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Catalina

Llevábamos dos horas entrenado. Los patines me estaban matando para este punto, y la hora de irme se acercaba cada vez más. Mis amigos y entrenadores me habían apodado la correcaminos, ya que siempre estaba corriendo de un lado para otro. Primero entrenamiento, luego clase de baile luego ser yo la profesora de baile, cajera de supermercado... No lo hacía por gusto ni nada, pero de verdad que necesitaba el dinero. El patinaje sobre hielo es un deporte que requiere más dinero del que se gana con el mismo, y vivir en Donosti tampoco es que salga muy barato que digamos. Muchos patinadores tienen la suerte de que sus padres lo paguen todo, pero yo tenía un ganármelo. No era mucho problema, estaba acostumbrada a vivir con lo justo y necesario. Mi madre me tuvo cuando tenía dieciocho años, y en cuanto mi padre se enteró de esto nos abandonó. A partir de ese momento mi madre me empezó a aborrecer porque según ella era un clon de mi padre. Aproveché cuando me hice mayor de edad para irme a estudiar a San Sebastián con una beca completa en psicología y seguí entrenando mi deporte favorito. Fue allí donde conocí a mis dos mejores amigos, Nicolás y Luna, dos patinadores excelentes, en mi opinión. Estábamos entrenando como locos para el campeonato de España y poder ir a Rusia en un par de años si todo iba bien, aunque para eso teníamos que ganar más de cincuenta torneos. Era estresante teniendo en cuenta que tenía mil cosas en la cabeza, pero eso no me inpidió intentarlo.

-Vamos Catalina, tienes que hacerlo bien. Podríamos ser campeones a nivel mundial
-Lo sé Nico, muchas gracias por recordármelo.- comenté sarcasticamente
-No seas mala, solo quería animarte.- dijo y con esto nos dimos un abrazo. Nico era mi pareja desde que llegué a San Sebastian,y sabía que tenía potencial,pero no los medios para llegar a la cima del mundo del patinaje. Me había ofrecido su ayuda en innumerables ocasiones, pero no podía aceptarlo. Siempre he sido una chica muy orgullosa como para aceptar ayuda, y sobretodo si era económica.

Ahora que me habéis conocido un poco más, puedo ir al grano. Al terminar el entrenamiento me cambié y cogí todas mis cosas. Las 10:30, llegaba tarde al trabajo, y para colmo el autobús iba a salir en nada de tiempo. Llevaba todas mis bolsas, y mis patines en la mano. Salí de la pista y corrí directamente hasta la parada del bus, porque si no tenía dinero como para tener un piso propio, obviamente no tenía coche. Al correr tan rápido y tan distraída, no vi a quien andaba por la calle, y era raro porque era un chico muy alto. Me choqué directamente contra ese chico, tirando todas mis cosas por el suelo

-Dios mío lo siento muchísimo.- dije muy avergonzada recogiéndolo todo
-Madre mía las fans ya no sabéis que hacer para conseguir un autógrafo- respondió con un acento francés bastante marcado
-No sé quién eres y ya te he dicho perdón. No hace falta ser tan arrogante.- diciendo esto cogí mis patines y me fui ya que el autobús se iba.

(...)

-Por fin llegas, es la tercera vez que llegas tarde este mes, y estamos a quince
-Lo sé jefa, perdóneme, los autobuses últimamente no llegan y...
-Catalina no puedo permitirme tenerte legando todos los días hasta media hora tarde.
-Por favor no me despida, le juro que llegaré más pronto y me iré más tarde y..- para este punto mi voz a empezaba a temblar. No podía perder este trabajo, ¿cómo iba a pagar mis facturas y el alquiler?
-Lo siento mucho,  pero tienes que irte

Salí de allí con la cabeza baja. Solo pude coger el teléfono y llamar a mi amiga Clara. Conocía a Clara desde que tenía trece años. Su familia era perfecta y, siendo sinceros, siempre le había tenido algo de envidia. Su madre era amable y amorosa, y su padre estaba allí, todos los días dándole amor y compañía. Siempre que iba a su casa para comer algo de calidad o para pasar algo de tiempo con una familia llena de amor y comprensión. Cuando llegaba a mi casa una patada de realidad me daba en la cara. Las paredes se caían a cachos, mi madre tirada en el sofa probablemente con unas copas de más, ese olor a tabaco y a moho, y la nevera completamente vacía. Esa era la realidad de mi vida adolescente, y aun siendo mayor, esas vivencias seguían estando en mí.
-Clara, me han despedido.- dije cuando contestó al teléfono
-¿Estás de broma?¿De cual de tu trabajos?¿Necesitas ayuda?¡Dime algo!
-En el supermercado. No te preocupes por nada, algo se me ocurrirá
-Lo que tienes que hacer es concentrarte en ganar las nacionales para competir en Rusia. Sacarás una pasta.- Clara tenía razón, ese tenía que ser el objetivo. Si había perdido el trabajo por eso tenía que valer la pena, ¿no?

Estuve dando vueltas por la zona hasta que me di cuenta de que me había dejado un par de cosas en la pista de patinaje. Volví a coger el bus y me dirigí a la puerta. Cuando llegué me sorprendió ver al mismo chico con el que me había chocado por la mañana parado frente a la taquilla de entrada.
-¿Qué haces aquí? Si vienes a gritarme otra vez ya te dije que lo sentía
-Vengo a disculparme por ser un idiota
-Disculpas aceptadas
-¿Puedo llevarte a por un helado para compensarte?.- no quería aceptar, pero la verdad es que me moría de hambre
-Está bien supongo
-Soy Robin, Robin Le Normand
-Catalina Soler. Un placer conocerte

On Frozen Lands (Robin Le Normand)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora