Capítulo XVII

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Importancia 

Estaba en un lugar cálido, suave, se sentía tan bien a pesar del dolor de su cuerpo, le acariciaba la cabeza. Ese sentimiento, ese calor, hacía mucho que dejó de sentirlo, años enteros en qué lo olvidó y se preguntaba realmente si era real o producto de su imaginación.

—¿Mamá?— apenas audible salió de sus labios, le costó una eternidad decirlo, pero es que... tanto tiempo que... ¿Acaso volvió? ¿Volvió por él? ¿Volvió después de todo y está vez lo llevará con ella para librarse de todo? Le gustaría creer que sí.

—¿Mami a dónde vas?

—¿Qué te importa mocoso?

—¿Me vas a volver a dejar solo?— Para el pequeño niño no era la primera si no la segunda vez que veía salir a su madre por esa puerta para no regresar.

—Quédate adentro Alejandro, volveré por ti

—Pero yo... quiero ir contigo, no me dejes otra vez— Se le abrazó a la pierna y empezó a llorar. La mujer, fastidiada, se agachó y se lo quitó de encima.

—¡Que te quedes mierda! ¡Quédate porque yo no te quiero! ¡Quédate a cuidar a los bastardos de tu padre! ¡Te odio, porque por tu culpa mi vida se arruinó! ¡Maldigo el día en el que naciste!— La mujer, así de alterada como estaba, tomó un florero que estaba en la mesita al lado de la puerta y se lo arrojó al niño para después dar media vuelta y salir sin mirar atrás.

Esa fue la última vez que vió a su madre, tenía un mes de haber vuelto y llevar una bebé que era su hermana para después dejarla ahí. El florero roto que le dió entre la cabeza y el cuello le dejaron dos puntos de sutura en la frente y una cicatriz en el cuello que no se ha podido quitar. Y así como esa, le dejó otra en el corazón, la cual, todavía sangra si se le presiona con suficiente fuerza.

La última imagen que tiene de ella, es de ese despampanante cabello negro y esa suave y terza piel morena. La ve a diario en el espejo cada que se mira, es su propio reflejo. Su padre entre castigo y castigo no deja de mencionarle que se parece tanto a ella, incluso le ha llamado un par de veces por su nombre. Pareciera que desquita sus frustraciones con ella en lugar de con él.

Esa visión, ese recuerdo tan palpable como si hubiera sido ayer, no lo había tenido nunca antes. Por lo que, sí lo está teniendo ahora, es porque debe ser ella quien está con él. Ahora le acarició las mejillas, le limpió las lágrimas que salieron involuntariamente del recuerdo. Abre los ojos de golpe, y los vuelve a cerrar porque la luz le lástima. Vuelve a abrirlos, de poco en poco, está viendo borroso, producto de sus delirios quizás, pero logra distinguir una cabellera negra.

—Mamá, volviste. Volviste por mi...— apenas si puede levantar una de sus manos y ponerla sobre la que tenía en el rostro —te extrañé mucho, aún si tú no querías verme— no sabe realmente lo que está diciendo, está apenas consciente.

Melissa había pasado toda la noche en vela cuidando al joven, evitando que se le subiera la temperatura y calmando sus escalofríos, de todos modos no es la primera vez que lo hace, cuidar niños se le daba bien por eso su madame la mantenía aún con empleo. A diferencia de el señorito Damián que había dormido tendido toda la noche ella no había podido cerrar ojo, el joven se encontraba en un estado deplorable y se le encogía el corazón con solo ver su estado: demasiado delgado para poder existir, ojeras pronunciadas y su respirar pesado, este no era un adolescente, era un niño jugando a ser adulto sin saber cómo.

Escuchó las palabras del joven y sintió ganas de llorar, no importaba que tuviera dos hijos, nadie la había llamado madre jamás.

—Me alegra saber que estas consiente

Price: Damián I (Beta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora