su amigo Cade, el hermano pequeño de Caroline, quien le
había traído al salón de la casa de la familia Hargreaves. Habiendo predicho que Caroline no estaría dispuesta a ayudarle de ninguna manera, Cade ahora parecía molesto y a la vez resignado por la terquedad de su hermana.
-Te lo dije -murmuró Cade.
No dispuesto a renunciar tan fácilmente, Harry volvió la atención a la mujer sentada ante él. La observó
pensativamente, tratando de decidir que enfoque utilizar. Sin duda ella le haría arrastrarse... y no es que él la culpara en lo más mínimo.
Caroline nunca había mantenido en secreto su antipatía por él, y Harry sabía exactamente por qué. Por un
lado, él era una mala influencia para su joven hermano Cade, un hombre de naturaleza agradable que se dejaba
influenciar demasiado por las opiniones de sus amigos. Harry había invitado a Cade a demasiadas tardes de apuestas, bebidas y libertinaje, y devolviéndole a casa en una condición lamentable.
Como el padre de Cade estaba muerto, y su madre era una cabeza hueca incorregible, Caroline era lo más
cercano a un padre que Cade tenía. Ella intentaba como mejor podía mantener a su hermano de veinticuatro años en el camino correcto, deseando que asumiera sus responsabilidades como el hombre de la familia. Sin embargo,
naturalmente Cade encontraba más tentador emular el modo de vida libertino de Harry, y los dos se habían
permitido más de una tarde disolutas.
La otra razón por la que Caroline despreciaba a Harry era por el simple hecho de que ambos eran completamente opuestos. Ella era pura. Él tenía mala reputación. Ella era honesta. Él tergiversaba la verdad para que se ajustara a sus propios propósitos. Ella era auto-disciplinada. Él nunca se había refrenado en ningún aspecto.
Ella era tranquila y serena. Él no había conocido un momento de paz en toda su vida. Harry la envidiaba, aunque siempre la había ridiculizado despiadadamente en las pocas ocasiones en las que se habían encontrado anteriormente.
Ahora Caroline le odiaba, y él había venido a pedirle un favor; un favor que necesitaba desesperadamente.
Harry encontró la situación tan divertida que una sonrisa irónica traspasó la tensión en su cara.
Repentinamente, decidió ser franco. La Señorita Caroline Hargreaves no parecía la clase de mujer que tolerara las medias verdades o las evasivas.
-Estoy aquí porque mi padre se está muriendo -dijo.
Las palabras causaron que ella se pinchara accidentalmente en el dedo y pegara un pequeño salto. Su mirada se alzó del bastidor.
-Lo siento -murmuró
-Yo no.
Harry supo por la forma en que agrandó los ojos, que le había sorprendido su frialdad. No le importó.
Nada podría hacerle fingir pesar por el fallecimiento de un hombre que siempre había sido una pobre excusa de padre. El conde nunca se había preocupado un bledo por él, y Harry hacía tiempo que había dejado de intentar ganarse el corazón del manipulador hijo de puta cuyo corazón era suave y cálido como el de un bloque de granito.
-Lo único que lamento -continuó Harry tranquilamente-, es que el conde ha decidido desheredarme.
Él y usted parecen compartir similares sentimientos sobre mi pecaminoso modo de vida. Me ha acusado de ser la criatura con menos moderación y más corrompida con la que se haya encontrado jamás -una leve sonrisa cruzó sus labios-. Sólo espero que tenga razón.
Caroline parecía algo más que un poco perturbada por su declaración.
-Parece orgulloso de ser tal desilusión para él -dijo.
-Oh, lo estoy -le aseguró con facilidad-. Mi meta es llegar a ser una desilusión tan grande para él como él lo ha sido para mí. No es una tarea fácil, comprenda, pero he demostrado estar a la altura. Ha sido el mayor éxito de toda mi vida.
Vio a Caroline lanzarle una mirada molesta a Cade, quien simplemente se encogió de hombros tímidamente y se acercó a la ventana para contemplar el sereno día primaveral en el exterior.
La casa de los Hargreaves estaba en el West Side de Londres. Era una agradable casa señorial de estilo georgiano, de color rosado y enmarcada por grandes hayas, la clase de casa que una seria familia inglesa debe tener.
-Y por eso -continuó Harry-, en un esfuerzo de última hora para inspirarme a reformarme, el conde
me ha dejado fuera de su testamento.
-Pero seguramente no pueda hacerlo del todo -dijo Caroline-. Los títulos, la propiedad en la ciudad, la
finca en el condado de su familia... creía que eran vinculantes.
-Sí, son vinculantes -Harry sonrió amargamente-. Obtendré los títulos y la propiedad sin importar lo
que haga el conde. No puede romper el vinculo más de lo que puedo hacerlo yo. Pero el dinero, toda la fortuna familiar, eso no está vinculado. Puede dejárselo a quien desee. Y de ese modo me encontraré convirtiéndome en uno de esos malditos aristócratas caza fortunas que tiene que casarse con una heredera con cara de caballo y una abundante dote.
-Que terrible -de pronto los ojos de Caroline estaban iluminados con un brillo desafiante-. Para la
heredera, quiero decir.
-Caro -protestó Cade.
-Está bien -dijo Harry-. Cualquier novia mía merecería mucha simpatía. No trato bien a las mujeres.
Nunca he fingido hacerlo.
-¿Qué quiere decir con que no trata bien a las mujeres? -Caroline jugueteó con un alfiler, y se pinchó
otra vez el dedo- ¿Es un maltratador?
-No -repentinamente frunció el ceño-. Nunca dañaría físicamente a una mujer.
-Simplemente es irrespetuoso con ellas, entonces. Y sin duda, negligente, poco fiable, ofensivo y poco
caballeroso -se detuvo y le observó expectante. Cuando Harry no hizo ningún comentario, ella le incito con
tono afilado-. ¿Bien?
-¿Bien qué? -le respondió con sonrisa burlona- ¿Estaba haciendo una pregunta? Pensaba que pronunciaba un discurso.
Se observaron el uno al otro con ojos entrecerrados y la pálida tez de Caroline tomó el tinte rosado de la
cólera. La atmósfera en la habitación cambió, llegando a ser bastante cargada y candente, crepitando por la tensión. Harry se preguntó cómo demonios una pequeña solterona delgaducha podía afectarle así. Él, quien había hecho un hábito de vida no preocuparse nunca por nadie, ni siquiera por él mismo, estaba de pronto más molesto y excitado de lo que recordaba haber estado nunca. Dios mío, pensó, debo ser un pervertido bastardo para desear a la hermana de Cade Hargreaves. Pero lo hacía. Su sangre bombeaba con calor y energía, y sus nervios
hervían en implacable fuego lento mientras imaginaba las maneras en que quería que usara esa delicada e inocente boca. Era una buena cosa que Cade estuviera allí. De otro modo, Harry no estaba seguro de que se hubiera contenido en mostrarle a la señorita Caroline Hargreaves exactamente cuán depravado era. En realidad, de pie como estaba, ese hecho pronto sería demasiado obvio a través de la delgada tela de sus elegantes pantalones de
color ciervo.
-¿Puedo sentarme? -preguntó abruptamente, señalando la silla cercana al sofá que ella ocupaba.
Ingenua como era, Caroline no pareció advertir su creciente excitación.
-Por favor. Apenas puedo esperar para escuchar los detalles de ese favor que quiere pedirme, especialmente a la vista del encanto y las buenas maneras que ha demostrado hasta ahora.
Dios, le hacía querer reírse incluso mientras deseaba estrangularla.
-Gracias -se sentó y se inclinó hacia delante despreocupadamente-. Si quiero ser reincorporado en el
testamento del conde, no tengo más remedio que complacerle.
-¿Pretende cambiar sus costumbres? -preguntó Caroline escépticamente- ¿Reformarse?
-Por supuesto que no, mi depravado modo de vida me sienta bien. Sólo voy a fingir reformarme hasta que
el viejo se encuentre con el creador. Entonces volveré a mi modo de ser, con toda mi fortuna por derecho intacta.
-Que agradable para usted -el desdén centelleaba en sus ojos oscuros.
Por alguna razón Harry se sintió herido por su reacción; él, a quien nunca le había importado un comino
lo que alguien pensara de él. Sintió la necesidad de justificarse a sí mismo, de explicar de algún modo que no era
de ninguna manera tan despreciable como parecía. Pero guardó silencio. Que le condenaran si intentaba explicar algo sobre sí mismo.
La mirada de ella continuaba sosteniendo la suya.
-¿Qué papel se supone que tengo en sus planes?
-Necesito que finja interés en mí -dijo inexpresivamente-. Un interés romántico. Voy a convencer a mi
padre de que he renunciado a beber, jugar y perseguir faldas... y que estoy cortejando a una mujer decente con la
intención de casarme con ella.
Caroline meneó la cabeza, claramente sobresaltada.
-¿Desea un falso compromiso?
-No hace falta ir tan lejos -replicó-. Todo lo que le estoy pidiendo es que me permita acompañarla a
unas pocas funciones sociales, compartir algunos bailes, uno o dos paseos en carruaje... lo suficiente para que algunas lenguas comiencen a ponerse en movimiento hasta que los rumores le lleguen a mi padre.
Le miró como si tuviera que estar en Bedlam1.⭐
-¿Qué, en el nombre del cielo, le hace creer que alguien va a creerse semejante estratagema? Usted y yo
somos completamente diferentes. No puedo imaginar una pareja más incompatible.
-No es tan increíble. Una mujer de su edad... -Harry vaciló, buscando un modo diplomático de explicarse.
-Está intentando decir, que dado que tengo veintiséis años, naturalmente debo estar desesperada por casarme. Tan desesperada, de hecho, que aceptaría sus avances sin importar lo repulsivo que me parece usted. Eso
es lo que pensará la gente.
-Tiene una lengua afilada, Señorita Hargreaves -comentó suavemente.
Ella le frunció el ceño tras sus destellantes gafas.
-Cierto, Lord Drake. Tengo una lengua mordaz, soy una intelectual y me he resignado a ser una solterona.
¿Por qué alguien con sentido común creería que tiene usted un interés romántico en mi?
Vaya, esa era buena pregunta. Apenas unos minutos antes el propio Harry se hubiera reído de la idea. Pero cuando se sentó junto a ella, las rodillas no lejos de las suyas, la emoción de la atracción encendió un repentino calor. Podía oler su fragancia, la cálida piel femenina y un fresco olor a aire libre, como si acabara de estar
paseando por el jardín. Cade le había confiado que su hermana pasaba mucho tiempo en el jardín y en el invernadero, cultivando rosas y experimentando con plantas. La misma Caroline parecía una rosa; exquisita, dulcemente fragante y algo más que un poco espinosa. Harry apenas podía creer que no lo hubiera advertido antes.
Le lanzó una mirada a Cade, quien se encogió de hombros para indicar que discutir con Caroline era un esfuerzo perdido.
-Hargreaves, déjanos solos unos minutos -dijo cortantemente.
-¿Por qué? -preguntó Caroline suspicazmente.
-Quiero hablar en privado con usted. A menos... -le lanzó una sonrisa incitante garantizada para molestarla- ¿Le da miedo quedarse conmigo a solas, Señorita Hargreaves?
-¡Por supuesto que no! -le dirigió a su hermano una mirada autoritaria- Vete, Cade, mientras trato con
tu supuesto amigo.
-Bien -Cade se detuvo en el umbral de la puerta, su atractiva cara de muchacho marcada por la preocupación-, simplemente grita si necesitas ayuda.
-No necesitaré ayuda -le dijo Caroline firmemente-. Soy capaz de manejar a Lord Styles yo sola.
-No te hablaba a ti -replicó Cade lamentablemente-. Hablaba con Styles.
Harry luchó para reprimir una mueca cuando vio a su amigo salir de la habitación. Volviendo su atención
a Caroline, se movió a lado de ella en el sofá, acercándose aún más.
-No se siente ahí -dijo ella agudamente.
-¿Por qué? -le lanzó una mirada seductora, del tipo que había vencido muchas resistencias femeninas en
el pasado- ¿La pongo nerviosa?
-No. Dejé allí un alfiletero, y su trasero está a punto de parecerse a un erizo.
Harry se rió de repente, buscando el paquete hasta localizarlo bajo su nalga izquierda.
-Gracias por la advertencia -dijo secamente-. Podía haber dejado que me diera cuenta yo solo.
-Estuve tentada -admitió Caroline.
Harry estaba asombrado de lo bonita que estaba, con la diversión brillando en sus ojos castaños, y las
mejillas aún sonrosadas. Su anterior pregunta -por qué alguien creería que estaba interesado en ella- repentinamente parecía ridícula. ¿Por qué no iba a estar interesado en ella? Borrosas fantasías se amontonaron en su