¿Por qué ella y no yo?

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—Pequeyó lo siento mucho, no logro entender muy bien a qué te refieres, pero de verdad que puedo percibir tu dolor— palabras dichas por Capelo, en forma de resoplido equino.

—Capelo, no te preocupes, no hay nada que se pueda hacer al respecto— dijo el gnomo con extremo y agobiante pesar, lo que causó en el caballo, la reacción de decirle en tono imperativo—¡Eso si que no Pequeño Yóquey! No te permitas vencerte de ese modo, este mundo está lleno de misterios y cosas sobrenaturalmente sorprendentes, no pierdas las esperanzas—.

Estás palabras aunque llenas de cierta verdad, causaron en Frantaliyus el efecto contrario a aquel que el caballo esperaba que surtiera, por lo cual el gnomo terminó por darle por respuesta la siguiente aclaratoria —¡Oh, Caballo Pelomarrón Escucha Gnomos! Eso es justamente el problema, lo extraordinariamente sobrenatural es lo que me ha quitado a mí dulce prima Ánabo— y con lágrimas en los ojos y la voz quebrada terminó por agregar —y ahora ella sufrirá por siempre, sin que nada pueda hacerse—.

Capelo no supo qué relincharle para hacerle sentir mejor, razón por la cual quedó en silencio, lo que le dió la oportunidad a Fransi de seguir desahogando su dolor —¿Por qué ella Capelo? ¿Por qué no yo? ¿Por qué no pudo ser al revés? Daría mi vida si con eso pudiera reparar lo que le ha sucedido a mi Ánabo, pero ahora ya nada se puede hacer y todo es mi culpa, no pude protegerla como le juré que siempre lo haría—.

Luego de dicho esto lloró, con fuerza, con el mismo desconsuelo que tenía anudado en los duros calambres de su alma.

Capelo, no dijo más nada en ese momento, solo se acercó lo más que pudo sobre la verja que lo separaba del gnomo, para seguir dándole consuelo equino, con los golpecitos que le propinaba con su gran hocico.

Cap. 1 | Acto II: El ilusionista temeroso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora