III

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Mientras el ejército de Rohan cabalgaba hacia el Campamento de los Vientos del Sur, Legolas iba perdido en sus pensamientos. La última conversación con Aragorn había traído a su mente lo sucedido entre ambos hace algún tiempo.

Recordaba vívidamente aquel día. Había perdido la cuenta de cuántos amigos habían caído en combate. Entre ellos, Aragorn, a quien todos creían perdido para siempre. Nunca había experimentado una tristeza tan grande hasta ese momento, su corazón dolía demasiado, ¿era esto lo que la gente denominaba "corazón roto"?

Pero entonces, una tarde serena, cuando el sol comenzaba a declinar, un rumor se extendió por los campamentos rohirrim. Un jinete había sido avistado, cabalgando con una gracia familiar y una determinación inconfundible. Legolas, al escuchar las palabras que le traían esperanza y temor a partes iguales, corrió hacia el lugar donde se había congregado la multitud.

Allí, entre los murmullos y las exclamaciones de sorpresa, estaba Aragorn, el rey renacido de Gondor, montado en su caballo con la bandera de la Estrella Blanca ondeando detrás de él. Legolas se quedó paralizado por un momento, incapaz de apartar la vista de aquel hombre que había dado por perdido. Sus ojos grises aún brillaban con la misma intensidad, su cabello oscuro ondeaba al viento como siempre lo hacía en tiempos de guerra.

Sin decir palabra, el elfo se acercó lentamente. Aragorn descendió de su caballo y se encontraron en medio de un silencio cargado de emociones. Los recuerdos de las batallas compartidas, las pérdidas sufridas y los momentos de esperanza se entrelazaban en el aire.

Finalmente, el montaraz rompió el silencio con una sonrisa cansada pero cálida. -Legolas, amigo mío -dijo con voz profunda-. Pensaste que me habías perdido, ¿verdad?

El nombrado asintió con los ojos llenos de emociones difíciles de expresar. No pudo contenerse más y en un impulso, rodeó a Aragorn con sus brazos, aferrándose a él como si temiera que desapareciera de nuevo. El pelinegro correspondió al abrazo con fuerza, sus manos grandes y callosas apretando con ternura la cintura del elfo, mientras su nariz inhalaba su dulce escencia, ignorando todo a su alrededor.

El momento se vió opacado cuando más personas se congregaron a su alrededor para recibir al pelinegro con alegría, por lo que no les quedó más remedio que separarse. Aunque más tarde, cuando Aragorn ya se encontraba en la habitación que le habían asignado, el elfo decidió hacerle una visita. En un instante de intimidad que solo ellos podían comprender, Legolas levantó la vista hacia Aragorn. Sus miradas se encontraron y en ellas se reflejaba todo el dolor y la alegría de los tiempos que habían pasado juntos y separados. Sin palabras, el deseo contenido durante tanto tiempo se hizo presente entre ellos.

-Creí que no volvería a verte jamás -susurró el elfo, sus ojos brillando con la intensidad de mil estrellas-. Que no tendría la oportunidad de decirte lo mucho que significas para mí -el pelinegro sonrió con ternura.

-Sin embargo, aquí estoy ahora, puedes decirme todo lo que tu corazón está sintiendo.

Pero Legolas no quería hablar, las palabras no podían expresar el caos que eran sus sentimientos. Decidió dejar que sus acciones hablaran por él.

Se acercaron lentamente, sus labios apenas rozándose al principio, como si temieran que fuera un sueño del que despertarían. Pero pronto, el beso se profundizó, cargado de pasión contenida y anhelo reprimido. Aragorn sintió la suavidad de los labios del peliblanco contra los suyos, mientras el elfo se aferraba a él con una intensidad que igualaba la fuerza de cualquier tormenta.

El beso hablaba de años de amistad, de batallas ganadas y perdidas, pero también de algo más profundo y prohibido. Ninguno de los dos había esperado que este momento llegara, pero ahora que estaban allí, ninguno podía negar la verdad de lo que sentían.

Cuando finalmente se separaron, quedaron respirando pesadamente, sus frentes aún juntas mientras se sostenían mutuamente en un abrazo firme. El sol se ponía lentamente sobre las colinas de Rohan, pintando el cielo con tonos dorados y rosados que parecían reflejar el calor que compartían.

-Te he extrañado, Legolas -susurró, rompiendo el silencio-. Más de lo que puedo expresar con palabras.

El elfo levantó la cabeza para encontrarse con la mirada contraria una vez más, su corazón aún latiendo con fuerza en su pecho. -Y yo a ti, Estrella del Atardecer -respondió con voz suave pero cargada de significado.

En el crepúsculo de aquel día que parecía bendecido por los Valar mismos, ambos encontraron algo más que el consuelo mutuo. Aunque más tarde, el elfo le atribuyó lo sucedido a la emoción del momento y nada más. Apreciaba mucho a aquel hombre, pero admitir algo más allá de eso era algo que lo asustaba mucho, por lo que evitaba hablar del tema a toda costa.

Él no era ningún cobarde, pero nunca se había sentido tan vulnerable emocionalmente con nadie, y no estaba seguro de que eso fuera algo bueno. Era mejor mantener distancia.

Pensaba que si fingía que aquello no había sucedido, simplemente lo olvidaría y la amistad entre ambos seguiría como siempre, pero ahora se daba cuenta de lo equivocado que estaba, nada volvería a ser como antes, pues los sentimientos no desaparecen por más que uno los ignore. Aunque Aragorn respetaba sus límites, y él agradecía eso profundamente, sabía que más adelante tendría que hacerle frente a la situación.

Cuando llegaron al campamento, todos comenzaron con la tarea de armar las tiendas, pues en este sitio las tropas se prepararían para unirse a la batalla contra las fuerzas de Sauron.

Cuando cayó la noche, Legolas se adentró en un bosque cercano con la excusa de ir a buscar leña, aunque la realidad era que quería estar sólo por un momento. Se sentó sobre la raíz sobresaliente de un árbol, simplemente disfrutando del manto estrellado que ofrecía el firmamento. Tomarse el tiempo de disfrutar de un pequeño momento de paz era algo que su alma necesitaba entre tanto caos.

Unos pasos acercándose lo sacaron de su trance, reconoció al portador de aquellas pisadas rápidamente, gracias a sus aguzados sentidos de elfo. Sabía que se trataba de Éomer.

La noche estaba serena, con el suave susurro del viento meciendo las ramas altas. Ambos habían sido atraídos por la paz y la belleza del lugar, encontrando en ese momento de calma un respiro de las tensiones que pesaban sobre ellos.

Éomer se sentó a su lado, observando su perfil tan perfecto, fascinado por su serenidad y belleza. "Pareces una estrella, la más grande y brillante de todas, que bajó a la tierra en forma de elfo", pensó el rohirrim, sin aliento.

Legolas, generalmente reservado y pensativo, rompió el silencio. -La vida en la guerra nos enseña la fragilidad de cada momento. Estamos rodeados de muerte y destrucción, pero también de belleza y esperanza. Esta noche, en este lugar, siento una tranquilidad que raramente encuentro.

El rubio asintió, sus propios pensamientos tumultuosos encontrando eco en las palabras del elfo. -Es verdad. Durante mucho tiempo, he luchado por mi reino y por mi gente. Pero ahora, aquí, bajo este cielo estrellado, siento algo más. Algo que nunca pensé que podría encontrar en medio de la batalla y la estrategia.

Legolas se acercó lentamente, sus ojos azules brillando suavemente a la luz de la luna. Sin decir una palabra más, Éomer entendió la pregunta no dicha en la mirada del elfo. Con un gesto suave pero decidido, Éomer acercó sus labios a los de Legolas en un beso lleno de una mezcla de ternura y pasión contenida.

Bajo Estrellas Contrapuestas (Legolas x Éomer/Aragorn)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora