Capítulo 3

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―No lo entiendo. No sabes hablar otro idioma que no sea el español, y quieres estudiar turismo, ¿por qué? ¿No es suficiente con Filología? ―le pregunté a Verónica mientras tenía el vaso de café frio en mano.

Verónica entornó los ojos y le dio un sorbo a su humeante café.

―Eres el menos indicado para hablar de eso―me respondió cuando bajó el vaso a la mesa de mármol color gris con manchas negras―. Además de que estuviste faltando a las prácticas de baloncesto...

―Tiene razón. ―Felipe asintió una sola vez―. ¿Cómo le haces para que el viejo ese te las deje pasar? ¿Acaso se está montando en tu polla?

Esbocé una mueca de asco.

―El viejo ese esta más ocupado metiendo su mano debajo de faldas de las chicas―dije con una sonrisa sabiendo cual era mi poder sobre él.

Felipe sonrió y le dio un fuerte sorbo a su café y, después de relamerse el labio, dijo:

―Deberían despedir a quien preparo esta mierda.

Chasqueé la lengua y miré a la plataforma principal donde había una larga fila de clientes, la mayoría era alumnos de la universidad, pero parecían necesitar kilos de café para contener los nervios que intentaban controlar. Lo podía distinguir más con las tiras de pequeños focos que recorrían las paredes blancas. Era un contraste muy interesante que reflejaban sus caras. Y, me pregunté a mi mismo, que tan difícil podía ser lo que hacían para verse tan estresados.

―Deberíamos ir a estudiar―sugerí.

Verónica asintió mientras movía ligeramente los hombros, arreglando su grueso abrigo negro afelpado.

No necesitaba preguntarle a Felipe, ya que su silencio era más que suficiente para mí.

―Pues vámonos.

Desabotoné el último botón de mi camisa blanca, arreglé los hombros de mi abrigo negro de algodón orgánico. Tomé mi mochila negra, que estaba en la silla del lado, y la tiré a un hombro. Me levanté y con una sonrisa les indiqué que lo hicieran igual. No podía distinguir mucho la diferencia entre las personas que había en la cafetería general de la universidad que también era compartida por profesores.

―Disculpa. ¡Ey!

La voz detrás de mí hizo que me detuviera, mi sonrisa se borró cuando sentí que la voz no le pertenecía a nadie que conocía o esperaba, era más una voz rara y delgada como un hilo castaño. Volví a sonreír y mirar atrás de mí, dándome la vuelta.

Enarqué una ceja para hacerle entender que él podía empezar.

―¿Eres Félix Tal, verdad? ―preguntó mientras sonreí de lado con su piel negra brillando por el sudor.

Asentí, receloso.

―¿Se te ofrece algo? ―le pregunté con toda la amabilidad que mi voz podía ofrecerle.

―S-si... B-bueno, me dijeron que eres el capitán del equipo de baloncesto.

Tartamudeaba, como música a mis oídos.

―Sorprende, ¿no? ―Sonreí enseñándole la fila de mis dientes superiores―. Pocas universidades tienen todo un campo de deporte o algo físico.

Felipe sonrió mientras tragaba el sorbo del café que aun llevaba en mano, y dijo:

―Por eso el nivel de obesidad en algunas universidades está incrementando cada año.

Resoplé, con molestia.

Pude sentir como Felipe hacia una discreta mueca, burlándose de mí.

―B-bueno... Yo... bueno, yo creí... ―Negó un par de veces con la cabeza el chico negro―. Si podía unirme al equipo, siempre quise, pero no se...

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