IV

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El beso fue como un suspiro compartido entre dos almas que habían conocido el peso de la responsabilidad y el dolor de la pérdida. Era un momento robado a las incertidumbres del mañana, un momento en el que la guerra y la política quedaban atrás, y solo existían ellos dos, bajo el velo protector del bosque ancestral.

Separándose lentamente, Éomer miró a Legolas con una sonrisa suave. —No sé qué nos deparará el futuro, pero sé que este momento será uno que atesoraré por siempre.

El elfo devolvió la sonrisa, una chispa de alegría brillando en sus ojos. —Ni yo tampoco lo sé, Éomer. Pero esta noche, aquí, estamos vivos. Y eso es suficiente.

La atmósfera alrededor parecía haberse trasformado, impregnada de la dulzura y la intimidad compartida entre ambos. El rohirrim acarició suavemente la mejilla de su compañero, antes de volver a besarlo, con mayor intensidad. Los brazos de Legolas lo rodearon con firmeza, respondiendo al ardor y la urgencia del momento. La luna brillaba sobre ellos, testigo silencioso de aquella muestra de deseo y pasión.

Se recostaron suavemente sobre la cama de hojas secas, Éomer sobre Legolas, sin romper el contacto de sus labios. Era un momento de conexión profunda, donde el mundo exterior se desvanecía y sólo existía el presente. Todo lo que deseaban era expresar con acciones lo que guardaban sus corazones.

Por primera vez, el elfo experimentaba una avasalladora sensación que parecía quemar todo su cuerpo de necesidad, quería más, necesitaba más. Se permitió tirar del cuerpo ajeno sobre el suyo, pegándolo por completo a él, disfrutando de su calor. Dejándose llevar por el instinto.

Entonces la cordura se apoderó nuevamente del rohirrim, por lo que se detuvo inmediatamente, rompiendo el beso y el contacto de sus cuerpos. Legolas lo observó con cierta decepción, ambos jadeando intensamente en busca de oxígeno.

Después de haber recuperado la compostura, el silencio los envolvió, roto solo por el suave susurro del viento. El elfo apartó la mirada, sintiendo una mezcla de emociones que lo desconcertaban. Sabía que los lazos entre elfos y hombres eran complicados y que este camino era incierto. Éomer, por su parte, lo miraba con una intensidad que revelaba su propia lucha interna.

—Quizás esto no fue lo correcto —murmuró el peliblanco finalmente, su voz apenas un susurro en la noche.

—Nuestros caminos son diferentes, nuestras responsabilidades también. Pero... —su voz vaciló por un momento, antes de continuar con determinación—, lo que siento por ti es genuino. No puedo ignorarlo.

Legolas sintió un nudo en la garganta ante las palabras del rubio. Sabía que había verdad en ellas, que este sentimiento era compartido entre ambos. Pero las dudas persistían, nacidas de la diferencia en sus vidas y el temor a lo desconocido.

—Sé que nadie vería esto con buenos ojos, que dirían que está mal, que es incorrecto —dijo el elfo con seriedad, buscando explicar sus propios pensamientos—. Pero, ¿cómo puede algo que me hace sentir tan vivo estar mal? ¿Qué se supone que hagamos con esto?

Éomer se acercó, colocando una mano en su hombro con ternura. —No lo sé —admitió con sinceridad—. Pero no puedo negar lo que siento por ti. Es algo que ha crecido desde que nos conocimos y no puedo pararlo, tampoco quiero hacerlo.

El elfo miró hacia el cielo estrellado, donde las constelaciones parecían tejer historias de amor y pérdida. En su corazón, anhelaba una respuesta clara y sencilla, pero sabía que las cosas no eran tan simples. El deseo y la pasión habían encontrado una voz esa noche, pero el futuro seguía siendo incierto.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó el peliblanco con voz quedada, esperando encontrar una guía en las palabras de su compañero.

El rubio sonrió tristemente, acariciando la mejilla del elfo  con su pulgar. —Por ahora, quizás solo debemos enfrentar nuestras emociones con honestidad. El futuro se revelará cuando llegue el momento.

—Volvamos al campamento —dijo finalmente después de varios minutos y Éomer asintió. Ambos caminaron nuevamente hacia sus demás compañeros.

Aquella era una situación muy complicada y Legolas sabía que todas sus dudas no serían resueltas en una noche, pero no podía dejar de pensar en ello. ¿Cómo podría un elfo, que conocía el peso de la inmortalidad, albergar sentimientos tan complicados hacia aquellos cuya vida eran tan fugaces en comparación a la suya?

Al llegar, ambos tomaron caminos diferentes para evitar levantar sospechas. Sin embargo, Legolas se encontró con una extraña situación. Llegó justo a tiempo para escuchar la conversación entre Aragorn y Gimli. El primero quería adentrarse al Bosque Sombrío, pero quería hacerlo solo. Por supuesto que el enano no permitiría eso, y él tampoco. Así que, tomando las riendas de su caballo, se acercó hasta ellos.

—Por supuesto que iremos contigo —mencionó, sonriendo hacia el montaraz con complicidad.

Aragorn le devolvió la sonrisa, resignado. Sabía que nada podía hacer para persuadirlos de quedarse, pero agradecía la lealtad de ambos. Así que, bajo la curiosa mirada de los demás guerreros, caminaron hacia el sendero que los guiaría hacia su destino.

—¡Legolas! —aquella preocupada voz llamándolo lo hizo detenerse en seco. Aragorn y Gimli también detuvieron su andar, curiosos—. ¿Qué sucede? ¿A dónde van?

El rostro de Éomer reflejaba total desconcierto. No quería pensar que los estaban abandonando a su suerte, Legolas no haría eso, pero entonces, ¿por qué se estaban yendo sin explicaciones?

—Hay algo que debemos hacer —dijo el elfo, sólo para que ellos dos pudieran escuchar—. No puedo explicártelo ahora, pero te prometo que regresaremos —no tenía certeza de lo último, ya que se decía que quienes entraban a aquel lugar jamás regresaban. Pero quería pensar que esta vez sería la excepción, necesitaba mantenerse optimista.

Éomer asintió, viendo la honestidad en los hermosos ojos azules que lo observaban. Le hubiese encantado acompañarlo, lo seguiría hasta el fin del mundo, pero su deber como el mariscal de los jinetes era quedarse con su tropa.

—Cuídate —susurró, conteniendo sus ganas de envolverlo en un fuerte abrazo.

Legolas le dedicó una pequeña sonrisa antes de continuar su camino. Lo vió perderse, junto con Aragorn y Gimli, a través de las montañas y sintió que la angustia estrujaba su corazón. Sus guerreros murmuraban cosas acerca de lo sucedido, pensando que los habían abandonado porque no quedaba esperanza para ellos.

Éomer también era consciente de que la situación no pintaba bien para ellos, pues no contaban con el suficiente número de hombres, pero aún así no desistiría. No podía dejar que el mal ganase tan fácilmente.

—No podemos esperarlo —el rey Théoden se acercó a su sobrino—. Son tres días a galope para llegar a Minas Tirith. Partiremos en la mañana a primera hora.

Bajo Estrellas Contrapuestas (Legolas x Éomer/Aragorn)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora