Emilia★
Ya había pasado un mes desde que me castigaron, y la verdad, no aguantaba más. Mis viejos se habían puesto firmes, más de lo normal, después de que me encontraron intentando escaparme por el balcón. Fue un desastre. Justo esa noche me había dado por irme a una fiesta, y claro, me atraparon antes de que pudiera dar el primer paso. Para colmo, me pusieron candado en la puerta del balcón, ¡como si fuera una nena de 10 años! Desde entonces, no hay manera de que Mauro pueda entrar de noche, y con eso de que casi nunca lo veo, todo se siente peor. Ya cumplimos siete meses juntos, pero ni siquiera podemos celebrar tranquilos. Los momentos que paso con él se cuentan con los dedos de una mano, y la mayoría del tiempo, estoy sola, aburrida, o con mi vieja diciéndome que "es por mi bien". Hoy era uno de esos días en los que no sabía qué hacer conmigo misma. Mis viejos se habían ido al club con los de Mauro, así que la casa estaba vacía. Me habían dejado la opción de invitar a Candela, pero obvio, justo hoy tenía planes con Tiago. Genial, ¿no?
Estaba en mi habitación, doblando la ropa mientras pensaba en todo lo que me estaba perdiendo. De repente, el celular vibra y veo que era Mauro.
—¿Qué hacés? —me preguntó por mensaje.
—Nada, estoy sola. Mis viejos salieron con los tuyos. ¿Querés venir? —le contesté, esperando que me dijera que sí, porque si no, no sé qué iba a hacer con todo el aburrimiento acumulado.
—Dale, amor, en 10 minutos estoy ahí —me respondió rápido.
Sonreí al leerlo. Por fin, algo bueno en el día.
—Ok, la puerta del patio está abierta, subís. Estoy en mi habitación —le aclaré, porque no podía hacer ruido ni nada raro por si a los viejos se les ocurría volver antes.
—¿Querés que te lleve algo? —me ofreció, como siempre, atento.
—No, nada. Vení nomás.
..
Me puse a acomodar las últimas prendas que quedaban en la cama, pero de repente siento que alguien me agarra por detrás y me pego flor de susto.
—¡Hijo de puta! Casi me matás del susto —le dije entre risas cuando me di vuelta y vi a Mauro, que se estaba riendo a carcajadas. Me dio un beso rápido y me abrazó fuerte.
—Cómo extraño estar todos los días con vos, Emi. Se me hace re largo no verte seguido —me dijo mientras me miraba con esa cara de perrito que siempre me hace reír.
—Yo también te extraño. No sé cuándo me van a sacar este castigo. Ya estoy harta —me quejé, soltando un suspiro. Era verdad, sentía que se me iba a explotar la cabeza si seguían teniéndome así.
—Ya te lo habrían sacado si no te intentabas escapar otra vez... —me contestó Mauro, entre risas, recordándome la vez que me agarraron intentando fugarme.
—Todo fue tu culpa —le dije, cruzándome de brazos como si estuviera enojada.
—¿Cómo que mi culpa? ¡Si ni ibas a salir conmigo! Encima te dije que era mala idea y me mandaste a cagar —me respondió, todavía riéndose.
—Me tiraste malas vibras a mi plan —le solté, intentando sonar convincente.
—Tu plan estaba malo desde el principio, Emi. Te lo dije, pero no me escuchaste —se defendió él, levantando las manos como si se estuviera rindiendo.
—Ay, ya sé, no me lo digas otra vez —le respondí, dándole un pequeño empujón mientras sonreía.
Nos quedamos un ratito charlando, tirados en la cama. No hacía mucho que no teníamos tiempo de estar tranquilos, solos, sin tener que andar escondiéndonos o mirando el reloj. Mauro siempre sabía cómo hacerme reír, aunque estuviera de mal humor por estar castigada.