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—¿Por qué Rhaenyra tiene que casarse? —Gael preguntó mirando a su madre por el reflejo del espejo mientras ella le desarmaba las trenzas.
Desde que Gael había vuelto a Desembarco del Rey bajo el cuidado de Ser Harrold, la Reina no se había despegado de ella y a dónde sea que una iba la otra la seguía. A veces Gael era obligada a quedarse bordando cuando deseaba visitar a su dragón.
—Porque ya está en edad de hacerlo —Alicent respondió amablemente.
—¿Yo también deberé casarme?
—Si.. cuando llegue el momento.
—No me gustan los hombres.
Alicent se quedó quieta, con las manos aún en el cabello de Gael.
—Oh...Bueno, verás, aún así una mujer debe...
—Son feos y siempre toman mucho vino, no me gusta cuando hacen eso, se ponen tontos.
—Oh ¡Gael! —la Reina se rió con alivio y termino de desarmar la última trenza— no debes preocuparte por esas cosas ahora.
—¿El esposo de Rhaenyra es bonito?
—No sabría decirlo, querida.
—Tiene un dragón.
—Eso escuché.
—¿Por qué tengo que quedarme aquí?
—Aun eres pequeña, no puedes asistir a tales eventos. Pero podrás ir a Septo para la ceremonia.
Gael se quejó mientras se ponía de pie y se encaminaba a su cama.
—¿Me lees un cuento?
Alicent le sonrió antes de inclinarse para darle un beso en la frente, luego levantó la colcha y la tapo.
—Hoy no querida, estoy llegando tarde.
Gael se acurrucó en la cama.
—¿Madre?
—¿Si, querida?
—Me gusta tu vestido, eres muy linda madre.
La Reina le sonrió, miró su propio vestido verde brevemente y volvió a inclinarse para darle otro beso en la frente.
—Gracias, pero tu eres la más linda en esta habitación.
Gael se rio.
—Te amo.
—Yo más.
Cuando la Reina salió de la habitación Gael se dio vuelta en la cama y miró hacia el gran ventanal. Ahora que sabía lo que se sentía volar deseaba hacerlo todo el tiempo, no podía esperar a que su dragón fuera lo suficientemente grande y fuerte como para soportar el peso de una silla y de ella misma.
