El aire frío de febrero envolvía a Luke mientras caminaba por el parque, sus pensamientos consumidos por Aiden. Era San Valentín, el día en que se había decidido a confesar sus sentimientos. El sol empezaba a descender, pintando el cielo con tonos rosados y dorados, un contraste doloroso con la tormenta que se gestaba en su corazón.
Luke sostenía una carta en su mano, sus dedos temblaban ligeramente. Había pasado semanas escribiéndola, borrando y reescribiendo, tratando de encontrar las palabras perfectas para expresar lo que sentía. Cada palabra era un fragmento de su alma, un reflejo de su amor incondicional.
Mientras avanzaba, su mente viajaba a los momentos que había compartido con Aiden. Recordaba las risas, las conversaciones hasta altas horas de la noche y la forma en que Aiden lo miraba, a veces con una intensidad que le hacía pensar que tal vez, solo tal vez, sus sentimientos eran correspondidos. Pero siempre había una barrera, una distancia que Aiden mantenía y que Luke no podía atravesar.
Al llegar al lugar donde Aiden solía pasar las tardes, el corazón de Luke latía con fuerza. Desde lejos, pudo ver la figura de Aiden sentado en una banca, su risa resonando en el aire. Por un momento, la esperanza floreció en el corazón de Luke, pero al acercarse, esa esperanza se desmoronó.
Aiden no estaba solo. Delia estaba a su lado, riendo y tomando su mano con una naturalidad que hizo que el estómago de Luke se retorciera. Se detuvo en seco, el dolor atravesando su pecho como una daga. Todo su mundo parecía derrumbarse en un instante. Observó cómo Aiden miraba a Delia con ternura, una mirada que Luke había soñado recibir alguna vez.
Los recuerdos se agolparon en su mente: las noches en vela pensando en Aiden, las sonrisas compartidas, los momentos en los que había sentido que tal vez, solo tal vez, Aiden podría corresponder sus sentimientos. Ahora, todo parecía una ilusión cruel.
La carta en su mano temblaba aún más. Luke quería gritar, quería correr, pero sus pies estaban clavados en el suelo. La carta, ahora solo un testimonio de su dolor, se arrugó en su mano. Lentamente, dio media vuelta, alejándose del lugar que se había convertido en el epicentro de su angustia.
Caminó sin rumbo, las lágrimas brotando sin control. El parque, lleno de parejas felices, se convirtió en un escenario de tortura. Cada risa, cada mirada de amor que veía era una punzada más en su corazón herido. Se sentía invisible, ignorado, como si su amor no tuviera valor alguno.
Finalmente, encontró refugio bajo un árbol grande, donde se dejó caer al suelo. Abrió la carta por última vez, leyendo las palabras que había escrito con tanto cariño. Pero ahora, esas palabras solo eran un recordatorio de lo que nunca sería. Con un suspiro ahogado, rompió la carta en pedazos, dejándola caer al suelo como si así pudiera deshacerse del dolor.
El día de San Valentín, que debería haber sido una celebración del amor, se convirtió en el día en que el corazón de Luke se rompió en mil pedazos. Mientras el sol se ocultaba en el horizonte, él juró que algún día encontraría la fuerza para seguir adelante, pero esa noche, el dolor era abrumador, y todo lo que podía hacer era llorar en silencio bajo la sombra del árbol.
El viento sopló suavemente, llevándose consigo los restos de la carta y, con ella, las esperanzas de un amor no correspondido.
Luke se quedó allí, sentado bajo el árbol, observando cómo la oscuridad envolvía el parque. Las luces de la ciudad empezaban a encenderse, pero para él, todo parecía sombrío y sin vida. Pensó en cómo había imaginado este día, en cómo había soñado que Aiden lo recibiría con una sonrisa y quizás, solo quizás, con un abrazo que significara más que amistad.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de pasos acercándose. Levantó la vista y vio a una pareja pasar cerca de él, riendo y susurrándose palabras al oído. Apretó los labios, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con brotar de nuevo. Se preguntaba si algún día podría ser tan feliz, si alguna vez alguien lo miraría de la manera en que Aiden miraba a Delia.
El frío de la noche comenzaba a calar en sus huesos, pero Luke no tenía fuerzas para moverse. Sus pensamientos volvían una y otra vez a Aiden, a la forma en que sus ojos se iluminaban cuando hablaba de cosas que le apasionaban, a la manera en que su sonrisa podía iluminar una habitación. Había deseado ser el motivo de esa sonrisa, pero ahora se daba cuenta de que solo había sido un espectador en la vida de Aiden, alguien que él no veía de la manera en que Luke lo veía a él.
Mientras la noche avanzaba, Luke se dio cuenta de que debía regresar a casa. Con un esfuerzo, se levantó del suelo y se sacudió las hojas que se habían adherido a su ropa. Empezó a caminar de regreso, cada paso sintiéndose más pesado que el anterior. Sabía que enfrentar la realidad sería difícil, pero también sabía que no podía seguir viviendo en un sueño que nunca se haría realidad.
Al llegar a su casa, subió las escaleras hasta su habitación y se dejó caer en la cama. El agotamiento emocional lo abrumaba, pero sabía que debía seguir adelante. Cerró los ojos, permitiendo que las lágrimas fluyeran libremente, y finalmente, el cansancio lo venció.
Los días que siguieron fueron una lucha constante para Luke. Evitaba a Aiden en la medida de lo posible, incapaz de enfrentar la realidad de verlo feliz con Delia. Pasaba más tiempo solo, refugiándose en sus libros y en la música, buscando consuelo en las historias y melodías que siempre habían sido su escape.
Una tarde, mientras caminaba por el pasillo de la escuela, vio a Aiden y Delia juntos. Su corazón se encogió, pero continuó caminando, esforzándose por mantener la cabeza en alto. Sabía que debía seguir adelante, que debía encontrar la manera de sanar su corazón roto.
A medida que el tiempo pasaba, Luke comenzó a aceptar la realidad. Aprendió a disfrutar de su propia compañía y a valorar las amistades que tenía. Aunque el dolor seguía ahí, comenzó a desvanecerse, convirtiéndose en una parte de su pasado.
San Valentín había sido un día de dolor y desilusión, pero también había sido un día de aprendizaje. Luke comprendió que el amor no correspondido es una parte de la vida, y aunque duele, también fortalece. Aprendió a valorarse a sí mismo y a encontrar la felicidad en las pequeñas cosas.
La vida siguió su curso, y con el tiempo, Luke encontró nuevas razones para sonreír. Aunque siempre llevaría una cicatriz en su corazón, sabía que esa cicatriz era un recordatorio de su capacidad para amar profundamente. Y con esa lección, continuó su camino, abierto a las posibilidades que la vida le ofrecía.
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No elegí enamorarme de ti
RandomLuke Myers es un chico de 14 años, quien estara cursando primer semestre de preparatoria, ahi conoce a Aiden y a Evan, quienes se convertiran en grandes amigos, pero su amistad podria verse afectada cuando uno de ellos se enamore de alguno de ellos...