Capítulo 6

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—¡Pase! ―grité cuando escuché la puerta de mi habitación siendo golpeada. Me removí de mi cama, sintiendo el calor del cobertor, sin poder abrir por completo los ojos, aún con la vista puesta en la puerta.

La puerta se abrió con un tintineo irritante. Era Alex, que entró con mucho cuidado a mi habitación, dando unos pasos cuidadosos.

―Félix ―me nombró asomándose hasta mi cama.

Levanté la vista y, sin decir absolutamente nada, se sentó en la punta de mi cama.

―No hay de qué preocuparse ―me dijo―. No es nada serio, solo tuvieron que hacerle unos puntos en el brazo.

Suspiré y levanté un poco el rostro.

―¿Y cómo está él?

―Estable, supongo ―se encogió de hombros―. Solo fui de visita, no creo que sea necesario preguntarle si está bien, es obvio que no.

―Creí que... ―negué un par de veces―. Pensé que lo habíamos matado...

―La explosión no era para él ―dijo en voz baja―. Fue una lástima que no pudiéramos detenerlo.

―Tampoco lo intentamos.

―No había tiempo.

―Eso no importa, no ahora, Alex.

―Pero ya está ―dijo en un suspiro―. Salió mal, y ya. Todo lo que pasó fue un error, nada más. No queríamos lastimarlo, no a él, el decano.

Sentí cómo mi mandíbula se tensaba.

Me levanté de la cama, dejando mis codos sobre el cobertor y mi espalda recostada en la madera del respaldo de la cama.

―Me dijiste que solo lo asustaríamos ―le recordé en un tono acusatorio.

―¿Y?

―El fuego artificial salió directamente donde estaba Tayen, no unos metros más lejos.

Respiró hondo y apartó su mirada de mí.

―Seguro calculé mal la distancia ―se excusó, pero la mentira de su voz era más que evidente.

―Alex...

―¿Qué? ¿Te molestarás por hacer lo correcto? ―se molestó.

Acerqué el rostro a él.

―Lo hubiéramos matado ―le dije en un tono bajo. Aunque estábamos solos, siempre era bueno ser lo más discretos posible.

―Pero no lo hicimos.

―Por poco. Si no se hubiera apartado, lo que hubiera pasado...

―Pero no pasó ―señaló, molesto.

―¿Y si hubiera pasado? No quiero rellenar una lista de crímenes por tu culpa.

Alex tomó un libro que estaba en la mesita de noche, que usaba como portavasos, y se lo llevó hasta el espejo, donde lo abrió y miró atentamente las páginas, intentando olvidar mis palabras.

Bajé la vista a las palmas de mis manos, que estaban completamente rojas por la presión que estaba ejerciendo. La rabia le había ganado a mi razonamiento. Volví a tensar las manos en puños.

―El entrenador dijo que tendríamos que ir pasado mañana a los entrenamientos ―me dijo de repente, aún con la vista puesta en el libro de bordes desvaídos.

Me quedé un breve segundo con la boca abierta.

―Creí que las clases se habían suspendido ―dije.

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