Viejo lobo de mar.

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Un horizonte nos separaba, bueno era el no estar juntos en una busqueda que de por sí ya era desgraciada y condenada. El silbido ocasional del viento le alertaba a sus oídos lo que a de venir pronto.

Sin más se dispuso a escupir sobre las viejas tablas de su navío, un pequeño desgraciado que desafortunadamente tiene a un bastardo como capitán. Menuda sorpresa, ya estaba acostumbrado a aquello. No paraba de reproducir esa vieja canción que escuchó por última vez salir de sus labios, su pie iba al compás a la vez que tarareaba lastimosamente la dulce melodía. Un trago de ron puro disipó por completo aquellos dolorosos recuerdos de antaño, concentrandose en la madera rechinando, el vaivén de su galeón y los gritos de los asquerosos piratas en la proa.
Nuevamente inspeccionaba aquel pequeño dije de oro en su cuello, cercano a su corazón, lo sentía día y noche hablándole. La vieja vida, ya era historia. Una que no estaba dispuesto a dejar entrever, era hora de navegar...
Que jodido clima los espera. Solo esperaba que matara unos cuantos marineros, una simple razón, no había muchas provisiones para todos esos cerdos. Y debía llegar a su tesoro con el estomago saciado.

-¡Eh, capitán! ¡Necesitamos una mano por aquí!

-¡Cierra tu sucia boca sajona, Edgar! ¿Cuanto tiempo llevas en mi tripulación y aún me faltas el respeto así? Además, Oscar puede darte una mano.

Aquello le hacía gracia solo al Capitán, ya que a Oscar le faltaba una mano, no faltaron las carcajadas por parte de aquellos inútiles, como tampoco faltaron los disparos en llegar.

-Mis disculpas, capitán. Pero este corsario, necesita atención médica.

La piel del viejo caribeño se notaba más pálida y sudada, se acercó a paso firme y con una ágil destreza, puso pólvora en su arma para apuntarle sin reparos al piel morena. Con una patada lo sacó de su navío, dejando oír sin más como el cuerpo del caribeño se estrellaba en el profundo mar. Las tablas del navío eran las únicas que al parecer protestaban su bárbaro acto, encendió un puro antes de hablarle a su tripulación.

-¡Pequeños canallas, para qué tanto dramatismo! Les hice un gran favor, sarnosos. Ese corsario moriría de igual forma, no sin antes dejar a un par de ustedes manga de despreciables con aquella enfermedad contagiando aún más a la tripulación. Así que ponganse en marcha y sean de utilidad una vez en sus asquerosas vidas. Se apróxima una tormenta.

Al terminar de hablar expulsó aquel humo, sus pulmones pudieron tomar una breve bocanada de aire antes de ser envenenados nuevamente por tan tóxica adicción por parte del capitán barbón. El único en acercarse a su camarote fué Edgar, un sajón que rescató de tanta miseria rondandolo. Permanecía callado y con permanente sonrojo en su expresión, le llevó unas cuantas semanas acostumbrarse al trato por parte del capitán. Pero era de ayuda su gran aspecto musculoso, fue de su provecho el poder tenerlo en su navío. Oscar, una bestia en todos los sentidos, era su gran amigo. Ex-Filibustero, odiaba hablar de su pasado, comprensible para el capitan... Que en su antigua vida, fué bucanero. Impasible y radical en sus decisiones, Oscar era fundamental en su búsqueda, cuestionada por quien sea, pero convencido estaba, de que sería el primero en obtener tal tesoro.

-Pudo haber sido solo un mareo, y tú lo mandaste a otra vida. Bueno, quizás una mejor que esta.

-Insolente como siempre, Edgar. Si un miembro de mi cofradía se "marea" no sirve para estar en ella, no es digno de tal puesto. Dime de cuánto tiempo disponemos antes de comenzar a izar las velas.

El alto ruliento se ató la bandana en su cabeza, despejando su visión de los molestos rulos que abundaban en esta. Revisó con esmero el desgastado mapa, el cartógrafo no se detenía en un punto cardinal, sus indicaciones iban de noroeste a oeste, confundiendo al capitán.

Cortitos pero bonitos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora