En las profundidades del bosque, donde las sombras se entrelazan con los susurros del viento, un ser de luz encontró su corazón dividido entre dos destinos opuestos: uno de nobleza antigua y otro de pasión ardiente, cada uno prometiendo un amor que...
Después de hacer una breve parada en Rohan para dejar algunas cosas en orden, Éomer y Legolas cabalgaron juntos por los senderos de Ithilien, el sol comenzando a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y rosados. Habían recorrido un largo viaje desde el reino de Rohan hasta el bosque de los elfos, y Legolas sentía una mezcla de expectación y nostalgia a medida que se acercaban a su hogar.
Finalmente, los contornos de las casas élficas comenzaron a delinearse entre los árboles. El hogar de Legolas, en el corazón de las tierras élficas, se alzaba como un santuario de paz y belleza. Sus pasos se hicieron más lentos a medida que entraban en el claro, y los elfos se acercaron para recibirlos, saludando a Éomer con admiración y respeto.
El elfo desmontó su caballo y se acercó con paso firme hacia la entrada de su hogar. La puerta principal estaba abierta, y allí, en la penumbra de la entrada, estaba su padre, Thranduil, el Rey de los Elfos del Bosque Negro. El rostro del rey, habitualmente serio y reservado, se iluminó al ver a su hijo.
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—Legolas —murmuró con voz profunda y cargada de emoción. Se acercó con rapidez, dejando a un lado su habitual dignidad real. El contacto visual entre padre e hijo estaba lleno de sentimientos acumulados. Thranduil extendió los brazos y el príncipe, sin poder contenerse más, se lanzó hacia él en un abrazo fuerte y sincero.
—Padre —dijo Legolas, con la voz quebrada por la emoción—. He echado tanto de menos este lugar.
El rey sonrió, su semblante ahora reflejando una mezcla de orgullo y alivio. —Tú has cambiado, hijo. Pero la bondad y la valentía que llevas contigo son las mismas que recuerdo. Bienvenido a casa.
Éomer observaba con respeto y una ligera sonrisa en los labios, comprendiendo la magnitud del momento. No era frecuente que viera a su elfo tan vulnerable, pero entendía lo que significaba este reencuentro para ambos.
Después de unos momentos, padre e hijo se separaron, y el rey se dirigió hacia Éomer. —Y tú, Éomer de Rohan, gracias por acompañar a mi hijo hasta aquí. Has demostrado ser un verdadero amigo.
El mencionado inclinó la cabeza en señal de respeto. —Fue un honor, Majestad. Legolas es un compañero valiente y leal, y me alegra verlo reunido con su familia.
La noche cayó lentamente sobre el bosque, y los tres compartieron una cena festiva en el gran salón del palacio. Risas y relatos llenaron el aire, y por un breve momento, todo lo vivido durante la guerra quedó atrás, dando paso a una celebración de la familia, y la paz recuperada.
Más tarde, Éomer se encontraba en la habitación que le había sido asignada, amueblada con elegancia elfa, con muebles de madera tallada y cortinas de seda que suavizaban la luz de las lámparas. El rey estaba siendo un gran anfitrión, pero no podía evitar preguntarse si lo seguiría siendo después de saber que su relación con Legolas iba más allá de una simple amistad.
El silencio que se extendía por los corredores adornados con tapices antiguos y luces tenues, fue interrumpido por unos ligeros toques en la puerta. Aquello lo hizo sonreír, pues sabía perfectamente de quién se trataba. Abrió la puerta con entusiasmo y su sonrisa creció al ver a su adorado elfo justo frente a él.
Una vez que la puerta fue cerrada dejándolos en absoluta privacidad, Legolas, con su cabello dorado recogido en una coleta simple, miraba a Éomer con una mezcla de emoción y vulnerabilidad. Adoraba aquel característico cabello rubio y su porte imponente. Levantó una mano con delicadeza y la colocó sobre la mejilla del rohirrim, su toque era suave, casi reverente.
Éomer respondió con dicha este gesto, cerrando los ojos por un momento y apoyando su frente contra la de su amado. La proximidad física y emocional entre ellos se intensificaba, ambos podían sentir una corriente de calor que iba más allá de la mera presencia del otro.
Éomer tomó la mano de Legolas y la entrelazó con la suya, y con un movimiento lento pero decidido, tiró de él hacia un abrazo tierno. El elfo se acurrucó en los brazos ajenos, sintiendo el calor de su cuerpo y los latidos de su corazón. Hacía tanto tiempo que no habían tenido un momento a solas, por lo que el encuentro era disfrutado por ambos con mayor intensidad.
Aquella habitación, con sus muros de piedra y sus muebles elegantes, se convirtió en un refugio para sus sentimientos más produndos. Al separarse, el elfo observó al rey con una sonrisa suave, siendo igualmente correspondido. Las palabras sobraban en ese momento, sus ojos gritaban lo que sus cuerpos deseaban.
Lentamente, las prendas de ambos fueron cayendo al piso, dejándose llevar por la magia del momento. Sus cuerpos ardían de necesidad mutua, por todo el tiempo que habían tenido que reprimirse y conformarse simplemente con el poder de la imaginación.
La noche avanzaba, la luna en el firmamento los iluminaba a través de la ventana, mientras era testigo mudo de la entrega absoluta de dos seres rebosantes de amor y anhelo. Muy pronto llegaría el momento en el que no tendrían ningún temor de gritar a los cuatro vientos lo mucho que se amaban.
Muy temprano en la mañana, mucho antes de que el sol se filtrara por entre las cortinas, Legolas se despertó y rápidamente se levantó de la cama. Recogió su ropa del piso y se la colocó apresuradamente. Éomer continuaba durmiendo y no quería despertarlo, por lo que solo le dió un breve beso en los labios antes de abandonar la habitación.
Caminó cautelosamente por los pasillos y soltó un suspiro de alivio al llegar a su habitación. Sonrío triunfante, pues nadie se había dado cuenta de su " escapada nocturna", por lo que su secreto con el rubio estaba a salvo. Al menos por ahora.
Más tarde, después de terminar el desayuno, Legolas y Éomer se encontraron en el jardín del Palacio, sentados cómodamente en una esquina del recinto. Las flores de colores brillantes y las hojas susurrantes ofrecían un refugio apacible mientras conversaban sobre un tema de gran importancia.
El elfo, con su cabello dorado brillando a la luz, miraba con preocupación al rohirrim, quien se mantenía a su lado con una expresión de firme determinación. La brisa movía suavemente las ramas, creando un ritmo sereno que contrastaba con la tensión en el aire.
—Éomer —comenzó Legolas, con un tono suave pero firme—, hemos hablado mucho de esto, pero ahora siento que es el momento adecuado para enfrentarlo. Necesitamos hablar con mi padre.
El rey de Rohan apretó la mano del príncipe en señal de apoyo, su determinación renovada por aquellas decisivas palabras. —Entonces lo haremos. No quiero que este amor que compartimos sea una sombra que se arrastra en secreto. Quiero que esté a la luz, para que todos vean lo que hemos construido juntos.
Legolas sonrió, su rostro iluminado por una mezcla de cariño y resolución. —Así será. En el fondo, sé que mi padre valora el honor y la valentía. Si ve que nuestras intenciones son serias y sinceras, creo que lo aceptará.
Los dos se miraron a los ojos, reconociendo la magnitud del momento que estaban a punto de vivir. Con un último suspiro compartido, se levantaron y comenzaron a caminar hacia la entrada del palacio. La determinación en sus corazones era palpable mientras se dirigían a enfrentar la conversación que cambiaría sus vidas.
El jardín, ahora sumido soledad, parecía bendecir su decisión con un silencio reverente. Ambos estaban listos para enfrentar la prueba más importante de su amor, con la esperanza de que su valentía y sinceridad abrirían el camino hacia un futuro juntos, aceptados por el rey del Bosque Verde.