Capítulo 8

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Emilia

Me desperté con el sonido del celular vibrando en la mesa de noche. Era Mauro. Todavía medio dormida, atendí la llamada.

—¡Buen día, dormilona! —dijo él, con su tono siempre despreocupado—. ¿Qué hacés hoy? ¿Tenés planes para almorzar?

—Buen día, Mau —respondí, tratando de no sonar muy adormilada—. No, no tengo planes.

—Venite a almorzar conmigo. Te paso a buscar en media hora.

Acepté, y en menos de treinta minutos, Mauro ya estaba tocando el timbre de mi casa. Subí a su auto y nos dirigimos a un restaurante que él había elegido. Al llegar, nos sentamos y pedimos la comida. Mauro y yo siempre teníamos algo de qué hablar, y ese día no fue la excepción. Nos reímos de anécdotas pasadas y de algunas boludeces que solo nosotros entendíamos.

—¿Te acordás de aquella vez que Enzo se quedó atrapado en el ascensor? —dijo Mauro, con una sonrisa.

—¡Sí! Pobrecito, estaba tan asustado que gritaba como loco. —reí recordando la escena.

Después de terminar de comer, mientras Mauro pagaba la cuenta, vi que Rusher y María estaban entrando al restaurante.

—Mauro, ¡vámonos! Nos van a ver —le dije, alarmada.

—¿Qué? ¿Por qué? —respondió él, confundido.

—Están Mari y Rusher, escóndete, ya. ¡Nos van a ver! —insistí, tironeándolo.

—No puede ser, justo ahora —dijo Mauro, mirando hacia ellos.

Salimos cuidadosamente sin que nadie nos viera, y ya en el auto.

—Vamos a otro lugar.

—Vamos a la facultad —dijo Mauro, encogiéndose de hombros.

—¿Cómo, si está cerrada? —respondí.

—Tengo las llaves. Nos metemos de frente a la biblioteca. Nadie se va a dar cuenta.

Acepté, sorprendida por su idea. Paramos en una tienda a comprar snacks y después llegamos a la facultad. Mauro estacionó el auto en un lugar discreto. Mientras salíamos del coche, sacó un juego de llaves y me miró con una sonrisa cómplice.

—Pensé que solo tenías la llave del cuarto de depósito para subir al último piso de la biblioteca —dije, todavía en shock.

—No, tengo las llaves de toda la facultad.

—Contame cómo tenés todo eso. Siempre decís que es por contactos, pero no sé nada.

—Soy amigo de la asistente del director —dijo, con una sonrisa pícara.

—Ah, mirá vos... —respondí, un poco celosa.

—¿Qué pasa? ¿Te pusiste celosa? —dijo, riéndose.

—¡No, nada que ver! —mentí, poniendo los ojos en blanco.

Llegamos a la biblioteca, cuidando de no ser vistos por los de seguridad. Subimos por las escaleras y entramos al espacio de arriba. Todo estaba en silencio, apenas iluminado por la luz natural que entraba por las ventanas. Mauro cerró la puerta detrás de nosotros y caminó hacia el proyector.

—Vamos a hacer de cuenta que estamos en el cine —dijo, encendiendo el proyector y preparando unos snacks que habíamos comprado.

Nos tiramos en el sofá que había ahí y empezamos a ver una serie. La pantalla gigante y el sonido envolvente hacían que todo se sintiera como una experiencia única. Durante las pausas entre capítulos, nos reímos y comentamos las escenas más absurdas. Sin darnos cuenta, ya se había hecho de noche y eran como las 11 pm.

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