KyungSoo
Me pasé toda la semana hecho un manojo de nervios. Intenté ocultarlo, pero todo el mundo se dio cuenta: JongIn, Mikaela, mi familia. Yo le eché la culpa al estrés, pero no estaba seguro de que los demás me creyeran.
No le conté a nadie lo del vídeo. Todavía no. El remitente no me había contactado desde entonces, y cuando le escribía, su correo me rebotaba las respuestas. Convencí al equipo de seguridad de Hanse y Sabrina para repasar el sistema de la casa en busca de alguna grieta, pero no encontraron nada, ni siquiera en la biblioteca.
Debería haberme hecho sentir mejor, pero solo me ponía más en tensión. Fuera quien fuera el remitente, se movía como Pedro por su casa por uno de los edificios mejor custodiados de la ciudad sin que le detectaran, y eso no me gustaba. Ni un pelo.
Mi primer sospechoso era Seung-sik, pero él no era de esconderse. Si hubiera tenido un vídeo que nos incriminara a JongIn y a mí, me lo habría tirado a la cara. Me habría tentado con él. Probablemente me habría chantajeado. No me lo habría mandado para luego desaparecer durante una semana.
Me había estado buscando en la recepción, y todavía no sabía para qué, ya que llevaba sin verle desde la boda y no había contactado conmigo... Pero eso ocurrió mientras estábamos en la biblioteca.
Y si no había sido Seung-sik, ¿quién podía ser? ¿Y cuándo encajarían las piezas?
Porque había más piezas. Eso estaba claro.
—Algo te preocupa —dijo JongIn mientras volvíamos en coche al palacio después de la ceremonia de inauguración de una tienda solidaria—. No me digas que solo es estrés. No lo es.
Esbocé una sonrisa débil.
—Te crees que lo sabes todo.
Debía contárselo a JongIn. Él sabría qué hacer. Pero una pequeña parte de mí, estúpida y egoísta, tenía miedo de lo que pudiera pasar entre nosotros si se lo contaba. Si descubría que alguien nos había descubierto, ¿se alejaría de mí? ¿Rompería conmigo?
Pero si no se lo contaba, el vídeo podría estallarnos en la cara y le perdería igualmente.
Me dolía la cabeza de la indecisión.
—Lo sé todo sobre ti. —Las palabras de JongIn me llegaron hondo y me llenaron de confianza.
Díselo y punto. Quítatelo de golpe, como una tirita. De otro modo, estaría dándole vueltas al secreto Dios sabe por cuánto tiempo más, como una guillotina a punto de caer.
Pero antes de que pudiera abordar el tema, el coche se detuvo. Estaba tan inmerso en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que nos estábamos alejando del palacio, en lugar de acercarnos.
JongIn había aparcado en el arcén de la carretera, junto a un bosque a las afueras de Athenberg. Una vez en el instituto fui allí de acampada con Hanse (bajo estricta supervisión), pero no había vuelto desde entonces.
—Confía en mí —dijo cuando se dio cuenta de mi confusión, que no dejaba de aumentar a medida que me guiaba a través del bosque. Había un sendero abierto entre los árboles, lo que daba a entender que otros debían de haber tomado ese mismo atajo, aunque el bosque tenía una entrada principal con un aparcamiento y una tienda de regalos.
—¿Adónde vamos? —susurré, sin querer romper el imponente silencio que envolvía la arboleda.
—Ya verás.
Siempre tan críptico.
Suspiré, molesto e intrigado a partes iguales.
Una parte de mí le quería contar ya lo del vídeo, pero no quería estropear el momento antes de descubrir la sorpresa.
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