Capitulo 3

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El cuarto año escolar comenzó, y la transición fue más difícil de lo que había imaginado. Las vacaciones se habían terminado y Aria se había mudado a San Francisco, dejándome con una mezcla de emociones que aún no sabía cómo manejar. La escuela ya había comenzado, pero en mi mente, el único lugar al que quería ir era el parque donde solíamos jugar juntos.

El primer día de clases llegó y la rutina continuó, pero sin Aria a mi lado, todo parecía diferente. La sala de clases estaba llena de caras nuevas y viejas, y aunque tenía amigos, ninguno podía llenar el vacío que había dejado Aria. Me concentré en encontrar consuelo en mis estudios, tratando de sumergirme en los libros y las tareas para distraerme de la tristeza que sentía.

A pesar de mis esfuerzos por mantenerme ocupado, la sensación de ausencia de Aria era abrumadora. Durante el recreo, cuando solíamos estar juntos, me encontraba sentado solo en un rincón del patio, leyendo libros o jugando al ajedrez, pero nada me devolvía la sensación de camaradería que tenía con Aria.

Las tardes en la escuela eran particularmente difíciles. Cada vez que veía algo que me recordaba a ella-un libro que le había prestado, un rincón del patio donde solíamos charlar-sentía un dolor en el pecho. Sin su presencia, el tiempo en la escuela se sentía interminable. Mis compañeros eran amables, pero mi mente estaba distraída por la distancia entre nosotros.

Con el tiempo, intenté concentrarme en mis estudios y en mejorar mis habilidades en robótica, un campo que siempre me había apasionado. Me apunté a un club de robótica en la escuela, donde conocí a otros niños que compartían mi interés. Trabajar en proyectos complejos y desafiantes me permitió enfocar mi mente en algo productivo, y me dio una forma de distraerme de la tristeza que sentía por la ausencia de Aria.

Sin embargo, la distancia seguía siendo un desafío. No teníamos celulares, ya que éramos demasiado jóvenes para tener uno, y la única forma de comunicarnos era a través de cartas. Aria y yo nos habíamos prometido mantenernos en contacto, pero a pesar de nuestros intentos, la falta de una comunicación constante hacía que pareciera que el tiempo se estiraba interminablemente entre cada carta que enviábamos y recibíamos.

Recibí una carta de Aria unas semanas después de su mudanza, y leer sus palabras fue un alivio temporal. En la carta, ella me contaba cómo se estaba adaptando a su nueva vida en San Francisco, sus nuevos amigos, y las cosas que hacía en su nuevo hogar. Pero, a pesar de sus palabras alentadoras, también pude leer en sus letras un tono de tristeza similar al mío.

"Hola Mike," comenzaba la carta. "Espero que estés bien. Aquí en San Francisco, estoy conociendo a nuevas personas y explorando la ciudad. Es un lugar muy diferente al que solíamos conocer. A veces me siento un poco perdida sin ti y sin nuestro parque. Me alegra mucho que hayas comenzado el cuarto año escolar, y espero que te esté yendo bien en la escuela y en el club de robótica."

Leí la carta una y otra vez, tratando de encontrar consuelo en sus palabras. Me di cuenta de que no estaba sola en mi tristeza; Aria también sentía la falta de nuestra amistad. Pero también sabía que tenía que ser fuerte por ella.

Pasaron las semanas y el club de robótica se convirtió en una gran distracción. Los proyectos que realizábamos eran emocionantes y desafiantes, y las horas que pasaba trabajando en ellos me ayudaban a mantener mi mente ocupada. Me hice amigo de algunos de los otros miembros del club, y aunque apreciaba su compañía, el vacío que había dejado Aria seguía presente.

Las cartas entre nosotros se volvieron menos frecuentes, y cada vez que recibía una nueva, sentía una mezcla de emoción y tristeza. Aria me escribía sobre sus aventuras y las nuevas cosas que estaba aprendiendo, pero también hablaba de cómo se sentía al estar tan lejos y de cómo le costaba adaptarse a su nuevo entorno.

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