Después de aquel beso en el parque, las cosas entre Israel y Santiago cambiaron de una manera hermosa y natural. Ambos comenzaron a explorar esta nueva faceta de su relación con la misma pasión y curiosidad con la que habían compartido sus libros y charlas.
Israel, que siempre había sido más reservado, se encontraba disfrutando de los pequeños gestos de cariño de Santiago: un roce accidental, una sonrisa furtiva, un susurro en el oído. Estos momentos llenaban sus días de una calidez nueva, que jamás había experimentado.
Un sábado por la mañana, Santiago propuso una escapada a un lago que estaba a las afueras de la ciudad. Querían pasar un día alejados del bullicio y disfrutar de la naturaleza. Con una mochila llena de bocadillos, una manta y un par de libros, se dirigieron al lago en el auto de Santiago.
El viaje estuvo lleno de risas y música. Santiago cantaba desafinado mientras Israel lo miraba con cariño, disfrutando de la espontaneidad y la alegría que Santiago traía a su vida. Al llegar, encontraron un lugar tranquilo junto al agua donde extendieron la manta y se sentaron, disfrutando del sol y del sonido del agua.
—Este lugar es increíble —dijo Israel, mientras miraba el paisaje—. Gracias por traerme aquí.
—Quería pasar un día especial contigo —respondió Santiago, tomando la mano de Israel—. Hay algo en este lugar que siempre me ha parecido mágico. Y hoy, contigo aquí, es aún más especial.
Se sentaron en silencio durante un rato, disfrutando de la tranquilidad del lugar. Luego, Santiago sacó uno de los libros que habían traído, una novela que ambos querían leer, y comenzó a leer en voz alta. Israel cerró los ojos y se dejó llevar por la voz de Santiago, sintiéndose completamente en paz.
Después de un tiempo, decidieron nadar en el lago. El agua estaba fría, pero se reían y jugaban como niños, disfrutando de cada momento juntos. Al salir del agua, se sentaron de nuevo en la manta, con los cuerpos húmedos y las pieles brillando bajo el sol.
—¿Alguna vez te has preguntado cómo será nuestro futuro? —preguntó Israel de repente, con una mezcla de curiosidad y temor.
—Todo el tiempo —respondió Santiago, mirándolo a los ojos—. Pero no me preocupa. Creo que mientras estemos juntos, todo irá bien. Sé que enfrentaremos desafíos, pero también sé que podremos superarlos.
Israel sonrió y asintió, sintiendo una oleada de amor y gratitud por Santiago. Sabía que lo que tenían era especial y que valía la pena luchar por ello.
Con el paso de las semanas, su relación se fortaleció aún más. Se apoyaban mutuamente en todo, compartían sus miedos y sueños, y aprendían a confiar profundamente el uno en el otro. Sus amigos comenzaron a notar la conexión especial que tenían y, aunque algunos estaban sorprendidos, la mayoría los apoyaba y celebraba su felicidad.
Una tarde, mientras caminaban por el barrio viejo de la ciudad, Santiago se detuvo frente a una pequeña librería que acababa de abrir.
—Mira esto —dijo, señalando el escaparate—. Es una librería-café. ¿Qué te parece si entramos?
Israel asintió con entusiasmo, y entraron. El interior era acogedor, con estantes llenos de libros y mesas donde la gente leía mientras tomaba café. Se sentaron en una mesa cerca de una ventana y pidieron dos cafés.
—Este lugar es perfecto —dijo Israel, mirando a su alrededor—. Me encanta.
—Pensé que te gustaría —respondió Santiago con una sonrisa—. Sabes, he estado pensando... ¿Qué te parecería si algún día abriéramos un lugar como este? Una librería-café donde la gente pueda venir, leer, tomar café y relajarse. Podríamos llenar las estanterías con nuestros libros favoritos y organizar eventos literarios.
Los ojos de Israel se iluminaron con la idea. Era un sueño que siempre había tenido, pero nunca había considerado que podría hacerlo realidad.
—Sería increíble —dijo con entusiasmo—. Me encantaría hacer eso contigo.
Santiago sonrió y tomó la mano de Israel.
—Entonces, hagámoslo. Puede que no sea inmediato, pero podemos empezar a planearlo, ahorrar y buscar un lugar. Creo que sería un hermoso proyecto para nosotros.
Israel asintió, sintiendo una mezcla de emoción y esperanza. Sabía que, con Santiago a su lado, cualquier sueño podía hacerse realidad. Y en ese momento, sentado en aquella acogedora librería-café, con el amor de su vida a su lado, supo que el futuro les deparaba algo maravilloso.