Capítulo 24

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Emilia

Cuando entré a la biblioteca y vi todo lo que Mauro había preparado, no pude evitar correr hacia él con una sonrisa enorme en la cara. Todo estaba listo: el sofá cama extendido, dulces en la mesa, y él, sentado en una silla, me miraba con una mezcla de orgullo y diversión.

—Gracias por preparar todo, sos lo más —le dije, tirándome encima y abrazándolo fuerte.

—Vos sos lo más —me respondió, dándome un beso suave en la frente.

Me acomodé en su regazo y, sin poder contener la risa, le solté:

—Antes de salir, mi vieja me vio guardando mis cosas y le dije que me iba a quedar en tu casa con Cande.

Mauro soltó una risita y levantó una ceja.

—Buena excusa.

—Sí, pero ¿sabés lo que me dijo?

—¿Qué cosa? —preguntó, curioso.

—Me dijo: "No te estés peleando con Mauro". Yo le contesté que no éramos nenes, y ¿sabés qué me dijo ella? Que éramos peores por la pelea en el último almuerzo familiar.

Mauro se rió, claramente recordando ese momento.

—Eso fue tu culpa —me dijo, con esa sonrisa que me mata.

—¡Claro que no! Si fuiste vos el que me pateó por debajo de la mesa —me defendí, cruzando los brazos en joda.

—Fue de casualidad, te lo dije. ¡Y vos te levantaste a jalarme el pelo! —se excusó, todavía riéndose.

—¡Pero igual! Eras un pesado.

Mauro me miró con ojos pícaros y respondió, sin perder la oportunidad de molestarme:

—Y vos una loca.

Le di un golpecito en el brazo y solté una carcajada.

—Bueno, la cosa es que mi vieja me dijo: "No entiendo por qué te cae tan mal Mauro, si es un amor de persona". Y hasta me dijo que cuando eras pibe, eras un ángel y que por vos le dieron ganas de tenerme.

Mauro se largó a reír y me abrazó más fuerte.

—Gaby me ama, aunque no sé si lo seguirá haciendo cuando se entere que es mi suegra —bromeó.

—¡Ay, obvio que te va a seguir amando! Aunque le digan que hiciste algo malísimo, siempre te va a preferir a vos —le dije, riéndome.

Mauro sonrió y, tras pensarlo un segundo, dijo:

—Bueno, capaz que lo toma bien, ¿no?

Le di un beso rápido y, con energía renovada, me levanté de su regazo.

—¡Vamos a jugar al pool! —le dije, ya medio caminando hacia la mesa—. Ya mejoré bastante... creo.

—A ver, mostrame —me respondió, siguiéndome con esa sonrisa de desafío.

Nos pusimos a jugar y, como siempre, Mauro empezó a descansarme. Cada vez que fallaba un tiro, él soltaba algún comentario para provocarme, como si no pudiera evitarlo.

—¿Así jugás mejor, Emi? —me decía, riéndose mientras yo fallaba otro tiro.

—Callate, dale —le respondía entre risas, intentando concentrarme.

Al final, medio cansada de perder, me dejé caer en uno de los pufs cerca de la mesa. Lo miré mientras él seguía jugueteando con el taco, y de la nada me tiró:

—Che.

—¿Qué? —respondí, algo distraída.

Sin decir una palabra, Mauro me tiró una almohada directo a la cara. Lo miré, sorprendida.

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