Capítulo 26

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Emilia

Ya pasaron siete días desde que me castigaron y, posta, no daba más. Estaba triste y estresada. Nunca en mi vida me habían controlado tanto como ahora. Me tenían vigilada como si fuera una nena, apenas sonaba el timbre para salir de clases, y estaba mi mamá, puntual, esperándome afuera de la facultad. Era asfixiante. Lo peor de todo es que no había podido ver a Mauro en toda la semana. Ni una sola vez. Ni un beso rápido, ni un abrazo a escondidas. Nada. Y lo extrañaba. Las chicas no ayudaban mucho tampoco. A cada rato me decían que todo eso me pasaba por haberme mandado tremenda cagada, y cada vez que intentaban sacarme con quién había estado esa noche, yo esquivaba el tema. Si se enteraban, ahí sí se me venía el mundo abajo. Así que me la pasaba evitando las preguntas y tratando de hacer como si nada. Pero por dentro, todo se me hacía más difícil. Extrañaba a Mauro una locura. Lo único que me mantenía más o menos cuerda era que hablábamos todos los días, pero eso no alcanzaba. Necesitaba verlo, estar con él, aunque fuera cinco minutos. No sabía cuánto tiempo más iba a aguantar así.
Hoy era domingo, y ya no sabía qué hacer conmigo misma. Era el día libre, pero igual no podía salir de casa. Mis viejos no aflojaban ni un poco, y yo sentí que me estaba perdiendo todo. Mientras todos los demás estaban disfrutando del fin de semana, yo seguía atrapada en casa como si fuera una prisionera. Las horas pasaban y me hundía cada vez más en mi tristeza.
Para colmo, eran las doce de la noche y Mauro no me había escrito en todo el día. Me comía la ansiedad. No aguanté más y lo llamé. Sonó y sonó, pero no me atendió. Eso me dio más bronca y más tristeza todavía. ¿Qué mierda estaba pasando? ¿Por qué no me contestaba? ¿Estaba enojado conmigo? No tenía idea de qué pensar, y eso solo me ponía peor. Necesitaba hablar con él, escuchar su voz, saber que todo estaba bien entre nosotros.
Me tiré en la cama con el teléfono en la mano, esperando a ver si me respondía o me mandaba un mensaje, pero nada. Y yo ahí, en la oscuridad, sintiendo que todo se me venía encima, que todo lo que habíamos construido en secreto se estaba desmoronando. Después de un rato, me llegó un mensaje. Lo miré con el corazón en la boca, esperando que fuera de él. Pero no. Era de Candela. Me preguntaba si al final había arreglado algo con mis viejos para poder salir esta semana. Me revolvió el estómago. ¿Cómo le iba a decir que no podía ni asomar la nariz afuera de casa sin que me controlaran? Le respondí rápido, diciéndole que no, que todavía seguían muy duros conmigo, y que no sabía cuándo iba a poder hacer algo. Apagué el teléfono, porque no quería seguir hablando con nadie más que con Mauro. Y él seguía sin aparecer.
La verdad, ya me daba igual lo del castigo, pero no ayudaba a mi mal humor. Era como la cereza del postre después de una semana de mierda. Entre las clases, las tareas, y ahora esto... sentí que todo se me venía encima. Me dolia todo. La cabeza, el corazón. Me sentí agotada. No sé cuánto tiempo me quedé así, mirando el techo, con los ojos llenos de lágrimas, esperando a que el sueño me ganara o, al menos, algo cambiara. Pero nada cambiaba, y yo me sentía cada vez más sola.

Estaba por poner un vídeo cuando escuché un ruido en la ventana. Primero pensé que era el viento o algo, pero después escuché un golpecito más fuerte. Me quedé quieta, miré para ver si era un árbol o algo que golpeaba el vidrio, pero no había nada.

—¿Estás ocupada? —escuché de golpe una voz que casi me saca el corazón por la boca.

Me di vuelta de un salto y lo vi a Mauro, ahí, parado en el borde de la ventana, con esa sonrisa pícara que me encanta y me desespera a la vez.

—¡Me vas a matar de un infarto, boludo! —le dije, tratando de calmarme, pero ya se me había escapado una sonrisa.

—Quería verte —dijo mientras entraba al cuarto con toda la calma del mundo, como si fuese lo más normal del universo treparse a un balcón y entrar por la ventana de tu novia que está castigada. Cerró la ventana despacito y se acercó a mí.

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