Carta

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Al abrir los ojos, lo primero que hice fue buscar con la mirada a Hugo. No lo llevaría bien si no apareciese.

En mi cama, donde durmió anoche no había ni rastro de él, lo mismo en el resto de la habitación.
Empezaba a hiperventilar. No se podía haber ido de nuevo.

Escucho que dicen mi nombre a gritos desde la cocina. Debe ser él. Tiene que ser él.

Apresuradamente atravesé el pasillo bajando lo más deprisa que mis piernas y coordinación permitía, las escaleras.

Mi mirada se centró en la cabellera color castaña que estaba sentada en la barra de la cocina. Suspiré por mis adentros. No había desaparecido.

-Buenos días princesa- dice con una voz profunda y ronca.

-Buenos días- sonreí, no fue un sueño después de todo... Me mordí el labio intentando reprimir la sonrisa que amenazaba con instalarse permanentemente en mi cara.

-Hola cariño, hoy estas de buen humor-dijo mi madre mientras se acercaba hacia mi con una taza de Cola Cao. No me había percatado se su presencia. En mi cabeza solo le importaba que Hugo estuviese a mi lado aun.

-Si, hoy he dormido mejor- dije desperezandome. Hugo bajó de la mesa y se acercó hacia a mí. Ahora podía apreciar sus rasgos. Tenía los ojos somnolientos y el pelo revuelto que le daba un aspecto más salvaje. Sus labios estaban ligeramente más hinchados de lo normal. Entraban ganas de achucharle la cara como a un pez.

La ropa que llevaba era la misma de ayer, un jeans con una camiseta básica blanca y una chupa marrón.

-Nunca me canso de decirte lo hermosa que eres mientras duermes- dijo depositando un suave beso en el hueco de mi cuello. Me sonrojé, el hecho que mi madre estuviera al lado mío y que ella no se percataba de nada me ponía nerviosa.

A demás, no podía hacer ningún movimiento fuera de lo normal.
Pasé mi mano por su marcada mandíbula y me fui a sentar a la banqueta que estaba al lado de él.

-¿Sabes? No tengo hambre pero es frustrante que no pueda comer nada, con lo que me gusta a mi la comida-
Dijo apoyando su cabeza entre sus dos manos. Así parecía un niño pequeño al que le han prohibido probar las galletas. Es gracioso.

-Hola- dijo Sonia con la voz ronca. Tenía los pelos alborotados como si se hubiera peleado con la almohada en un combate por la noche.

-Hija péinate un poco- criticó mi madre, con lo hiperactiva que es, se acercó a Sonia y la empezó a "peinar" con los dedos, que lo único que hacía es pegarla tirones. No sabe lo molesta que puede llegar a ser.

-Auch, ah- dijo ante el último tirón- me estas haciendo daño. Para- y paró. Me daban ganas de decirla que ya no éramos niñas chicas.

-De mi casa no sales sin peinarte guapa-avisó mi madre levantando su dedo.

Hugo rió por la situación tan cotidiana de mi casa. No pude evitar mirarlo con ternura. Estaba feliz de que estuviese a mi lado en este instante. Mi mano viajó a la suya que permanecía encima de la mesa. El paró de reír para mirarme de forma relajada.
A pesar de que fuese un fantasma, sus ojos tenían vida propia.

-Ana, espabila, no quieras llegar tarde al instituto- dijo mi padre al entrar por la puerta.

Aparté la mano y miré al alrededor. Mi familia seguía hablando sobre lo que le esperaba el día de hoy. Nunca me he preguntado sobre qué pasaría si yo no estuviese. ¿Sería lo mismo? Seguramente no, pero la vida continua y tendrías que sobrellevarlo.

Miré de nuevo a Hugo. Se encontraba mirando un punto fijo sumergido en sus pensamientos. Echará de menos a su familia...

-Mama, no quiero la tostada- dije de repente.

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