⩺ Tras pasar años siendo educado en casa, apenas saliendo algunas veces de aquel lugar, Juan Diego Aquino por fin puede ir a una escuela normal y socializar, o eso es lo que esperaba, no estaba en sus planes el olvidar como hacerlo... Por lo que ten...
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—Así que... ¿Ya tiene un amigo, joven Diego?
—Sí, Lucía.
—Por Dios... Me alegro tanto por usted.
La mucama empezó a llorar levemente, asustando a Diego, que se levantó de su asiento y trató de acercarse sin saber qué hacer. Lucía le dijo que estaba bien y se secó las pequeñas lágrimas con una sonrisa amable en el rostro.
—Seguro que sus padres querrán saberlo.
Diego negó con la cabeza, evitando mirar directamente a la mucama, y murmuró:
—No les digas nada, por favor...
La sonrisa de la mucama desapareció. Miró al adolescente con preocupación y habló:
—¿Sigue sin poder hablar bien con ellos?
El castaño tragó saliva, sin saber cómo responder a esa pregunta. Lucía lo entendió y cambió de tema:
—¿Le parece si le compro un helado para celebrarlo?
Aquello llamó lo suficiente la atención del joven como para volver a mirarla y asentir efusivamente.
—Sí, por favor.
Lucía sonrió y se levantó, tomando las llaves del auto.
—Usted espérame aquí entonces.
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¿Por qué no llega?
Miércoles. Diego se encontraba parado en una esquina del patio, esperando a que el azabache llegara para saludarlo y poder estar desde temprano con él, pero estaba empezando a preocuparse de que el oji lila no apareciera.
¿Y si llega tarde?
No quería que su amigo fuera castigado, por lo que estuvo a nada de salir a buscarlo cuando sintió como alguien lo tomaba por el brazo para captar su atención.
Era alguien totalmente desconocido para él: Un chico que parecía ser de su edad, que tenía el cabello también castaño aunque de un tono más claro al suyo, que tenía ojos de diferente color, osea, heterocromía, y que usaba una polera de Pikachu, claramente no perteneciente al uniforme de la escuela.