Capítulo XXIV

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Un café en Madrid


Antonio Hernández de Oliveira no siempre fue el fanático religioso y alcohólico que es el día de hoy. Antes de eso fue padre, esposo, amigo y antes que todo lo demás fue hijo. Criado en los campos madrileños, en su casa nunca le faltó el amor de una madre y los consejos de un padre, no vivió precariedades y en resumidas cuentas, puede presumir de una infancia feliz.

Su niñez fue dulce, y su juventud lo fue todavía más. Aún si no le faltaba nada, vivir en ese pequeño pueblo donde ya todos conocían sus irreverencias y sus dotes con las mujeres, lo estaba asfixiado de sobremanera. Siempre tuvo el espíritu aventurero, y con ganas de más, terminó huyendo de casa tan pronto tuvo edad para terminar llegando hasta la ciudad de Madrid, una ciudad que tenía todo para él.

Ahí, todo fue una total liberación de todo lo que podría hacer, aunque después de un rato, hubo un problema. No tenía dinero. Fue un día que, caminando por las calles del centro, se encontró con un joven desubicado que caminaba por ahí, en busca de alguna dirección o algo, la verdad cuando lo vió, no entendió que le decía con esa extraña forma de hablar Español. Ahí conoció a Edward.

Gastó sus últimas monedas en invitarle algo de desayunar y entablar una conversación entre el poco inglés que sabía y el mal español del contrario.

Edward Price, un chico recién llegado becado por la universidad Autónoma de Madrid. Le contó que había llegado hace poco pero venía solo y eventualmente se perdió. Se ofreció a ayudarlo, llevaba suficiente tiempo en la ciudad como para saber llegar a la escuela. Durante todo el trayecto lo escuchó, le habló sobre sus sueños, de los cuales se rió por lo irreales que sonaban y que eran, ¿Un becado y pobre, convirtiéndose en un empresario millonario? Si claro. Pero la seguridad y la labia con la que se lo decía, fueron suficientes para seguirlo y oírlo más y más, hasta que, al final del día y luego de acompañarlo, terminó inscrito en la universidad también.

Su amistad que empezó como un tropiezo y una pedida de direcciones en idiomas totalmente diferentes, terminó en una buena amistad. Antonio se encargaba diario de ponerle a Edward los pies sobre la tierra, se hizo cargo de decirle que un sueño no es solo pregonarlo y ya, si no que debe luchar por él y aferrarse con uñas y dientes. Por otro lado, Edward se encargaba de que Antonio... estuviera vivo en pocas palabras. Cuando quedó inscrito y matriculado en la universidad, se comunicó con sus padres para pedir perdón, era su único hijo, lo querían, le ayudarían. Así fue, como Antonio se quedó con una cantidad de dinero fija al mes para solventar sus gastos en Madrid. Dinero que a menudo era despilfarrado en fiestas y mujeres de una o dos salidas.

Así fue como, siendo una dupla de dos amigos totalmente diferentes, uno mantenía a flote al otro. Antonio le ayudaba con algunos gastos a Edward mientras él le ayudaba a no reprobar y a no meterse en más problemas.

Pasaron un par de años, y un día de verano, justo en el mismo lugar donde alguna vez se conocieron, volvieron a reunirse.

-¿No crees que es muy temprano para tomar?

-¿No crees que es muy temprano para ser un aguafiestas? No empieces, déjate llevar. ¿Para qué querías verme?

-Tu nunca cambias Antonio, ¿No quieres hacer algo más? ¿Qué piensas hacer de tu vida? ¿Vivirás ebrio por siempre?

-¿Qué eres? ¿Mi madre? Ya veré cuando suceda, no tengo porqué preocuparme ahora

-Te estoy hablando en serio, verás, tengo una idea, está no es como las anteriores, esto nos catapultará al éxito. Quiero compartirla contigo, con tu carisma y mi habilidad podríamos, esto... esto es...- le contaba emocionado mientras extendía papeles sobre la mesa, y a su vez, Antonio lo miraba con una cara burlona antes de arrebatarle la carpeta de las manos.

Price: Damián I (Beta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora