Capítulo 23

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Emilia

Estábamos en la biblioteca, en nuestro lugar secreto, después de un largo día de clases. A pesar de que el día había sido agotador, la presencia de Mauro siempre lograba relajarme. Lo observaba mientras jugaba distraídamente con una pelota de ping-pong, lanzándola al aire y atrapándola con una mano. Su expresión concentrada pero relajada me hizo sonreír.

—Mi amor, mañana quédate a dormir en mi casa —le solté de repente, interrumpiendo su juego.

Mauro dejó de jugar y me miró, su expresión divertida.

—No se puede, están tus papás —me dijo, acercándose para darme un beso suave en los labios.

—Cierto, pero podemos hacer lo de la puerta, como la vez pasada —le sugerí, recordando la última vez que había logrado colarlo en mi habitación sin que mis papás se enteraran.

—Te recuerdo que esa vez casi nos atrapan —me dijo, medio serio, medio en broma—, así que no.

Le hice ojitos, abrazándolo de inmediato para intentar convencerlo. Sabía que Mauro tenía debilidad por mis ojitos de súplica.

—Por favor... —le susurré, pegándome más a él.

Él sonrió, pero no cedía tan fácil. Me miró a los ojos con esa expresión que me hacía reír y suspirar a la vez.

—¿Por qué no te quedás vos en mi casa? —me propuso, como si fuera la opción más obvia.

Solté un suspiro exagerado, porque la respuesta era evidente para mí:

—Porque quiero dormir con vos, no con Cande —dije, quejándome como una nena.

—Pero dormís conmigo —me contestó, riendo por mi dramatismo.

—Ah claro, y tu hermana me mata —le contesté, cruzando los brazos.

—Depende de vos. No sé cuándo le vas a decir —respondió él, encogiéndose de hombros.

—Ay, eso es otro tema —bufé, ya cansada de pensar en el momento en que tendría que enfrentar a Candela y decirle que estaba saliendo con su hermano. Luego, volví a la carga—. Pero porfa, vení a mi casa mañana. Mirá que cumplimos seis meses —le dije, poniendo mi mejor cara de súplica.

Mauro me miró, claramente tentado, pero terminó negando con la cabeza.

—No, amor.

—¡Dale! —insistí, casi rogándole—. Y si nos quedamos acá, en la facu, ¿qué decís?

—Si querés —me respondió encogiéndose de hombros—, yo ya me he quedado acá varias veces.

—¿Y dónde dormís? —pregunté, porque jamás me había imaginado a Mauro quedándose en la biblioteca.

—En el sofá o en la cama —respondió con total naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo.

—¿Cómo? ¿Te traés tu cama? —le respondí, confundida.

Mauro soltó una carcajada y me miró como si estuviera loca.

—¿Cómo me voy a traer mi cama, boluda? —dijo entre risas—. En el sofá cama.

Reí también, finalmente entendiendo lo que decía. Me acerqué al sofá, curiosa.

—¿Ah, es un sofá cama? ¿Dónde se abre? —le pregunté, mirando de cerca el mueble.

Mauro se levantó y me explicó, acercándose a mí:

—No se abre. Quitás los cojines, y tiene como un baúl de ahí sale la extensión.

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