Capítulo 17

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Emilia

El primer mes con Mauro fue una montaña rusa de momentos dulces y encuentros llenos de adrenalina, especialmente en ese último piso de la biblioteca que se había convertido en nuestro refugio. Ahí, podíamos ser nosotros mismos sin preocuparnos de que alguien nos descubriera. Nos encontrábamos casi todos los días, ya sea en los recreos o después de las clases. Mauro siempre me esperaba con esa sonrisa pícara que tiene, y por más que intentara, no podía evitar que se me escapara una sonrisa también. Nos encantaba competir en la mesa de ping-pong o en el billar, aunque, siendo sincera, Mauro siempre ganaba. Pero no me importaba, porque cada vez que me ganaba, se acercaba con esa mirada desafiante y me decía: "Hoy no fue tu día, Mernes". Y yo, aunque trataba de resistirme, terminaba riéndome igual.

Hoy estábamos en la biblioteca y decidimos relajarnos en el sofá. Yo me recosté mientras Mauro se puso a jugar a la Play, totalmente metido en su partida. Estaba en esos días del mes en que las hormonas me tenían a full, y cualquier cosa me hacía explotar. Sentía que no me estaba prestando la atención que necesitaba, y eso me irritaba más de lo normal.

—Mauro, ¿me estás escuchando? —le pregunté, medio enojada, mientras él seguía jugando.

—Sí, amor, te estoy escuchando —respondió sin quitar la vista de la pantalla.

No le creí ni por un segundo. Sentía que estaba hablando sola, así que, en un arrebato, agarré el control de la Play y apagué la consola de un solo golpe.

—¡Nooo! ¡Iba ganando! —exclamó Mauro, mirándome sorprendido.

—No me estás escuchando, Mauro —le dije, cruzándome de brazos, con una mezcla de bronca y frustración.

—Pero sí te estaba escuchando, amor, en serio —insistió, tratando de calmarme.

—No es cierto —dije, sintiéndome incomprendida y cada vez más molesta.

—No te enojes —dijo, acercándose para abrazarme.

—Es que no me prestás atención, no me decís nada, y no sé si me querés —le solté, frustrada.

—Claro que te quiero... te quiero contra la pared —dijo él, con esa sonrisa pícara que tanto odio y amo al mismo tiempo.

Lo miré con los ojos entrecerrados, y en un impulso, agarré un almohadón y se lo lancé a la cara.

—¡Hablo en serio, Mauro! —le dije, fingiendo estar más enojada de lo que realmente estaba.

Él se rió, y en un movimiento rápido, me levantó del sofá y me tiró sobre él, quedando encima mío. Empezamos a forcejear, yo intentando hacerme la dura, pero la verdad es que me costaba mantenerme seria.

—¡Soltame, ya está, no me jodas más! —le decía, aunque una sonrisa empezaba a asomarse en mis labios.

—No, no te suelto nada —respondió Mauro, jodiéndome a propósito.

Intentaba zafarme, pero cuanto más luchaba, más cerca me mantenía él, riéndose. Al final, terminé rendida, riéndome con él mientras me llenaba la cara de besos.

—¡Dale, ya está! —trataba de decirle entre risas, pero él seguía insistiendo.

—Te quiero, renegona —me decía mientras me besaba en la frente, las mejillas, la nariz, en cualquier lugar que podía.

Nos quedamos así un rato, abrazados, con esa mezcla de ternura y picardía que nos define. En esos momentos, me sentía más cerca de él que nunca. Sabía que lo nuestro era especial, porque incluso en los días difíciles, como ese en el que mis hormonas estaban descontroladas, Mauro siempre sabía cómo hacerme sentir mejor. Y aunque me costara admitirlo, esos momentos de peleas juguetonas eran mis favoritos, porque me recordaban cuánto lo quería. Pasaron las horas y nos quedamos tomando una siesta en el sofá. Mauro me despertó.

—Amor, ya es tarde. Te llevo a tu casa —dijo, levantándose del sofá.

—Nooo, no quiero ir —le respondí, abrazándolo con fuerza, intentando que se quedara un rato más.

—¿Te querés quedar a dormir acá? —me preguntó, con una sonrisa traviesa.

—No, aunque sí podríamos, porque este lugar tiene todo —le respondí, pensando en voz alta.

—Sí, yo me he quedado un par de veces acá —admitió Mauro—. Pero, ¿qué querés hacer?

—Quedate a dormir en mi casa —le pedí, haciéndole ojitos.

—Lo haría, Emi, pero una, están tus viejos, y dos, no traje ropa porque hoy no me tocó entrenamiento —me dijo, sonriendo.

—Cierro la puerta con llave para que no entren y si es por la ropa, yo te presto —le respondí rápido, con esperanza en la voz.

Mauro se rió, mirándome con complicidad.

—¿Qué me vas a prestar, boluda? ¿Una pollera y un top? —bromeó.

—Bueno, sí, tenés razón —admití, riéndome también.

—Vamos, te llevo —dijo Mauro, mientras nos levantábamos y nos dirigíamos a la salida.

Mientras caminábamos hacia la puerta, sentía una mezcla de emociones que me costaba desentrañar. Por un lado, estaba inmensamente feliz de estar con Mauro. Cada risa, cada pelea juguetona, y cada abrazo me llenaban el corazón de una calidez que no había sentido antes. Me gustaba cómo me hacía sentir, cómo me miraba, cómo sabía exactamente cómo hacerme reír, incluso cuando estaba enojada o irritada por las hormonas. Pero, al mismo tiempo, una parte de mí estaba ansiosa. Este primer mes de novios había sido demasiado. La adrenalina de mantener nuestra relación en secreto, de vernos a escondidas, y de estar constantemente al borde de ser descubiertos me tenía en un estado de alerta constante. No podía evitar sentirme insegura a veces, preguntándome si todo esto era demasiado intenso, si nuestra relación resistiría las pruebas que se venían. ¿Y si nos descubrían? ¿Y si alguien, especialmente Candela, se enteraba de lo nuestro? La idea de enfrentar la realidad fuera de estos momentos secretos me asustaba, y aunque confiaba en Mauro, no podía evitar que esas dudas se filtraran en mi mente. A pesar de estas preocupaciones, cada momento con Mauro me reafirmaba lo mucho que lo quería. Su manera de hacerme sentir especial, incluso en medio de mis tormentas emocionales, era algo que valoraba profundamente. Me hacía sentir segura, amada, y eso me daba fuerzas para seguir adelante, para creer que, sin importar los desafíos, estaríamos bien. Sentía que nuestra relación era única, especial, y aunque el miedo y la inseguridad a veces me abrumaban, no cambiaría nada de lo que habíamos vivido juntos en este primer mes. Sabía que, pase lo que pase, estaría dispuesta a luchar por nosotros.

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