Capítulo 8

1.1K 88 103
                                    

―¡Te odio! ¡Hijo de puta!

No había dado el primer paso en el piso de concreto que daba la bienvenida a la universidad cuando, detrás de mí, se escuchó el sonido de unos tacones golpeando fuertemente el piso. Era Verónica, que venía con el rostro rojo y el cabello hecho un desastre. No quise preguntarle por qué me estaba gritando, pero una parte de mí ya lo sabía y podía calcular con exactitud todas sus palabras.

―¡¿Por qué mierda no me lo dices a la cara, Félix?!

Respiré hondo, la miré a los ojos y fingí preocupación por su futura acción.

―¿Pasa algo, Verónica?

Mis palabras la golpearon como un puño rodeado de púas, dejándola con el rostro rojo como la sangre.

―¡Crees que soy estúpida para no saberlo!

―¿El qué? ―le pregunté.

Dio un paso hacia mí, su cabello ondeó ligeramente por la brisa que se abalanzaba a nuestro alrededor.

―Sé lo que hiciste con Ángel, maricón de mierda ―escupió las palabras.

Apreté los puños a los costados cuando me dijo maricón. Quería atizarle el puño en la cara, enseñándole que existían palabras que no podía decirme, pero aquel pensamiento brotó de mí inmediatamente cuando vi las primeras miradas hacia nosotros.

―¿Qué hay con eso? ―le pregunté taciturnamente.

Dio otro paso hacia mí, con el rostro acalorado y lleno de rabia.

―Eres un hijo de puta.

Mantuve el rostro inexpresivo, casi como si mi alma estuviera vacía.

No conocía otra acción que pudiera hacer con ella.

―¿Quién te lo dijo? ―le pregunté.

Meneó la cabeza.

―Eso no te importa.

―No pasó nada, si es lo que te preocupa ―le dije―. Además, las cosas entre ustedes no funcionaron.

Algo en ella había cambiado.

―Eso a ti no te importa ―me dijo casi en un grito ahogado―. Creí que éramos amigos.

Me encogí de hombros, después miré a todos a mi alrededor, procurando que nadie pudiera escuchar mis futuras palabras.

Había ojos mirando directamente, pero no existían oídos que pudieran haber escuchado mis palabras.

―¿Amigos? ―le pregunté en un tono bajo y sarcástico, exhibiendo la risa detrás de mis palabras―. ¿Cómo podría ser amigo de la que abre sus piernas a todos?

Aquellas palabras la dejaron paralizada, sin haber conocido esa parte de mí. Quería calmarla y decirle que no había pasado nada, pero sus palabras me golpearon como agujas directas a la vena. Sólidas y ardientes. Un odio en ella había despertado, un odio que me había nacido desde el primer momento que me sonrió en la mesa que estaba la segunda semana de universidad.

―¿Creías que le gustabas a Ángel? ―Sonreí ante mis palabras―. ¿Creíste que podrías meter su polla debajo de tu falda?

Se quedó callada, mirándome con la rabia que le albergaba en el pecho.

Me acerqué a ella, fingiendo que nada cruel hubiera salido de mis labios.

―Te informo que esa noche estaba gozando tanto con mi polla dentro de él ―le mentí, pero mis palabras se escuchaban tan convincentes que una parte de mí estaba creando una imagen mental―. Al parecer no es tan fanático de las vaginas como creías. Al parecer le gustan las pollas dentro de él.

Heaven VenomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora