Capítulo nueve.

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Cuando Kurt consiguió llegar a la mansión de Guns N' Roses conduciendo el deportivo de Axl, ayudó a salir del coche a este mismo y lo acompañó hasta la puerta para evitar que este cayera al suelo

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Cuando Kurt consiguió llegar a la mansión de Guns N' Roses conduciendo el deportivo de Axl, ayudó a salir del coche a este mismo y lo acompañó hasta la puerta para evitar que este cayera al suelo. Luego de eso, ambos se quedaron en el marco, y Rose le dió sus llaves a Kurt para que abriera la puerta. Los dos chicos permanecieron en silencio, mientras el de ojos azules jugaba con las mangas del cárdigan que se había puesto encima del traje que llevaba.

—Estoy solo en casa, Cobain—susurró el pelirrojo, haciendo ojos de corderito mientras se sujetaba al marco para agarrar equilibrio.

El rubio sonrió de lado, escuchando a Axl pedir algo indirectamente.

—¿Me estás pidiendo que me quede contigo?—preguntó Kurt, cruzándose de brazos.

—Tal vez.

La sonrisa ganadora del rubio se amplió antes de asentir encantado. A Kurt le hacía feliz acompañarlo otra noche y tener una de esas charlas que tenían por teléfono cara a cara, pero esta vez sin ninguna distancia de por medio.

—Está bien—contestó el rubio, susurrando aunque la mansión estuviese completamente vacía y oscura.

El de ojos verdes lo agarró de la mano, y de esa manera ambos chicos avanzaron por la casa sombría y pasaron por la puerta del estudio que Kurt ya conocía, donde aquella vez el y Axl habían compuesto juntos. Una pequeña sonrisa se dibujó en su cara ante el recuerdo, mientras en silencio y con algo de lentitud avanzaban hacia lo que Kurt suponía que era la habitación de Axl.

El mencionado abrió la puerta, dando paso a Cobain primero, quien analizó cada detalle.

La habitación gritaba lujo y excentricidad tal y como su dueño: las paredes eran granates, la ropa caía por todas la esquinas de la habitación y la colcha parecía ser más cara que toda la casa de Kurt junta. La habitación le recordaba a Axl por todas las esquinas, aunque de alguna manera estuviera bien recogida era caótica y acogedora.

En lo siguientes instantes, Kurt ayudó al otro chico a sentarse en la cama con éxito, y mientras el otro se quitaba (o intentaba quitarse) los zapatos preguntó:

—¿Necesitas que te ayude?—miró hacia él avergonzado, pero Axl asintió frenéticamente.

Y así hizo el rubio. Avanzó hacia el pelirrojo, encendiendo la lámpara que descansaba sobre la mesita de luz, saliendo de la penumbra e iluminando la sala de naranja cálido, y con ella la piel de porcelana de Axl, quien lo miraba con una sonrisa atontada.

Kurt se arrodilló y quitó sus zapatos con suma delicadeza, apartándolos a un lado de la cama.
Luego siguió con la chaqueta de traje ligeramente arrugada, y más tarde con la camisa, desabrochando los botones que se unían suavemente a la tela mediante delicadas puntadas intentando que sus manos no temblaran.

La piel del otro chico era impecable. Lisa y pálida y perfecta, con algunos tatuajes coloridos adornandola como si apenas fuese real, y Kurt se sentía mal tocándola. Casi como estuviese ensuciando una pieza de alto valor, o tal vez un objeto caro de exposición. No debía de estar pensando en Rose de esa manera, y menos con el en ese estado, pero no pudo evitar imaginar los músculos de los brazos del pelirrojo apretando y marcándose con fuerza contra su piel.

𝐉𝐔𝐒𝐓 𝐎𝐍𝐄 𝐂𝐈𝐆𝐀𝐑𝐑𝐄𝐓𝐓𝐄, Kurtaxl.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora