II

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Rohan los recibió aquella mañana con un sol radiante, llenando el aire de promesas de un día auspicioso. Mientras los demás se preparaban para la jornada, Legolas se estiró con cierta incomodidad, sintiendo los efectos de las camas humanas que, aunque funcionales, no rivalizaban con la comodidad élfica a la que estaba acostumbrado. Decidió salir a explorar los alrededores, buscando aliviar la rigidez de sus músculos.

Sin un destino específico en mente, Legolas vagó hasta llegar a los establos. Al entrar, se encontró con Éomer, luchando por tranquilizar a un caballo nervioso. A pesar de los esfuerzos visibles del mariscal de los jinetes, el animal continuaba agitado y desconfiado.

Legolas se aproximó en silencio, cauteloso pero decidido. Murmuró unas palabras en élfico mientras extendía la mano hacia el caballo. La sorpresa y el escepticismo se reflejaron en el rostro de Éomer al presenciar cómo, casi como por arte de magia, el caballo se calmó bajo los suaves toques del elfo. Era como si un hechizo hubiera transformado al animal, haciendo evidente la conexión especial que Legolas tenía con las criaturas del bosque.

La escena no solo dejó perplejo a Éomer, sino que también le confirmó que la afinidad innata del elfo con la naturaleza trascendía fronteras y razas, estableciendo puentes incluso en los momentos más inesperados.

—¿Cómo lo lograste? —cuestionó sin disimular su asombro.

—En mi tierra, los caballos y los elfos comparten una conexión profunda —explicó con naturalidad—. Entendemos sus pensamientos y sentimientos casi tanto como a los nuestros.

—¿Como una comunicación sin palabras?

—Es más un entendimiento mutuo, una conexión que trasciende las palabras —habló sin dejar de acariciar al animal—. Los caballos son criaturas sensibles y saben cuándo estamos en armonía con ellos.

—Pues es impresionante —reconoció el rubio—. Los caballos de Rohan son nuestros aliados más fieles en la batalla. Si pudiera aprender un poco de tu habilidad con ellos sería una gran ventaja.

—La habilidad con los caballos es una combinación de paciencia, respeto y amor por estos seres. Estoy seguro de que podrías desarrollar una conexión aún más profunda con tus caballos de lo que ya tienes —el elfo le dedicó una dulce sonrisa que Éomer correspondió al instante.

—Lo intentaré, Legolas. Es importante entender mejor a mis compañeros en la guerra.

—Y no sólo en la guerra, Éomer. Los caballos son compañeros en la paz y la amistad también —el mariscal asintió, dándole la razón—. Siempre dispuestos a llevarnos hacia nuevos horizontes.

—Me temo que Brego ha visto muchas guerras —reconoció, con pesar—. Después de la muerte de Théodred en batalla, se volvió salvaje. Ha rechazado a todos los que intentaron domarlo, hasta ahora.

Un ligero estremecimiento recorrió a Éomer cuando sintió los dedos suaves de Legolas envolver delicadamente su muñeca. El contacto, cargado sutileza, inundó de calidez su ser. Era la primera vez que el elfo lo tocaba, despertando en él una sensación reconfortante y nueva.

Legolas guió con ternura la mano de Éomer hasta la crin de Brego, sus ojos encontrándose en un entendimiento silencioso. Éomer respondió con una sonrisa sincera y agradecida, dejando que sus dedos acariciaran al caballo con emoción contenida.

Al salir del establo, continuaron su camino juntos por los alrededores. La conversación trivial fluyó entre ellos, pero cada mirada y gesto revelaba un vínculo que se iba fortaleciendo cada vez más. Disfrutaban simplemente de la cercanía mutua. Hasta que la paz del momento se vió interrumpida por una grave noticia.

El ejército de Sauron, implacable y oscuro como una sombra, había arrasado Minas Tirith, dejando a Gondor en desesperada necesidad de ayuda. Ante esta urgencia, los ojos de Gondor se volvieron hacia Rohan, buscando la mano salvadora de sus aliados. El rey Theoden, con su nobleza indiscutible y su corazón valiente, encomendó a Éomer la crucial misión de reunir a cuantos hombres pudiera en un tiempo críticamente limitado. A Éomer y su tropa se les asignaron apenas dos días para completar esta tarea vital.

Bajo el cielo cambiante y el peso del deber, Éomer y sus jinetes cabalgaron incansablemente, cruzando vastas llanuras y caudalosos ríos en su carrera contra el tiempo. Cada hora era preciosa, cada aldea visitada una oportunidad para reclutar nuevos guerreros para la causa. El clamor de la guerra resonaba en cada paso de los caballos y en cada palabra de aliento que Éomer prodigaba a su gente.

Al segundo día, Legolas encontró a Aragorn en los establos, donde el montaraz acariciaba a Brego con una familiaridad que sorprendió al elfo. El caballo parecía aceptar las caricias sin reserva alguna, lo cual arrancó una sonrisa al peliblanco. Parecía confirmarse que Aragorn poseía también una afinidad especial con las criaturas, una cualidad que recordaba más a los elfos que a los hombres.

—Veo que ya se han conocido —comentó Legolas, atrayendo la atención del montaraz.

—Brego necesita más atención que los demás. Ha estado algo agitado —respondió Aragorn con calma.

—Éomer me mencionó que se volvió salvaje tras la muerte de su primo, Théodred —observó Legolas.

—Éomer y tú se han vuelto cercanos últimamente, ¿no es así? —preguntó Aragorn con una aparente indiferencia.

—Al principio éramos desconocidos, pero hemos desarrollado un respeto mutuo con el tiempo. Éomer es un líder valiente y digno de admiración —reconoció Legolas sinceramente.

—Es curioso escucharte decir eso ahora, considerando que cuando lo conociste, tenías la intención de clavarle una flecha entre los ojos —ambos rieron ante el recuerdo.

—Comenzamos con el pie izquierdo —concedió Legolas—, pero me alegra que las cosas hayan cambiado. Él me ha enseñado mucho sobre los Rohirrim y su nobleza. Su espíritu y coraje son dignos de los mejores guerreros de la Tierra Media —agregó, con una sonrisa en el rostro.

—Parece que te ha dejado una impresión profunda —comentó Aragorn con seriedad, observando al elfo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Legolas, frunciendo el ceño ligeramente confundido.

—Por cómo hablas de él, parece que tienen un vínculo bastante significativo.

—No diría que tanto. Simplemente le tengo respeto, al igual que a ti y a Gimli.

—Nunca has hablado así de Gimli o de mí -
—murmuró las últimas palabras casi en un susurro. El comentario hizo que Legolas sonriera.

—¿Estás celoso, acaso? —bromeó con tono ligero—. En mi corazón hay espacio para muchos amigos.

—Los amigos no suelen besarse en la boca —Aragorn lo miró fijamente y el rostro del elfo se volvió serio de inmediato. Legolas desvió la mirada, incapaz de responder—. ¿Algún día hablaremos de eso? —preguntó con serenidad.

Antes de que el peliblanco pudiera responder, la llegada repentina de Gimli interrumpió la conversación. El enano se les unió, ignorando la tensión palpable en el aire. Por fortuna, parecía no haber escuchado la conversación.

—Aquí están. Vengan conmigo, el rey Théoden quiere discutir estrategias de batalla con todos —anunció Gimli.

Ambos asintieron y siguieron al enano en silencio. Legolas sintió alivio momentáneo al escapar de la situación, pero sabía que tarde o temprano tendrían que abordar el tema. Esperaba estar más preparado para ese momento cuando llegara.

Al tercer día, con el sol ascendiendo sobre los campos y las estrellas aún brillando en el cielo nocturno, Éomer y sus hombres regresaron triunfantes. El rugido de sus caballos y el batir de sus estandartes anunciaban su éxito: Rohan acudiría en socorro de Gondor. Unidos en propósito y fortaleza, partirían hacia Minas Tirith, listos para enfrentar la oscuridad que amenazaba con consumir toda esperanza.

Bajo Estrellas Contrapuestas (Legolas x Éomer/Aragorn)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora